Especiales Semana

País de ciudades

Las ciudades colombianas deberán borrar su mala imagen internacional y frenar los cinturones de miseria para enfrentar el reto de la globalización.

Gabriel Suárez Ramírez*
24 de septiembre de 2004

Dentro de 16 años la supremacía de la región Sabana Centro, que tendrá a Bogotá como nodo central y a Tunja, Ibagué y Villavicencio apuntalando las ciudades intermedias como Girardot, Fusagasugá y Neiva, empezará a ser disputada por otras grandes ciudades regiones del país, que por un lado no sólo deberán luchar por tener un espacio de supervivencia en el país, sino contra los cinturones de miseria y atraso que pueden dejar el TLC y la internacionalización de la economía y las ciudades del país.

Aunque son varias las tendencias que pueden marcar el camino de los centros urbanos del país, hay dos que tienen las mayores probabilidades de cumplirse, pero antes de verlas es necesario mirar algunas tendencias mundiales, como la economía y los procesos de urbanización que se están dando y su influencia en esta región, ya que la energía que mueve a las ciudades a su desarrollo no depende solamente de sus lógicas internas sino cada vez más, debido a la globalización, de las fuerzas que empujan las urbes a constituirse en redes de ciudades. También es importante analizar los procesos internos de Colombia que afectan las ciudades en este comienzo de siglo.

Los cambios más significativos en la economía global tienen que ver con el descenso vertiginoso del valor de los recursos naturales en relación con el valor de las manufacturas y los servicios, así como con el rápido crecimiento del comercio internacional, que se ha multiplicado por 12 en los últimos 50 años.

Mala tendencia

Si el país toma una tendencia pesimista, se puede decir que los acontecimientos mundiales que están marcando el comienzo del milenio no ayudarían mucho a que nuestras ciudades tengan buena salud en el horizonte de 2020. Si el terrorismo progresa en el mundo, el síndrome del 11 de septiembre acrecentará cada vez más las migraciones de personas, se estrecharán las medidas de seguridad y se producirá el desplazamiento de bienes y servicios hacia ciudades más seguras. Las peores consecuencias se reflejarán principalmente en aquellas urbes que como las nuestras están incluidas en las listas negras de los países desarrollados.

Todo ello disminuirá la inversión, reducirá la competitividad de nuestras ciudades y dará al traste con los esfuerzos que se realicen para obtener recursos, mejorar la infraestructura e incentivar el turismo, industria del nuevo siglo. Los impactos de este espectro vislumbran un gran desequilibrio en el modelo territorial de nuestro país, compuesto por grandes ciudades bordeadas por cinturones de miseria.

En 2020 Colombia habrá modificado de manera importante la distribución geográfica de su población según se den las condiciones de paz que permitan el retorno de los campesinos desplazados a sus tierras y a sus trabajos, se hayan reducido fumigaciones, zonas de distensión, territorios de miedo y demás epidemias que tienen hoy a los ciudadanos confinándose en las ciudades, en especial en extensos cordones de miseria con serios impactos ambientales, con calidad de vida precaria y con altos niveles de desempleo, ausencia de inversión social y formación para la competitividad de los habitantes.

En el plano nacional y en plena discusión del Tratado de Libre Comercio, la inquietante realidad es la ausencia de la mayoría de las ciudades en la mesa de negociación, cuando son ellas las que recibirán los mayores impactos: competencia empresarial desequilibrada por falta de infraestructura, aumento de la brecha tecnológica, incremento del desempleo y todas las consecuencias que esto conlleva.

Junto con esto, el creciente proceso de informatización y de fortalecimiento de la conectividad global exige nuevas infraestructuras y equipamientos que no estamos promoviendo. Un ejemplo son los centros de innovación y localización de industrias de nueva generación (tecnópolos), que hoy muchos consideran fantasías futuristas.

Panorama positivo

Un escenario optimista que permita ver el territorio nacional 'ordenado' en 2020 implica considerar aspectos políticos y administrativos del orden nacional que inciden en las ciudades. De efectuarse lo establecido en los Planes de Ordenamiento Territorial (POT) de los distintos municipios, se debe haber cumplido el compromiso de promulgar la ley marco de ordenamiento territorial en curso desde hace varios años, que habrá permitido definir la estrategia territorial nacional. Se habrá roto la dicotomía campo-ciudad, habremos comprendido que no es sostenible el modelo de primacía de ciudades centrales sin resolver el tema de las solidaridades territoriales con las ciudades vecinas.

Sin embargo, la fe que alimenta el optimismo permitiría decir que del futuro de ciudades y territorios habremos aprendido algunas lecciones y estaremos más preparados y experimentados para enfrentar los retos que desde 2020 se plantean para la mitad del nuevo siglo: el tipo de ciudad, más ajustado a la región a la cual pertenece, desarrollará proyectos sociales conjuntos con los municipios vecinos, con mayor coordinación en las obras de infraestructura regional como vías, transporte, hospitales, colegios y parques, que consolidarán una red de infraestructuras regionales que generarán atractividad y mejorarán la distribución de la urbanización en el país.

