Especiales Semana

MUNDO NO HAY SINO UNO

El cuidado del medio ambiente es ahora la gran preocupación.

26 de febrero de 1990

La amenaza de una guerra nuclear, capaz de acabar con todo lo que hay en la Tierra, era una de las preocupaciones básicas de la humanidad al comenzar la década del ochenta. Pero con el ascenso de Mijail Gorbachov al poder en la Unión Soviética, y el posterior "entibiamiento" de la guerra fría, parece haberse pospuesto dicha posibilidad.
La humanidad, sin embargo, no respira tranquila todavía. Es más, hay mucha gente que teme respirar. Porque la posibilidad de un conflicto nuclear ha sido remplazada por un problema de similares proporciones: la crisis ambiental. La destrucción de la capa de ozono, la polución en las grandes ciudades, la tala indiscriminada de bosques y la contaminación de los ríos han alcanzado un poder tan devastador como el de cualquier Bomba H.
El llamado "efecto invernadero", únicamente, amenaza con acabar en pocas décadas no sólo con millones de plantas, sino con buena parte de lo que hoy conocemos como naturaleza terrestre. El fenómeno, que irrumpió en toda su magnitud en la década pasada (y que será el mayor problema del mundo en la que viene), consiste en la acumulación de diversos gases venenosos en la atmósfera, los cuales forman una barrera que retiene el calor de la Tierra, aumentando considerablemente la temperatura del planeta.
Hasta hace poco, el "efecto invernadero" era visto con cierto desdén por las autoridades mundiales. Pero a raíz de los intensos veranos que han azotado al hemisferio norte en los últimos años (los cuatro años más calientes desde 1880 se presentaron en la última década), varios países comenzaron a diseñar estrategias para combatirlo.
En la última cumbre que sostuvieron Ronald Reagan y Mijail Gorbachov, anunciaron un proyecto para prepararse a enfrentar la cuestión. A mediados de 1988 se reunió por primera vez la Conferencia Mundial sobre Cambios Climáticos, en Toronto, Canadá, para estudiar el tema. En marzo del año pasado, la primera ministra de la Gran Bretaña, Margaret Thatcher (que alguna vez trató a los activistas ecológicos como el "enemy within"), organizó una reunión internacional para deplorar la destrucción de la capa de ozono. Y en julio, en la reunión de las siete grandes potencias económicas (Estados Unidos , Alemania Federal, Italia, Francia, Gran Bretaña, Japón y Canadá) se destinó una tercera parte de las conclusiones a pedir una "acción decisiva" para entender y proteger el equilibrio ecológico mundial.
A mediados del presente año, finalmente, se reunirá en Washington, por solicitud del presidente George Bush, el Grupo Intergubernamental sobre Cambios Climáticos, con el fin de preparar una convención a nivel mundial para tratar de limitar la formación del "efecto invernadero".
La destrucción de la capa de ozono es grave, pero no es el único problema relacionado con la destrucción del patrimonio mundial. La tala de bosques alcanzó también una dimensión universal en la década pasada. América Latina y el Caribe, únicamente perdieron anualmente más de 50 mil kilómetros cuadrados de sus selvas. Y el más grande pulmón de la Tierra, el Amazonas, tuvo que soportar la ofensiva destructora de colonos, mineros y maquinaria oficial, tumbando trocha para abrir carreteras.
Los ojos del mundo, por fortuna, también se han abierto ante tal monstruosidad. En febrero del año pasado (durante los funerales del emperador Hiro Hito), el presidente de los Estados Unidos le expresó al primer ministro del Japón, Nuboru Takeshita, su preocupación por la intención del país oriental de financiar una carretera de 500 millas en Brasil, para unir, ese país con el Perú, por el Amazonas. El proyecto incrementaría drásticamente la tala del bosque tropical y la quema que suele acompañar tales procesos exacerbaría el "efecto invernadero". Sabiamente, Takeshita renunció a la financiación de la obra.
A finales de 1989, por otra parte, se reactivó el llamado Pacto Amazónico, firmado por Bolivia, Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Guayana, Surinam y Venezuela, con el fin de trabajar en forma conjunta por la protección de la mayor reserva mundial de bosques naturales. Cada país coordinará proyectos en áreas específicas: Brasil financiará estudios de inventario sobre flora y fauna; Venezuela realizará estudios sobre la biodiversidad de la zona y su dinámica poblacional; Perú estará encargado de los recursos hidrobiológicos; Bolivia de armonizar las legislaciones nacionales en torno del área, y Colombia de la gestión de las áreas ecológicas protegidas.
También en materia de contaminación se están dando los primeros pasos. Las presiones demográficas, sin embargo, siguen siendo grandes, y ciudades como México, al borde ya de un colapso climático (con frecuentes inversiones térmicas), continúan creciendo en forma indiscriminada. Para el año 2025 se calcula que la capital mexicana habrá superado la cifra de los 25 millones de habitantes. Y no es la única que tiene problemas. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, cinco de las ciudades más grandes de América Latina y el Caribe son ya grandes cámaras de gases.
Para tratar de ayudarlas, en septiembre pasado el entonces recién nombrado primer ministro del Japón Toshiki Kaifu, dijo que su país estaría dispuesto a dar 2.250 millones de dólares para atacar el problema de la polución en las grandes ciudades del Tercer Mundo.
Se necesita, no obstante, algo más que ayuda económica. Buena parte de los problemas ecológicos del mundo han sido causados por los grandes emporios industriales de los países desarrollados. Sin su colaboración y autodisciplina los países en desarrollo, agobiados por cargas como la deuda externa, no están en condiciones de dar prioridad al control del medio ambiente. Pero el problema es de todos. Y si se deja pasar la década del noventa sin tomar acciones drásticas, el siglo XXI no será el idílico paraíso tecnológico con el que muchos sueñan. Se parecerá más a la gran pesadilla del día final.

