Especiales Semana

Posgrados, calidad y pertinencia

Por su valor agregado y por las deficiencias de algunas carreras, los posgrados son cada vez más importantes para la vida de las personas.

Francisco José Lloreda Mera*
28 de marzo de 2004

La importancia de la educación no admite dudas. Suficientes estudios demuestran que a mayor escolaridad, mayor probabilidad de mejorar económicamente. Se le considera un factor importante en la movilidad social que impacta a las generaciones siguientes. La educación superior y los posgrados no escapan a esa circunstancia. Es más, el desarrollo económico y la competitividad de las naciones están ligados a la formación de capital humano en el nivel superior. No obstante, varias inquietudes aún gravitan en torno de la razón de ser de la educación superior y del papel de los posgrados. ¿Cuál debe ser el fin de los posgrados? ¿Cómo garantizar que cumplan su propósito; que no sean un engaño?

La educación superior ha tenido una importante expansión en el mundo desde mediados del siglo XX, y Colombia no ha sido la excepción. La cobertura neta en el país pasó de 7 por ciento en 1985 a 14 por ciento en 2001; en 1990 había 487.488 estudiantes matriculados y en 2002, 877.994. Sin embargo, comparado con los países de la región, Colombia presenta un leve rezago en cobertura bruta (21,8 por ciento comparado con 25 por ciento de América Latina) que el gobierno nacional aspira cubrir creando 400.000 nuevos cupos. Dicha expansión, sin embargo, no siempre estuvo acompañada de una preparación: se improvisaron profesores y programas, sacrificando la calidad. Ello ocurrió no sólo en Colombia sino en la región.

Llama la atención en el caso colombiano la cantidad de cupos no utilizados en pregrado y posgrado, y la deserción de estudiantes. Un reciente estudio de la Contraloría General señala que en 2001, 197.321 cupos en pregrado y 53.167 en posgrado no fueron usados, y la tasa de permanencia a quinto semestre en las universidades públicas fue del 76 por ciento. Las secuelas de la recesión y los costos educativos podrían explicar lo sucedido, pero no es extraño que también obedezca a otros factores: umbrales altos en las admisiones, una oferta poco pertinente o una calidad deficiente. Lo cierto es que muchas instituciones, más las privadas que las públicas, no logran 'colocar' la totalidad de cupos disponibles.

En Europa y Colombia, a diferencia de Estados Unidos, el pregrado (a nivel profesional) es bastante especializado: bueno para quienes tienen claridad acerca de lo que les gusta pero riesgoso para quienes no, pues encasilla a los estudiantes desde muy temprano. El alto número de estudiantes con pregrado (e incluso con posgrados) que no encuentran trabajo evidencia problemas de sintonía entre la educación y el mercado laboral. Se da una desprofesionalización en doble vía: algunos estudian una profesión conscientes de la dificultad de encontrar luego un empleo afín, y el mercado no siempre especifica una determinada profesión: le es indiferente, siempre y cuando sea un programa profesional.

Ahí es donde los posgrados entran a jugar un papel decisivo. El empleador en los cargos calificados tiende a fijarse en el valor educativo agregado que proporciona un posgrado. Ello se debe en parte a la disminución en el valor académico de algunos pregrados a causa de la proliferación de estos y a la dificultad de diferenciar los de buena calidad. Por eso, en algunos países e incluso a escala internacional, un pregrado sin especialización o maestría dice poco, y en el campo académico la exigencia de doctorado es creciente. Entonces, la relevancia de los posgrados va en aumento. Por eso su pertinencia y calidad deben ser un compromiso de las instituciones y una exigencia de la sociedad.

La calidad de los posgrados en el país es desigual. Existen especializaciones y maestrías excelentes y otras de regular calidad. Puede afirmarse, sin embargo, que el compromiso de los últimos gobiernos y las instituciones con el mejoramiento de la calidad es mayor. Los estándares mínimos de calidad, los exámenes de calidad de la educación superior y la acreditación han contribuido a depurar la oferta educativa en pregrado, y a calificar los posgrados, y han creado una mayor conciencia (y exigencia social) en favor de la calidad. Quienes están interesados en adelantar un pregrado o un posgrado pueden acceder a una información privilegiada con la que antes no se contaba, para tomar mejores decisiones.

Es claro que las especializaciones y maestrías cumplen diversos fines: para unos son la extensión del pregrado; para otros, la oportunidad de profundizar en un área específica no necesariamente ligada al pregrado; muchos lo hacen para ampliar el abanico laboral o reorientarse profesionalmente y uno que otro, para 'lavar' un pregrado de mala calidad. Lo delicado del asunto es que en no pocos casos los posgrados cumplen una función de 'paramédicos' que no le corresponde, lo que atenúa deficiencias propias de los pregrados o de la inflexibilidad de nuestro sistema educativo. Ello sugiere ponerles más cuidado a los posgrados pero también a los pregrados ya que están concatenados los unos con los otros.

La introducción de programas generales de educación superior en pregrado que encajen con especializaciones cortas, paralelos a los programas profesionales existentes (que son más especializados), merece explorarse sin timidez: programas más flexibles a partir de un estudio juicioso de las competencias básicas que reclama el mercado laboral. Ello sería conveniente para muchos colombianos y ayudaría a precisar la razón de ser de las especializaciones y las maestrías, convertidas a veces en comodín para los estudiantes y negocio para las instituciones. Permitiría incluso especializar algunas: unas ofrecerían programas generales; otras, los programas profesionales, técnicos, tecnológicos o de investigación.

El gobierno examina ese camino. El presidente Álvaro Uribe no sólo está comprometido con la ampliación de cobertura y con afianzar los instrumentos que garantizan mayor calidad, sino en encontrar alternativas de pregrado flexibles. La acreditación podría ayudar a ese fin; algunos programas que en unos años no cumplan ese requisito podrían ser candidatos a convertirse en generales. El examen riguroso de la pertinencia y calidad de las carreras técnicas y tecnológicas y las especializaciones y maestrías son un paso importante pero no suficiente. La educación superior reclama una revisión integral que permita una mejor articulación entre la educación media, los pregrados y los posgrados.

Más allá de las reformas sugeridas, los posgrados son cada vez más importantes. Por su valor agregado y por las deficiencias de algunos pregrados. No obstante la oferta creciente de posgrados en el país, una excelente noticia en principio podría ser contraproducente si flaquean en la pertinencia y calidad.

El gobierno y las instituciones tienen el deber de garantizar programas de alta calidad, pero los ciudadanos y quienes aspiran a realizar estudios superiores tienen la responsabilidad de informarse para evitar engaños. En el caso de un posgrado, tener clara la razón por la que se realiza, aterrizadas las expectativas, e indagar hasta la saciedad la solidez, la pertinencia y la calidad de éste.



* Ex ministro de Educación. Candidato a doctorado en política, Universidad de Oxford.