Especiales Semana

PLATA LLAMA PLATA

Los ricos más ricos y los pobres en la misma olla de siempre.

26 de febrero de 1990

¿Hasta cuándo durarán las vacas gordas? Esa pregunta es la que se repite a lo largo y ancho del mundo industrializado. Porque la verdad es que los países ricos no tienen de qué quejarse.
La expansión económica de la década de los ochenta fue para ellos la más alta y prolongada después del final de la Segunda Guerra Mundial. Tanto Estados Unidos como Japón y los países miembros de la Comunidad Económica Europea registraron tasas de crecimiento promedios superiores al 3.5% anual, al tiempo que vieron disminuir la inflación y el desempleo.
Frente a tanta belleza, existen temores sobre la aparición de las primeras arrugas. La volatilidad de los mercados mundiales de valores, las presiones inflacionarias, la amenaza del proteccionismo, son hechos que preocupan a los analistas de la economía mundial. Cada uno puede influir para que se repita la pesadilla de la década de los setenta, recordada todavía por la presencia de inflación, recesión y desempleo.
El temor a la reaparición de esos males hace que los analistas sean cautos al hacer sus predicciones. Aunque la mayoría no cree en los pronósticos apocalípticos expresados por el economista hindú Ravi Batra en su libro "La gran depresión de 1990", sí se piensa que el desempeño de las economías industrializadas no será tan bueno en esta década como lo fue en la pasada. Se cree que, en el mejor de los casos, el crecimiento promedio del mundo industrializado estará cercano al 3% anual.
Una historia bien diferente es la que van a contar los países en desarrollo. Al fin y al cabo, para la inmensa mayoría de ellos la década de los ochenta fue una de las peores de este siglo. Latinoamérica, para sólo citar una región, acabó en 1989 con el mismo nivel de producción por habitante que tenía en 1977. Los únicos países que se destacaron fueron los del sudeste asiático, que gracias a una política agresiva de comercio exterior tuvieron las mejores tasas de crecimiento del planeta.
Lamentablemente, las perspectivas de los países de menores ingresos siguen siendo malas. Con las excepciones de rigor, la mayoría tiene ante sí una década en la cual va a experimentar el mismo camino tortuoso de los últimos años. Ni los países latinoamericanos, ni los africanos, ni los del sur de Asia parecen haber encontrado la salida a sus problemas. Aparte de la deuda (ver artículo) tendrán que lidiar con otros males como la hiperinflación, el desajuste fiscal, las crisis sociales y el empobrecimiento generalizado de la población. Tal como están las cosas, se necesita casi un milagro para que esas oscuras perspectivas cambien.
Dentro de ese escenario de contrastes entre ricos y pobres, la década verá nuevos experimentos en materia económica. El más publicitado hasta ahora es el de la apertura económica, un esquema que comenzó a ser usado en Chile a mediados de los setenta y que busca, con ciertos cambios reproducir el éxito alcanzado por las naciones en desarrollo del sudeste asiático. El énfasis principal de la idea es concentrar la economía al servicio de los mercados externos. Eso ha implicado, en los países que la han puesto en práctica, eliminar las restricciones a las importaciones y promover las exportaciones. A pesar de la fuerza que la estrategia tiene dentro de instituciones internacionales como el Banco Mundial, lo cierto es que las ventajas de la apertura no son concluyentes todavía. Sin embargo, la inmensa mayoría de los paises latinoamericanos la está aplicando en mayor o menor grado.
Una de las claves del éxito de la apertura es el comportamiento del comercio internacional durante la próxima década. Este ha crecido significativamente en los últimos años, pero los desbalances que existen entre los países más desarrollados pueden generar grandes cambios. El problema de los superávit comerciales de Japón y Alemania Federal con Estados Unidos ha ocasionado innumerables intentos para imponer un esquema de protección a la producción interna en el país del norte. Si eso llegara a suceder, las consecuencias podrían ser nefastas.Estados Unidos podría ser seguido por la Comunidad Económica Europea, en una guerra comercial donde no habría vencedores sino vencidos.
Esas y otras incógnitas se resolverán en los próximos años. Lo cierto es que la preocupación de los analistas tendrá que ver con los mismos puntos de siempre: el empleo, los precios y el crecimiento. Los años ochenta resultaron buenos para los ricos y malos para los pobres. Nada sería mejor que en los noventa, a diferencia de lo que ha venido pasando, todos resultaran ganadores.