CARRERA CONTRA EL HUMO
En los países subdesarrollados, lo urgente no da tiempo para lo importante. Preocupados por la deuda, la inflación y el crecimiento económico, son muy escasos el tiempo y los recursos que pueden destinar a cuidar el medio ambiente. Y Colombia no es la excepción.
Los problemas son inmensos. En materia forestal, por ejemplo, se calcula que en el país se talan más de 600 mil hectáreas de bosques al año, de un total que oscila entre 40 y 50 millones. La actividad reforestadora, en cambio, resulta insignificante: 170 mil hectáreas de plantaciones industriales y 30 mil de bosques protectores.
Según estimativos del Departamento Nacional de Planeación, de no adoptarse medidas para modificar las tendencias actuales, se estaría agotando el recurso forestal de las plantaciones actuales en el año 2002 del bosque natural hacia el año 2005 y en 1995 el de madera de coníferas para pulpa de fibra larga ubicada en sitios que permitan su aprovechamiento económico.
Para tratar de evitar semejante catástrofe, se ha diseñado un Plan de Acción Forestal para Colombia, con una inversión estimada en 85 mil millones de pesos durante los próximos cinco años. La fuente de los recursos, sin embargo, todavía no está muy clara.
Aparte de la tala de bosques, los ríos del país están seriamente amenazados por la contaminación con residuos químicos. No solamente los ríos que recorren las grandes ciudades, como Bogotá, Medellin y Cali, en cuyos cursos se encuentran prolongados tramos con niveles cero de oxigenación También las grandes arterias fluviales del país, el Magdalena y el Cauca, están seriamente amenazadas. Y los ríos de los Llanos Orientales reciben tal cantidad de pesticidas, que sus bancos de peces están lejos de ser aptos para el consumo humano.
En materia de polución, los habitantes de las grandes ciudades empiezan a sentir el peso del "smog" sin que las autoridades hayan dado un solo paso tendiente a controlar el aumento en la emisión de gases tóxicos. El tema, que será crucial a la vuelta de pocos años, ni siquiera figura en los programas de los candidatos a las alcaldías populares. El número de automóviles aumenta indiscriminadamente, y las grandes industrias expulsan sus residuos sin que exista ningún tipo de control.
En otras areas, la acción del Estado es igualmente ineficaz, por falta de recursos. El Inderena, que es la entidad encargada de velar por el uso racional de los recursos náturales en todo el país, tiene un presupuesto del orden de los 6.000 millones de pesos, que es menos del medio por ciento del presupuesto nacional. De allí que su labor constituya un paño de agua tibia para males que requieren de alta cirugía.
Colombia, hay que recordarlo, tiene una de las siete riquezas naturales más grandes del mundo. Un estudio realizado en 1988 por el Smithsonian Institute, reveló que las zonas de Bahía Málaga y el Bajo Calima, en el Valle del Cauca, conforman el área de mayor diversidad biológica de la Tierra. Y esa riqueza hay que cuidarla, porque a las puertas del siglo XXI el uso adecuado de los recursos naturales se ha convertido en una cuestión estratégica.