Especiales Semana

Petrona Martínez

Una de las máximas representantes del folclor puro colombiano. Ha llevado el bullerengue a los oídos del mundo y ha recibido importantes reconocimientos.

Natalia Villegas*
3 de diciembre de 2005

Lizette Lemoine no pudo llegar el día pactado. Se hizo tarde y pasó la noche en Malagana, el pueblo más cercano a la casa de Petrona Martínez, esa bullerenguera que sobresalía sobre las demás cantadoras de su región, Bolívar, y a quien andaba buscando para hacerle una propuesta. Llegó entonces a la mañana siguiente. Era febrero de 1997 y la matrona costeña, de 58 años, la recibió en su patio colmado de plantas y flores, una antesala a su rancho de piso de tierra, paredes de bahareque y techo de zinc. Se sentaron en dos bancos de madera y la documentalista colombo-francesa habló. "Quiero realizar un documental sobre usted y su música", le dijo sin rodeos. "¿Y yo qué voy a ganar con eso?", preguntó escéptica Petrona. "Con él puede salir del anonimato, dar a conocer su música". Y la promesa se cumplió. Gracias al documental Lloro yo, el lamento del bullerengue, Petrona Martínez se dio a conocer en Francia y meses más tarde grabó su primer disco compacto con el sello Ocora de ese país: Le Bullerengue. Este álbum le abrió las puertas del mundo y logró que Colombia entera se fijara en ella. Desde entonces, ha sido la embajadora de ese ritmo al que ella compara con un sancocho: la mezcla de los tambores africanos y la gaita indígena. Y sin más aspiración que el bullerengue perdure en las próximas generaciones, hoy es reconocida como la máxima representante del folclor puro colombiano y como la voz afrocolombiana más auténtica del Caribe. La fama le llegó pasados los 60 años. Tal vez por eso no ha dejado a un lado su esencia campesina. Nació en San Cayetano, Bolívar. Es la quinta generación de bullerengueras y de tanto escuchar los cantos de su abuela Orfelina, mientras doblaba tabaco o mientras hacía las labores del hogar, aprendió a cantar. Años más tarde, la voz de Petrona ya sobresalía entre las de las mujeres que, como ella, sacaban arena del río. Por eso su vecino Marceliano Orozco la invitó a presentarse en una fiesta y allí se unió a los Tambores de Malagana y más tarde formó su propio grupo. Así fue como obtuvo el reconocimiento en su región que le permitió a Lizette Lemoine llegar a conocerla. La primera vez que salió del país fue en el año 2000 y, desde entonces, no ha parado. Con el dinero que recibió de su primera gira se compró un burro para que cargara la arena que sacaba del río. Y si se hubiera ganado el Grammy Latino en el año 2002, al que estuvo nominada por el álbum Bonito que canta, en la categoría de mejor álbum folclórico, habría invertido esa plata en arreglar unas goteras del techo de su casa, como dijo en el momento. Cuando Petrona se va de gira, extraña su cama, le hace falta darles de comida a sus gallinas y cuidar de sus hierbas medicinales. Pero disfruta ese tiempo fuera. Sabe que cuando sube al escenario y el público es testigo de la explosión de energía que producen su voz vibrante y su movimiento de caderas, está llevando el buen nombre de Colombia al exterior. Y le gusta darle a entender al público que la música lo es todo, que cuando suenan los tambores se le quitan los dolores, se va la tormenta. *Periodista