Especiales Semana

NUEVO ESTILO

Los niños serán la principal preocupación de la nueva primera dama, Nohra Puyana de Pastrana.

7 de septiembre de 1998

Nohra Puyana creció con la imagen de haber sido una niña consentida. Y de hecho lo fue. Cobijada bajo el techo de una de las más prestantes familias de la sociedad bogotana se dio el lujo de estudiar sin mayores sobresaltos en colegios como el Nueva Granada y el Marymount y más tarde viajar a Francia para adelantar cursos en periodismo y mercadeo en la Ecole Française des Attachés de Presse, de París, para luego disfrutar de una buena temporada en la Ciudad Luz trabajando en la exclusiva casa de modas Christian Dior. Incluso de regreso a Bogotá _por sugerencia de su padre, el industrial Eduardo Puyana_ todo continuó dentro del plan programado de su cajita de cristal. De paso por Cartagena, durante una corrida de toros encabezada por Palomo Linares, conoció a Andrés Pastrana, en aquel entonces un joven político con grandes aspiraciones que terminaría convenciéndola de que se casaran en 1981. Como un homenaje a la ciudad que los había unido por primera vez la boda tuvo lugar en La Heroica en el marco de una ceremonia celebrada con bombo y platillos.
Y entonces aquella luna de miel fue como la prolongación de una felicidad alimentada con los viejos recuerdos de su niñez, cuando tomaba por juego inventar escuelas para enseñarles a los hijos de los trabajadores de su padre lo que ella aprendía en el colegio, mientras sus hermanos menores acometían aventuras de más riesgo; y con los de su juventud aventurera por Europa y el norte de Africa, particularmente en Marruecos, donde tuvo el privilegio de lanzar el último perfume de Dior. Pero todo cambió de repente un oscuro día de 1988, cuando en plena contienda electoral por la Alcaldía de Bogotá Andrés Pastrana fue secuestrado.
Entonces aquella imagen de niña mimada comenzó a transformarse ante los ojos de la opinión pública en la de una mujer suficientemente fuerte como para soportar los embates del destino.
El terror de quedar viuda fue pronto disimulado por un coraje que le permitió dirigir a ella misma la campaña y convertirse prácticamente en el motor que le permitió a Andrés, una vez recobrada la libertad, ocupar la silla del Palacio Liévano como el primer alcalde de la capital elegido por voto popular.
A partir de ese momento los colombianos se dieron cuenta de que al lado del recién posesionado burgomaestre se encontraba una mujer que brillaba con luz propia. Y así lo ha venido demostrando, no sólo como primera dama de Bogotá sino en las dos campañas presidenciales de Andrés, durante las cuales dejó notar la sensibilidad social de sus juegos infantiles en proyectos como la recuperación de parques, el trabajo con madres comunitarias y el programa de nutrición infantil que viene adelantando en los últimos dos años y que espera continuar en su condición de primera dama de la Nación.
Ese temperamento forjado a base de crecerse en las mayores dificultades tuvo su punto más dramático a comienzo de la década del 90, cuando su padre fue secuestrado y luego de dos años de cautiverio apareció muerto en una finca abandonada del departamento de Caldas. Ahora el destino le ha permitido llegar a la Casa de Nariño para acompañar a Andrés Pastrana en un cuatrienio que ha sido recibido con optimismo por los colombianos pero que, al mismo tiempo, no pinta nada fácil. Sobre todo si se tiene en cuenta que su programa bandera será el de colmar de recursos suficientes al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar justo en el momento en que el propio gobierno ha anunciado, al menos en el comienzo, un riguroso plan de austeridad.
Por el momento es imposible vaticinar si su labor será mejor o peor en relación con su antecesora, Jacquin de Samper. Pero lo que sí se puede asegurar es que su estilo será diferente.