Especiales Semana

A ritmo paisa

Música al servicio de la educación y el diálogo es la filosofía de Jorge Franco, musicólogo, investigador, intérprete y empresario de la cultura popular.

24 de septiembre de 2001

¿Que tienen en comun la banda sonora de la película La vendedora de rosas, un álbum de música de cámara para ballet, los reggaes y calypsos de Jahmin Jah y el CD del grupo de música andina colombiana Seresta, que este año estuvo nominado a los premios Grammy Latino? Que detrás de todos se encuentra Jorge Franco, un músico e investigador antioqueño que en más de 25 años ha abordado la música desde la academia y el sentir popular. El resultado ha sido la variada discografía del sello Guana Records y una serie de proyectos en los que a través de la música ha promovido procesos educativos y de convivencia en zonas de conflicto.

Jorge Franco nació en Medellín el 13 de marzo de 1953, hijo de Marco Tulio, un arriero, y de Rosita Duque. “En la finca del abuelo eran frecuentes las tenidas musicales donde se despedía la tarde y se saludaba la noche al calor de pasillos, danzas y bambucos”. El abuelo le enseñó un par de acordes de tiple cuando tenía 6 años. Luego llegaron las clases con músicos no letrados, “con quienes aprendí un bello repertorio y la función social de la música”.

Se graduó de bachiller en 1970 y en 1978, junto con sus hermanos Tito y Luis Fernando, hicieron su primer trabajo de campo en el Festival del Bambuco en Neiva, donde aplicaron los conocimientos adquiridos con la etnomusicóloga María Eugenia Londoño. Por primera vez integraron la investigación de campo a su experiencia de intérpretes.

Con Luis recorrió el Macizo Colombiano, la Costa Atlántica y la región Andina y recopilaron cientos de horas de grabación en ferias y fiestas populares. Entre 1978 y 1983 estudiaron en la Escuela Superior de Música y un año después fundaron la academia Porarte, en donde empezaron a aplicar los valores de la cultura musical regional a procesos formativos académicos.

La investigación en el Macizo Colombiano les permitió conocer y diferenciar las músicas campesinas de comunidades del Cauca y el Huila y las músicas indígenas de Tierradentro y Guambía. “Me impactó conocer otras formas de relacionar la vida con la música”.

Años más tarde Franco corroboró esta íntima relación entre vida y música. En su trabajo en el Cauca utilizó las músicas de la región para desarrollar programas educativos. Como resultado de esta experiencia las comunidades elaboraron cartillas para enseñar diversas materias y reconocer y valorar su territorio. El trabajo con la comunidad embera chamí de Cristianía, Antioquia, que Jorge Franco desarrolló en 1988 junto con la profesora Londoño, trajo como resultado un libro con disco que ganó el premio Casa de las Américas.

Como si lo anterior fuera poco dictó cátedra de música europea desde la Edad Media hasta el siglo XX; como director de la Fonoteca organizó una colección de más de 25.000 volúmenes; formó parte del grupo de investigación Valores Musicales, que evaluó más de 10.000 ejemplos de música andina, y trabajó en el centro de Documentacion Musical del Ministerio de Cultura, donde evaluó más de 1.000 ejemplos de todas las regiones colombianas.

En 1997 Jorge y Luis Fernando fundaron el sello disquero Guana Records y montaron el estudio 4-01, que en cuatro años de existencia presenta un catálogo muy variado pero con un denominador común. Son discos que respetan y valoran las raíces culturales pero producidos de tal manera que les llegan a toda clase de públicos. No son trabajos para eruditos ni especialistas. Por el contrario: Jahmin Jah fue todo un suceso en San Andrés y Providencia el año pasado y el álbum Chocó fue éxito en Quibdó.

No es una tarea fácil. “El intercambio entre los músicos con formación académica y los cultores de música popular ha sido conflictivo en Colombia. Todavía existe la discriminación de la música popular en escuelas y conservatorios”, comenta Franco, quien plantea una visión opuesta: “La música puede y debe ser el espacio de convivencia de culturas. Pensemos en las elaboraciones de Béla Bartok sobre las músicas étnicas de Europa Oriental”.

A este procedimiento, que involucra investigación, conocimiento, creación, experimentación, trato con el otro y nueva sonoridad con elementos de unos y otros, él lo llama músicas participativas, “que van más allá de la fusión tan en boga hoy en día”. Es, como él mismo lo dice, poner a dialogar a una coplera de 70 años con un rapero de 20, poner a dialogar todas las voces de una región en conflicto como el Magdalena Medio.

Una reflexión final de Franco podría resumir el sentido de su trabajo: “Tenemos que abrir el corazón y el oído al otro para construir juntos una nueva música. La música es vida y la vida es música”.