Especiales Semana

MORIR POR LA PATRIA

La tragedia de Tolemaida levantó serias quejas sobre la manera como se cumple el servicio militar en Colombia

8 de abril de 1985

Dos reclutas muertos bajo el sol de Melgar, en lo que el capitán Humberto Caviedes, comandante de la compañía, calificó de "prácticas de rutina". De los 400 bachilleres que prestan el servicio militar en el Batallón Miguel Antonio Caro, recién bajados de Bogotá a los treinta y cinco grados de la base de entrenamiento de Tolemaida, dos no sobrevivieron a su primera "práctica de supervivencia": Iván Leonardo López Cortés, de diecisiete años, y José de Jesús Vargas Varela, de diecinueve. En su entierro, ante un grupo de padres desolados, el general Armando Arias Cabrales, comandante de la XIII Brigada, intentaba quitarle importancia a la tragedia achacándola a las "condiciones personales o físicas" de las dos víctimas: "Había cuatrocientos muchachos en entrenamiento --argumentaba el general-- y dos resultaron muertos. Y estaban todos en las mismas condiciones..." Pero dieciocho más de sus compañeros, gravemente insolados y deshidratados, fueron a dar al hospital. Y hace quince días había muerto de la misma manera y en la misma región un teniente de Infantería de Marina, Fernando Castrillón. Y unas semanas antes, tras un trote a pleno sol entre su batallón y el de Lanceros, donde debían vacunarlos, más de quince reclutas del Batallón de Ingenieros de Apoyo se "despencaron" de calor, y tres de ellos pasaron dos días inconscientes. "Insolarse es tirado", asegura un recluta. El general Oscar Botero, Inspector General del Ejército, reconoce: "La insolación es un fenómeno que suele presentarse en las filas de nuestro Ejército". Y, en efecto, el problema no es ni excepcional ni reciente. La tragedia más seria ocurrida en la base sucedió hace treinta años, cuando en una marcha Girardot-Melgar murieron insolados cinco cadetes de la Escuela Militar, que entonces comandaba el general Iván Berrío, otros veintisicte quedaron gravemente enfermos y setecientos más cayeron desmayados.
En aquel entonces se hizo una investigación, que no terminó en nada. Ahora se anuncia otra, post mortem, a cargo del Inspector General del Ejército, general Oscar Botero, y de la juez 113 de instrucción penal militar. "Si hay necesidad, se sancionará severamente a los responsables", declaró el general Vega Uribe, ministro de Defensa, no sin antes advertir que se trataba de un "accidente desgraciado". Ya el general Arias Cabrales, en la televisión, había dicho: "Ninguna muerte se justifica, pero son los designios del Todopoderoso".
Y sin embargo, Divina Providencia aparte, la tragedia de Tolemaida ha despertado preocupación generalizada en la opinión pública. "Una muy grave falla por parte de los responsables", acusó El Espectador, y El Tiempo publico un editorial admonitorio bajo el titulo "cuidado con los reclutas" en el que señalaba sobre todo el daño que el insuceso podrá causar a la buena imagen del Ejército por la "consiguiente publicación de agresivas caricaturas y seguramente artículos que hablen de la barbarie militar". Los familiares de las víctimas, explicablemente, van más lejos. Misael Lopez, director de planeación de la Universidad de La Salle y padre del más joven de los reclutas muertos anuncia: "Yo me he convertido en parte civil, y sé que aquí existe homicidio culposo. Puede no haber intención, pero hay culpa por negligencia o por omisión. ¿Cómo es posible que ese general salga a decir que si de cuatrocientos no se murieron sino dos, que entonces cuál es el problema? Yo no pretendo desacreditar la Institución, lo que creo es que esto debe servir para que se humanice el Ejército. Deben tomar conciencia de que muchas cosas se les están saliendo de las manos, y de que lo que están haciendo es deformando y no formado los hombres de Colombia. Yo no pretendo que se vengan ahora contra el oficial y lo castiguen como culpable, pero sí que se revisen las cosas desde arriba, que se haga un foro público con participación de las Fuerzas Armadas para que se discutan estas fallas. Que se piense por qué muchos padres de familia prefieren muchas veces arriesgarse a que los "tumben" o los estafen comprando una libreta militar para sus hijos antes que dejarlos ir al Ejército".
Curiosamente, los compañeros de los dos soldados muertos son los más ecuánimes. "No estuvimos forzados", dijo al diario El Tiempo el soldado Jaime Silva. "Fue una instrucción ordinaria que ya nos habían anticipado. Vi a muchos jóvenes cansados, pero no enfermos". Ciro Villabona, compañero del soldado Vargas, afirmó que "nadie se quejó de ninguna manera". Y Rafael Lara Hernández, compañero de López Cortés, confirmó: "Fue un patrullaje normal, pero intenso". Esta ecuanimidad, sin embargo, puede ser mas bien consecuencia del temor, como lo señalaba en el entierro de las víctimas uno de los padres de los bachilleres soldados: "Hay temor del soldado a decir que está enfermo, por las represalias". Y así lo confirma el testimonio de un recluta entrevistado