Ya habremos comprendido los beneficios de las alianzas entre los centros urbanos y los municipios que comparten proximidad geográfica, estableciendo cooperación entre territorios estratégicos como la región Sabana Centro, que tendrá a Bogotá como nodo central. Las asociaciones de municipios que habremos podido constituir nos permitirán luchar en los escenarios globales y mitigar los impactos de la internacionalización.

Aunque el eje de primacía del desarrollo nacional se habrá consolidado en la sabana centro del país, se verán las primeras tendencias al equilibrio. Con la importancia que irán adquiriendo las redes de ciudades ante el impulso que al fin se habrá dado a las exportaciones y al turismo como consecuencia de la 'pacificación' del país, habremos logrado tejer relaciones territoriales funcionales en múltiples direcciones y no sólo en convergencia hacia Bogotá. Veremos la región cafetera con el eje Pereira-Armenia-Manizales haciéndole contrapeso a la hegemonía industrial de Medellín, la red de ciudades costeras Barranquilla-Cartagena-Santa Marta funcionando como puerta de las exportaciones y el turismo, junto con Buenaventura en el Pacífico.

El eje Bucaramanga-Pamplona-Cúcuta al oriente y su integración fronteriza con el Táchira en Venezuela, que habrá crecido mucho en intercambios económicos desde comienzos de siglo -cuando tuvo su más bajo nivel-, al igual que los otros ejes de integración agrícola y petrolera como Arauca-Leticia y el triángulo industrial de Cali-Pasto-Popayán, que seguirán luchando por ganar primacía y visibilidad en el contexto regional andino, futuro escenario prioritario de la acción estratégica de las ciudades.

En lo relativo a las ciudades y su ordenamiento, de igual manera esas asociaciones territoriales habrán superado en sus planes de ordenamiento territorial la mirada 'hacia adentro' para dirigir los esfuerzos a la coordinación entre territorios. Habremos aprendido a utilizar los instrumentos de gestión allí planteados, como los planes parciales y las operaciones estratégicas, que hasta hoy son muy escasos. Estas intervenciones estarán en el orden del día de las políticas y planes de desarrollo de los municipios que acudirán cada vez más a recursos multilaterales y a una fuerte gestión local para impulsarlos.

También será importante el aprendizaje que habremos hecho del drama ambiental urbano que hoy estamos viviendo. Ya estarán en proceso de recuperación las principales fuentes hídricas, habremos empezado a controlar la expansión urbana, recuperando los centros históricos, densificando y reutilizando el parque inmobiliario vetusto, cualificando su espacio público para la vida y la convivencia ciudadana. Habremos posicionado sistemas alternativos de movilidad en los que el vehículo particular será menos importante y los modelos de transporte público como la red de ciclorrutas y el TransMilenio de Bogotá habrán dado ejemplo a otras ciudades.

Todo este panorama ensoñador no habrá sido posible sin unos gobiernos urbanos sólidos, honestos y transparentes. Verdaderas gerencias urbanas que habrán permitido que la inteligencia se apodere de las decisiones estratégicas, en las que las luchas politiqueras, con su desfile de corrupción y malos manejos, serán cosas del pasado. Allí se habrán dado las condiciones para desarrollar estrategias de gestión urbana integral, que habrán permitido consolidar nuestras ciudades como escenarios de vida colectiva, multiétnicas y multiculturales, con respeto de la diversidad y la diferencia social, en una sana convivencia entre los distintos sectores que estarán ayudando a solventar los desequilibrios y las inequidades presentes hoy.

Pero las lecciones de comienzos de siglo son aún mayores; la realidad urbana será optimista una vez hayamos aprendido que vender nuestras ciudades es tan importante, que en 2020 los grandes centros urbanos de nuestro país ya tendrán estrategias y negocios globales en red. Habremos podido mostrar al mundo nuestras principales regiones conectadas e informatizadas, con una oferta urbana que funciona 24 horas y desarrolla estrategias de promoción y marketing de proyectos para llamar la atención de otras regiones globales, y sobre todo de los organismos internacionales que giran los cheques para que todo esto sea una realidad. Por fin lograremos que nuestras ciudades se sacudan la mala imagen que históricamente tuvieron que llevar a cuestas.

En conclusión, lo más probable es que para el año 2020 hayamos bailado entre dos tendencias: luchando a brazo partido contra el sino de nuestra imagen y posición internacional y también, contra las taras de nuestra propia cultura improvisadora y cortoplacista. Tal vez no estaremos en 2020 como quisimos estar y como nos imaginamos a comienzos de siglo, sino en una situación resultado de lo que pudimos hacer y de los esfuerzos realizados. Esa es la herencia.

*Arquitecto urbanista. Máster en rediática y movilidad urbana, consultor y catedrático.