Especiales Semana

PAZ EN LA TIERRA... NO PARA ESTOS NIñOS

8 de febrero de 1988

NI HAY PAZ NI SEGURIDAD PARA LOS NIñOS DE INDOCHINA
Fuga de Vietnam los pone a salvo, pero los llena de angustia.
Thanh y su familia se encuentran entre las 96 personas que huyen del asolado Vietnam en un bote. Cuentan con agua y alimentos para sólo una semana, no tienen rumbo fijo y tienen pocas esperanzas de llegar a algún sitio seguro.
Tras tres meses en el mar del Sur de la China, Thanh, de 10 años de edad, pierde a su padre y hermano por hambre y enfermedad. Su madre muere en un ataque de piratas. Con 39 pasajeros menos, se rescata el bote de Thanh y se remolca hasta un campo de primer asilo en Puerto Puterca, Palawan.
Ahora Thanh es un niño desnutrido, perseguido por pesadillas constantes sobre su odisea en alta mar, donde presenció la dolorosa muerte de su padre y hermano y la violación y asesinato de su madre a manos de los piratas. Arropado en una cama tibia de un campo de refugiados, Thanh no se siente seguro al revivir en sueños su angustioso viaje.
Miles de niños como Thanh, con experiencias similares o peores han huído de Vietnam, Camboya o Laos hacia los campos de refugiados de Palawan y Bataan. Algunos hasta llegan sin sus familiares, que esperan encontrar asilo en algún país occidental y luego reunirse con sus hijos.
Si bien la mayoría de los niños refugiados se desempeña relativamente bien dentro del campo, Thanh pronto mostró señales de angustia y problemas mentales. No puede comer ni dormir bien, y es rebelde e indócil entre otros niños.
Los niños como Thanh representan menos del 2 por ciento de los 9.000 refugiados del campo de Bataan, dice Steven Muncy, psiquiatra y asistente social estadounidense de 30 años de edad que trabaja allí desde 1980. Es director ejecutivo de los Servicios Comunitarios Familiares y de Salud Mental, organización filipina privada sin fines de lucro que asiste a refugiados con problemas mentales.
Los pequeños que están solos, como Thanh, son muy vulnerables a la explotación, mala alimentación, falta de higiene, angustia y otras aflicciones.
De los 1.879 niños que trató el grupo de Muncy en los campos de Palawan y Bataan, 1.600 eran Vietnamitas. El resto era de Camboya y de Laos, y 130 de ellos estaban solos.
"Imagine un niño de 10 años aquí solo, sin su familia", dice Muncy. "Se sienten muy solos, extrañan a su gente, tienen miedo del futuro, miedo de dónde van a ir a parar, y de lo que se espera de ellos. Ud. seguramente tendría pesadillas sobre la fuga, pesadillas sobre su familia, preguntándose qué les está pasando".
Hace unos años, un niño de 12 años se suicidó tomando querosén. El trauma que resulta de las experiencias de estos niños en sus países -hambre, asesinatos y tortura- o durante la huída -exposición a los elementos, hambre, sed, enfermedad, muerte y ataque de piratas- a menudo se refleja en problemas físicos. Los niños tienen erupciones, dolores de cabeza y espalda o dolores en el pecho, sin motivo físico.
Las cicatrices psicológicas afloraron cuando niños camboyanos recibieron papel y lápices y se les pidió que dibujaran lo que quisieran.
"Dibujaron gente con la cabeza cortada, con los corazones arrancados, algunos comiendo sus propios miembros", relata Muncy. "No creo que lo hayan visto en televisión. Creo que son sus propias experiencias. Han visto cosas terribles. He visto dibujos de niños donde se cortaba a bebés por la mitad con cuchillos, con gente descuartizada, o con toda clase de cosas pinchadas en sus cuerpos mutilados. "Estos son niños que no han visto televisión ni han ido al cine. En general, dibujan lo que recuerdan de su propia experiencia. "Saldrán adelante, pero jamás olvidarán. Es más, espero que nunca olviden. Porque si uno no olvida, toma medidas para evitar que esto le pase a otra gente".