por SEMANA, que por ese mismo temor a las represalias se abstiene cautelosamente de dar su nombre: "Ya nos pasó la primera vez. Al llegar rendidos de ejercicios preguntó el cabo: "¿quién tiene sed?" Obviamente todos levantamos la mano. "Muy bien: entonces vamos a abrir un pozo en la tierra hasta encontrar agua". Y nos puso a dar vueltas, girando con el dedo indice clavado en el piso hasta que acabamos completamente mareados. Luego: "Firmes!". Era casi imposible, claro. Los que no lo lograron, a "curso de bombillo", o sea a pasar la noche en vela y sguir al día siguiente, veinticuatro horas sin dormir. Así aprendimos: cuando pregunta "¿quién tiene sed?", gritamos como un solo hombre: "¡Nadie mi cabo!". "En el Ejército --complementa por su parte Alejandro Miller, que hizo el servicio en 1981 en la Escuela Militar de Cadetes, presentándose como voluntario al terminar cuarto de bachillerato --no hay sino ese método: a las malas o a las malas. Porque lo que les interesa a los suboficiales y oficiales no es formarlo a uno sino quedar bien ante su superior jerárquico: el alférez que manda la escuadra ante el teniente que manda el pelotón ante el capitán que manda la compañía...". Y otro antiguo bachiller-soldado, que dos años después de terminado el servicio no se atreve todavía a dar su nombre, explica que quejarse no sirve de nada. Cuenta que en una ocasión, un sargento que consideró mal cumplida una orden "me obligó durante una hora a "hacer el jumbo" (dar botes) en el pavimento a punta de palo y de patadas. Anduve como un kilómetro dando botes, pelándome las espaldas, recibiendo garrote y llorando. Lloraba amargamente, pero no me dejaba ver de él las lágrimas porque eso es como la sangre para los lobos y se alborotan más. Cuando fuí a dar parte me dijeron que eso era normal en el ejército y que debía someterme". Ronald Jordan, también ex recluta, confirma: "Eso era salvaje y sin derecho a protestar porque ahí sí lo tildaban a uno de insubordinado, y ese es el peor delito en el Ejército: rebelarse".
Las quejas sobre la rudeza, e incluso la brutalidad, del servicio militar han venido presentándose desde hace bastante tiempo, hasta el punto de que SEMANA preparaba un informe al respecto cuando la muerte de los dos bachilleres en Melgar vino a darle trágica actualidad al tema. En los últimos años, desde que la incorporación de jóvenes bachilleres al ejército se volvió rutinaria (antes, por dinero o palancas, solían estar exentos del servicio) la situación se ha alborotado: quizás no haya aumentado el mal trato a los reclutas, pero sí el acceso de las víctimas a los medios de comunicación. Los familiares de los soldados-bachilleres cuentan: "Mi hijo lleva dos meses, y en su última carta sólo dice: "ojalá no estuviera yo aquí, porque es terrible"". Misael López padre de uno de los muertos de Tolemaida, narra la última confidencia de su hijo: "Me contó que habían estado en la Caballería y se había quedado aterrado: "nosotros sí estamos como reyes, papá, porque a esos pobres de la Caballería sí les toca duro: si no se paran bien los agarran a patadas", me dijo". Rafael Rodríguez, que hace tres años salió del servicio, dice a SEMANA: "A pesar de que yo fuí un soldado ejemplar, (salí del ejército con mención honorífica, premio por colaboración y trabajo y libreta de conducta sobresaliente) fuí muchas veces maltralado, por no decir torturado". Ronald Jordan, que hizo el servicio en el Batallón Aerotransportado General Serviez en 1981, lo toma más filosóficamente: "Pienso que eso es como el yoga, una disciplina que fortifica físicamente y fortalece espiritualmente. Pero --agrega Jordan-- lo que sí es cierto es que allí no se respeta la integridad humana y el tratamiento que se le da al soldado es como el que se le da a cualquier delincuente. Los superiores parecen preparados para ejercer, contra sus subalternos, la brutalidad. Yo ví cómo a un compañero Sánchez Anturi lo enloquecieron a punta de golpes: lo enloqueció el subteniente a quien llamábamos "el muñequito"".
Hay voces discordantes, claro está. Un bachiller que lleva actualmente siete meses prestando servicio en el batallón Miguel Antonio Caro cuenta que "por lo menos en el MAC, hay trato rudo, sí, pero no maltratos. El abuso de un superior contra un recluta no falta, pero no es frecuente: por ejemplo una patada. Gritos sí, a toda hora, y empujones, y castigos". Alejandro Miller, que prestó servicio en la Escuela de Cadetes, tampoco se queja de trato bárbaro, pero sí gratuitamente rudo: "Lo que intentan siempre los superiores es, como ellos dicen "sacarnos la mierda": vuelta al palo de allá, flexiones de pecho: muchos llegaban al desayuno vomitando. Y castigos. Aunque en mi época en la Escuela ya no castigaban con calabozo: lo acabaron porque se murió un poco de gente, o eso decían. Una vez, de vuelta de unas prácticas de terreno nos hicieron volver andando descalzos como diez kilómetros, con las botas al hombro, por entre los chamizos. Todos llegamos con los pies vueltos cisco. ¿Para qué? Nunca explican".