Especiales Semana

Requiem por la selva

En un escenario ideal, la Amazonia debe permanecer intacta como pulmón del planeta, pero en 2020 buena parte habrá sido destruida.

Andrés Hurtado García
24 de septiembre de 2004

No me fue muy bien con los amigos cuando les pregunté cómo veían la selva y los Llanos Orientales dentro de 20 años. ¿Cuál selva?, me dijo uno. Otro ve la selva y los llanos "taquiados de mesas chiquitas y sofás de diálogo en cada curva de los ríos y detrás de cada palo". El más negativo duda si estará vivo para esa época, "con esa violencia aterradora".

El futuro de la selva amazónica colombiana y de los llanos se inscribe en el marco general del casi nulo interés de todos los gobiernos y de los colombianos por el medio ambiente y los recursos naturales. Y cuando los ex funcionarios de gobiernos recientes critican al actual no sólo porque hace poco sino que mucho deshace, lo suelen hacer no tanto para censurar al presidente Álvaro Uribe sino para mostrar que ellos 'sí hicieron', cuando en realidad poco hicieron y sólo pueden mostrar muchas leyes y proyectos de papel.

Cada año, religiosamente, dedico un mes a recorrer la selva amazónica y los Llanos Orientales. Hablando desde allí y no desde oficinas, y no siendo funcionario del gobierno (todos los funcionarios deben forzosamente ser demasiado optimistas y mentirosos para que los mantengan en el cargo), mi visión de estos ecosistemas dentro de 20 años es simplemente catastrófica. En el preciso momento de escribir estas líneas leo en la prensa esta rimbombante noticia: "El Ministro de Agricultura presentará la próxima semana en Tokio el más importante megaproyecto de recuperación de bosque tropical húmedo del mundo, ubicado en las sabanas altas de la Orinoquia, para ser desarrollado durante 20 años en 6,3 millones de hectáreas ociosas. La inversión se estima de 15.000 millones de dólares". Así hemos visto proyectos y ríos de dinero para salvar el río Magdalena, el Macizo Colombiano... Los colombianos serios (¡perdón!) nos reímos de estos planes. Veremos todo en agua de borrajas y muchos bolsillos llenos, demandas y peculados y robos y corrupción. Ya deben estar algunas personas y organizaciones maquinando cómo participarán del gigantesco ponqué.

Responsabilidad compartida

A quienes se les debería preguntar, en estricto orden, por el futuro de la selva y los llanos es a: primero, los drogadictos de Estados Unidos; segundo, a los mafiosos de Colombia y del mundo; tercero, al gobierno colombiano; cuarto, a la policía que fumiga con glifosato. En el mismo estricto orden, los estamentos anteriores son culpables y responsables de la destrucción del llano y de la selva, con la aclaración de que los dos primeros lo son directamente y los dos últimos, indirectamente, pero igualmente responsables. Los humildes sembradores de una chacra de coca y los raspachines, más que culpables, son víctimas de la catástrofe.

Presentado el negro (supernegro, como dicen los gomelos y la gente inculta) panorama, expliquemos el desastre y desglosemos responsabilidades. Los gobiernos colombianos, y señaladamente el actual, no tienen voluntad política ecológica. Todos han sido torpes y cortos de miras, por lo que en el futuro se debería juzgar a los ex presidentes y ex funcionarios por asesinos, directa o indirectamente, de los recursos naturales.

El actual gobierno, en especial, da muestras de una ceguera impresionante. Convertir al Ministerio de Medio Ambiente, que debería ser el primero y más boyante del país, en un adminículo del de Vivienda es un despropósito mayúsculo. Y así los Parques Nacionales Naturales de todo el país y en especial de la selva y los llanos, que deberían ser los mimados del Ministerio de Hacienda, penan en el abandono. ¿Y los gobiernos anteriores? Cuando se hizo el homenaje de las academias al 'Mono' Hernández, el sabio más importante del neotrópico, pregunté al entonces ministro del Medio Ambiente por qué aceptaba el glifosato si en un momento en que Prosierra se mostró tan crítico de las fumigaciones, y me dijo que yo no entendía de las cosas del Estado. Entonces le pregunté cuál sería su actitud frente al glifosato cuando ya no fuera ministro y me contestó que ya vería él qué opinión tendría.

Mientras los países consumidores de droga no logren erradicar el problema, los países productores, o sea nosotros, no acabaremos con el flagelo de los cultivos ilícitos. Es tal el dinero, son tales las millonadas de dólares, que no hay poder humano para desbaratar la cadena.

La selva y los llanos continuarán destruyéndose, talándose para cultivar coca, y las montañas para cultivar marihuana y amapola. A más del deterioro ambiental de los ecosistemas por la tala de los bosques y el envenenamiento de los ríos por los agroquímicos, sobreviene la terrible descomposición social de los indios, colonos y cultivadores. Pretender solucionar el problema con glifosato es lo mismo que apagar un incendio con una explosión de dinamita. Lo apaga y acaba con todo.