TODO PUEDE SUCEDER
Si la incertidumbre es la norma de rigor en el caso de la economía mundial, en el de la economía colombiana la situación no es muy diferente. Existe una serie de interrogantes que pueden determinar el rumbo del país. Por ahora, la más grande es el cambio eventual del modelo de desarrollo. Las ideas sobre apertura que hoy son populares en Latinoamérica, han calado también en las mentes del actual equipo económico. Tal como están las cosas, se ha diseñado un plan según el cual, en un periodo de cinco años y de manera gradual, se irán liberando las importaciones y eliminando las barreras que existen para exportar. El objetivo, en último término, es aumentar radicalmente la tasa de crecimiento promedio de la economía. Esta ha venido cayendo en los últimos 25 años. Entre 1965 y 1974 la economía creció al 6.3%, entre 1975 y 1980 al 4.8%, y entre 1981 y 1989 al 3.2% . Y los cálculos de los expertos sostienen que con el ritmo actual será imposible evitar crisis en el área del empleo y del bienestar social.
Según el Banco Mundial, si Colombia adopta una política de apertura, el producto por habitante al final de la década (1.750 dólares) sería superior en un 15% al que se obtendría si se mantienen las políticas actuales. Así mismo, las exportaciones aumentarían sustancialmente su participación dentro del producto interno y el desempleo permanecería en niveles cercanos al 6% de la fuerza de trabajo. Por otra parte, se prevée que si la apertura tiene lugar la tasa de inflación interna disminuiría sensiblemente, como resultado de la mayor eficiencia de las empresas.
Pero ese no es el único factor que puede ser determinante en el comportamiento de la economía colombiana. También se encuentran elementos cuyo peso es todavía imposible de disimular: tal es el caso del café, que en los últimos años ha perdido potencia como motor de crecimiento, pero que sigue siendo vital para la buena salud del país. El año pasado el precio internacional del grano le ocasionó serios problemas a la política económica, como consecuencia de la ruptura del Acuerdo Internacional del Café. No obstante, diferentes expertos pronostican que para mediados de la década la cotización del grano colombiano habrá llegado a niveles reales cercanos a los que tenía hace un año.
Otro factor importante es el desempeño de las explotaciones mineras. En particular, la suerte de los precios del carbón y el petróleo es definitiva para que la economía colombiana no sufra sobresaltos mayores.Pero no sólo el valor del barril de crudo es clave. Si Colombia no renueva adecuadamente sus yacimientos petrolíferos, todo indica que para, 1998 el país dejaría de ser autosuficiente en materia de hidrocarburos.
Los resultados en esa área están atados indirectamente a lo que suceda con uno de los grandes obstáculo que tiene el país para su desarrollo: la violencia. Aunque es imposible medir cuánto se ha perdido en proyectos no iniciados o en ideas pospuestas, lo cierto es que los increíbles niveles de inseguridad que se viven en Colombia atentan contra la economía.
Pero si de ser optimistas se trata. también hay que tener en cuenta las grandes ventajas con que cuenta el país. Aparte de sus recursos naturales y de su localización geográfica, Colombia tiene una economía relativamente estable y una población joven, con niveles crecientes de educación. Además, este es un país urbano que cuenta con la distribución de habitantes más armónica de América Latina. En Colombia no se puede hablar tan sólo de un polo de desarrollo, o de una ciudad que lo concentre todo. Tanto en la zona andina como en las llanuras y las costas hay ventajas comparativas para el desarrollo de la industria, el comercio o la agricultura. Todas esas cualidades constituyen, precisamente, el gran reto del país para los años noventa. Muchas de las naciones que hay sobre la Tierra no pueden desarrollarse por que sencillamente no tienen con qué. Colombia, sin ser el centro de la opulencia, puede dar el gran salto. Sólo requiere la combinación adecuada de suerte y buen manejo para que el sueño de 1990 se vuelva realidad en el año 2000.