Especiales Semana

Reacción en cadena

La oleada terrorista acentúa la recesión económica global. Crece la desconfianza en los mercados financieros.

15 de octubre de 2001

Bastaron un par de minutos para que la palabra recesión se extendiera como pólvora por todo el planeta. A medida que caían las Torres Gemelas de Nueva York —emblemas por excelencia del capitalismo mundial— el fantasma de la desaceleración económica cobraba vida propia. En sólo unos instantes las bolsas asiáticas y europeas se desplomaron, el precio del petróleo se disparó por encima de los 31 dólares el barril, la rentabilidad de los bonos se hundió y el dólar cedió ante las principales monedas.

Los atentados terroristas contra Estados Unidos pusieron a tambalear todo el sistema financiero internacional. Colocaron en jaque a los mercados en un espectáculo jamás visto desde la Segunda Guerra Mundial, cuando las bolsas del mundo se desplomaron 5 por ciento en menos de 48 horas.

Ante la suspensión de los negocios en Wall Street todas las bolsas latinoamericanas presentaron caídas que iban del 6 por ciento en México al 2,9 por ciento en Chile. Al otro lado del Atlántico los mercados acumularon pérdidas desde 4,6 por ciento en Madrid hasta 8,5 en Frankfurt.

Pero los efectos más importantes que se observaron en las pantallas fueron el euro acercándose a los 0,92 dólares, el petróleo tocando el nivel más alto en los últimos nueve meses y el oro rompiendo la barrera de los 290 dólares la onza. Otros aumentos importantes se observaron en los metales no preciosos (zinc, cadmio y cobre), en los que los incrementos alcanzaron hasta 10 por ciento.

Buscar refugio

Las explicaciones fueron diversas. Sin embargo la más común obedece al instinto de conservación que caracteriza a los inversionistas: buscar activos de refugio. Cuando estallan crisis internacionales los inversionistas quieren tener en sus manos activos que puedan ser liquidados con rapidez y que sean más seguros. Por eso la mayoría opta por vender acciones y bonos y se dedica a guardar efectivo o comprar oro, considerado aún como el valor más apetecido en períodos de agitación.

“Hay una gran desconfianza en el sistema bancario mundial y esta terrible tragedia lo va a empeorar. Hay un espíritu similar al que se vivía en los años 30 y la tendencia de la gente es refugiarse hacia algo seguro, que en esta situación es el dinero líquido”, asegura Jaime Mejía, analista de The Wall Street Journal en Nueva York.

Según Mejía la situación económica mundial ya era muy crítica pero estos atentados pueden agravar la situación. “Lo único que sostenía la economía de Estados Unidos —y por ende la del mundo— era el consumo interno. Pero ahora la confianza de los consumidores va a disminuir y con ella el nivel de gasto”, asegura el analista.

Y es que el atentado terrorista invocó al mayor enemigo que pueden tener los mercados: la incertidumbre. Por un lado, la sensación de inseguridad que sufren desde el martes pasado muchos ciudadanos estadounidenses probablemente les hará contenerse más a la hora de consumir. Algunos acudirán a los bancos a sacar el dinero que en ellos tenían depositado. Otros preferirán simplemente dejarlo guardado y no gastarlo para tener ahorros con qué enfrentar una eventual crisis.

Por el otro, la avalancha especulativa por parte de los operadores del mercado en torno a una eventual retaliación de Estados Unidos contra alguno de los países productores de petróleo ha disparado la cotización del precio del crudo. No obstante muchos analistas creen que el impacto en los precios no será permanente.

Las perdidas

Aunque nadie sabe con certeza a cuánto ascienden las pérdidas ocasionadas por los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York ya se habla de 20.000 millones de dólares. El World Trade Center no sólo era visitado a diario por 150.000 personas de todo el mundo sino que en él tenían su sede más de 430 compañías de 28 países diferentes, entre ellas corporaciones bancarias, empresas de seguros, de transporte, importación y exportación, así como otras.

Para la estimación de las pérdidas se deberán tener en cuenta el valor de las propiedades de las empresas con sede en esos edificios, las compensaciones para las víctimas, las pérdidas de actividades de las compañías y los costos de transferencia de las mismas. También deberán pagarse seguros por lucro cesante, vida, reparaciones y daños a automóviles, entre otros.

Hasta ahora el desastre más costoso en la historia de Estados Unidos había sido el ocasionado por los disturbios de Los Angeles en 1992, el cual arrojó pérdidas aseguradas por 775 millones de dólares. El atentado anterior de 1993 contra el World Trade Center había provocado pérdidas aseguradas por 510 millones de dólares, mientras que el de 1995 en Oklahoma City contra un edificio federal se tradujo en pérdidas de 125 millones de dólares.

Según el Instituto de Información sobre Seguros los ataques terroristas contra las dos torres del World Trade Center de Nueva York constituirán la catástrofe de origen humano más costosa de la historia estadounidense.

“No hay que olvidar que el sector asegurador es una industria y que lo ocurrido desborda todo. Esto es un desastre que escapa a cualquier posibilidad de compensación”, asegura el analista y directivo de Prospectiva Económica y Financiera, Javier Fernández Riva.

También la industria aérea padecerá dolorosas consecuencias. Cada día que estén cerrados los cielos estadounidenses dejan de volar cerca de 55.000 aviones, que transportan alrededor de dos millones de pasajeros. Las pérdidas en este sentido son incalculables, sobre todo si se tiene en cuenta que, una vez se restauren las operaciones normales, se estima que el nivel de pasajeros disminuirá en aproximadamente un 20 por ciento por los mayores temores de los usuarios. Así sucedió durante el año siguiente a la Guerra del Golfo Pérsico. En aquella época las compañías de aviación comercial dejaron de percibir cerca de 2.000 millones de dólares por este concepto.

Lo cierto es que desde el punto de vista económico el shock será tremendo. Más allá de la reconstrucción física de las instalaciones destruidas, de las indemnizaciones y seguros por pagarse y de las secuelas sobre la industria aeronáutica, la oleada terrorista podría tener un costo aún mayor. Podrían inducir una crisis de confianza y por esta vía acelerar la llegada de la recesión. Algunos de los efectos —como la especulación en el mercado del petróleo— irán desapareciendo en los próximos días pero otros —como el bajonazo aeronáutico y la inminente recesión— tendrían una repercusión más duradera. Muchos aseguran que ya nada será como antes. Que el daño al mundo y a la economía ya está hecho.