Condena a muerte

En todos los ríos de la selva se ha descubierto oro. Tenemos entonces miles de mineros escarbando en el fondo de los ríos y envenenándolos con mercurio. La tala no termina. Millones de hectáreas en Caquetá, Guaviare y otros departamentos de la selva se convierten en pastizales para una pobre ganadería de subsistencia.

Los alzados en armas, por su parte, contribuyen a la hecatombe con la tala de la selva, construcción de carreteras y con otras obras como miniciudades y estructuras de cemento. La carretera que atraviesa todo el Parque Nacional de la Macarena desde Piñalito hasta el pueblo de la Macarena es el mejor de los terribles ejemplos. Y el presidente Uribe, en uno de sus consejos de gobierno, prometió que pavimentará la vía. Sé que ya se están formando pequeños poblados dentro de la selva a orillas de la carretera.

El Presidente dijo que temía más a los fusiles de la guerrilla que a las carreteras que ella abre en la selva. Lo que quiere decir que si hay reelección y, peor, si sobreviene una 'trielección', el gobierno Uribe condenará a muerte a la selva amazónica colombiana. Y yo particularmente iré a llorar al Caño Cristales, el río de los cinco colores, el más bello del mundo, al que he hecho conocer en todo el planeta, porque la carretera hecha por la subversión y pavimentada por Uribe Vélez llevará al río choferes gordos y bigotudos a lavar camiones y nuestro río se convertirá en una cloaca nauseabunda.

El Ministerio de Medio Ambiente del gobierno anterior declaró a la prensa en su momento que hacia el año 2020 la reforestación convertirá millones de hectáreas taladas en bosques hermosos. Ha habido siempre en Colombia una falacia en cuanto a las reforestaciones. Se insiste mucho en ellas y no está mal. Pero es que reforestar da muchos dividendos políticos y de todo tipo. Se ve, se nota, se admira más un árbol sembrado donde no lo había, que notarse un bosque intacto donde estaba y donde sigue estando. Si de reforestar o de conservar se trata, es más importante mil veces conservar. Ante todo se debe hablar primero de conservar los bosques y las selvas nativas. Y hacia este objetivo se deben dirigir todos los esfuerzos. Si además se reforesta -se debe reforestar-, el panorama aparece más despejado y positivo.

Amazonas 'republic'

A este desolador prospecto viene a juntarse la intención de Estados Unidos y las potencias de apoderarse de la Amazonia. En geografía y mapas de Estados Unidos aparece separada la Amazonia de los "ocho países extraños, los cuales en su mayoría son reinos de violencia, tráfico de drogas, ignorancia... pueblos sin inteligencia y primitivos... una de las regiones más pobres del mundo y cercada por países irresponsables, crueles y autoritarios". Así opinan de nosotros los 'ab-USA-dores' del norte. Aparece separada de nuestros mapas, cercada y señalada como perteneciente a los países del G-23, liderados por Estados Unidos.

¿Soluciones? Triste es pensar que la solución se escapa de nuestras manos. Cuando el mundo desarrollado deje de consumir las drogas que para ellos producen los subdesarrollados, nuestra selva y nuestros llanos recibirán la mejor noticia.

Debemos, pues, además, solucionar el problema de los alzados en armas que de por sí y con su contubernio con las mafias de las drogas destruyen los ecosistemas. Y la solución de este problema es menos con las armas, menos con el glifosato, y más con la concertación y gigantesca inyección de soluciones sociales de educación, salud, subsidios y sustitución efectiva y válida de cultivos.

En un estado ideal de cosas, la selva debe permanecer intacta como pulmón del planeta y hábitat de etnias ancestrales. Una solución efectiva y dentro del desarrollo sostenible es el ecoturismo, tal como lo manejan en la Gran Sabana Venezolana. Allí han incorporado a la cadena de producción turística a los indios (no indígenas como pretenden llamarlos algunos), a los indios que quieran entrar en el esquema.

El mundo busca otras formas de turismo distintas a las convencionales: el turismo a los países que ofrecen naturaleza y espacios intactos y turismo de vuelos especiales. Nosotros podemos ofrecer el primero en cantidad y calidad superiores, eso sí, bajo unas normas severas, estrictas, que contemplen multas disuasorias y cárcel para los depredadores. Sin compasión. ¿Podremos hacerlo? Otra solución es intercambiar oxígeno por deuda externa. En este terreno es mucho lo que podemos ofrecer y mucho lo que podemos ganar.

De otro modo, y de seguir así (¿y quién asegura que no seguiremos así?), nuestros hijos y con mayor razón los nietos sólo conocerán la selva en documentales de televisión que se pondrán, ellos también, a precio de oro, o mejor de agua. Y el marinero de Colón, resucitado, en vez de gritar: "¡Tierra, tierra!", podría emocionado exclamar: "¡Selva, selva!".

*Periodista y fotógrafo experto en temas ambientales