Especiales Semana

Perdidos en el Magdalena

Pedraza, un pueblo de pescadores y campesinos del Magdalena, vive en un abandono y una pobreza que parecen más allá de cualquier posibilidad de recuperación.

14 de octubre de 2006

Oswaldo Campos, un viejo pescador de piel curtida y cabello blanco, no sabe dónde duele más el hambre, si en el estómago o en el corazón. En esas madrugadas, en las que las redes están rezadas y no cae ni un bocachico, sabe que el día será largo, pues sin pescado no hay comida ni plata para comprar arroz, plátano o panela.
El ardor del estómago se convierte en dolor, en una dura espina que raya su corazón cuando llega a su humilde casa en Pedraza (Magdalena) y ve que sus siete hijos y sus cuatro nietos también pasarán trabajos. Por lo menos sabe que los que vayan al colegio recibirán comida, mientras que los demás deberán rebuscarse la manera de salvar el almuerzo.
Y en el vecindario no hay muchas alternativas. A pesar de estar a orillas del rico y grandioso río Magdalena, los residentes de este municipio de 12.000 habitantes viven en una pobreza que algunos piensan que sólo se ve en Chocó. Para muchos, es el pueblo más atrasado y marginal del Magdalena.
Ni la riqueza de las ciénagas vecinas ni de sus pastizales y huertas han servido para darle aunque sea un toque de progreso. Las únicas calles pavimentadas son las que circundan la pequeña plaza, construida en 1954 en memoria del primer año de gobierno del general Rojas Pinilla. La otra calle pavimentada es la que lleva a los otros corregimientos, y que fue realizada con recursos del Plan Colombia. “Allá sí que hay pobreza y la gente la pasa mal”, dice una de las líderes cívicas del pueblo, como si el infierno dejara de serlo por tener un lugar con uno o dos grados menos de temperatura.
El único empleador de Pedraza es la Alcaldía. Las otras fuentes son inciertas: trabajar en una finca, pescar, cultivar o trabajar en una lancha en el río.
“La pesca anda mala, y sólo hasta ahora, cuando el río volvió a bajar, se pudo cultivar maíz y yuca. El año pasado y este perdimos los cultivos, y aquí no llegó ninguna ayuda de las que ofreció el doctor señor de Agricultura”, dice Oswaldo, mientras arregla su red en el patio de la casa. A su lado está su nieta menor, que de un momento a otro dejó de caminar y ahora pasa el día en un caminador, viendo a los puercos buscarse la comida en el barro del patio o de las calles. “La han visto varios especialistas, pero no saben qué tiene. Ojalá el gobierno nos ayudara con niños así. Aquí nadie nos ayuda”, dice María del Rosario Barrios, esposa de Oswaldo. Ella, a sus 44 años, lleva 24 criando y cuidando niños.
“Estamos como el forro de la picha, para atrás”, dice uno de los habitantes, mientras otros culpan al Alcalde del abandono. El alcantarillado, que hay en algunas manzanas no funciona. El vertedero final quedó contra una pequeña colina, lo que hace que en invierno las aguas negras se devuelvan, rebosen las tapas y circule en medio de las calles de barro. Algunas veces el olor es tan penetrante, que causa el dolor de garganta colectivo que tienen los vecinos. Tan grave es el asunto, que es difícil quedarse más de dos minutos para verificar las denuncias.
El acueducto... pues “también se lo robaron”. Al tanque de almacenamiento sólo llegaron los murciélagos, pero la planta de tratamiento, que se pagó hace años, nunca llegó. El agua sale por las llaves como viene del Magdalena: amarilla, con los sedimentos y desperdicios que le bota todo el país, aguas arriba. Hay investigaciones, demandas y quejas, pero nada pasa. Y el alumbrado público, que le daba algo de progreso a Pedraza, fue desmontado. “Hay una cultura de no pagar, y en vista de que los habitantes no querían pagar los 10 millones de pesos que valía al mes, hubo que suspenderlo. Si ni siquiera pagan la luz de su casa, cómo van a pagar algo que consideran ajeno”, dice el alcalde, Néstor Carlos Vega, quien ha tenido que luchar para sanear las finanzas del municipio. Cuando llegó al poder, en 2004, recibió deudas por 5.800 millones de pesos, con un presupuesto anual de 2.200. Tras pagar salud, obligaciones y deudas, quedan 80 millones de pesos mensuales para atender una población que en un 95 por ciento vive en la pobreza, según Planeación Nacional.
Pedraza es la demostración viva del mito de Sísifo. Todos los días las personas tratan de escalar la montaña del hambre y la pobreza. Pero al otro día, cuando el ardiente sol llega al pueblo, el logro del día anterior se borra y comienza una nueva jornada por el sustento. Viven en un círculo vicioso que muy pocos rompen.
Todos en el pueblo creen que la única forma de que Pedraza deje el abandono es que llegue la ayuda del gobierno nacional: que les dé servicios públicos, pavimente las calles, construya las casas, les dé estudios a los hijos, les ayude con subsidios, con comida y que imponga algo de orden.
Ese es Pedraza, uno de los muchos pueblos de espaldas al progreso. Pero pese a tantos problemas, algunos se enorgullecen de las últimas dos grandes obras del pueblo: la remodelación del parque, que hoy ya no es fácil de ver, y una antena de Comcel. Como dice Oswaldo, el pescador, “yo llevo 28 años en este pueblo y nada ha cambiado”.