Especiales Semana

Salvando a los ingas

Flora Macas está luchando para evitar que este pueblo pierda su cultura.

18 de junio de 2011

Cada mañana, Flora Macas guarda silencio para escuchar el sonido de la montaña, fuente de mayor inspiración en el colegio indígena Yachaicurí. ‘Tucto’, como la llaman los inganos del Caquetá, luego acude sigilosa a la casa de ‘Mamá Nativa’ para dialogar sobre el nuevo día escolar en los predios del resguardo de Yurayaco.
 
Flora es una de las líderes de una institución que intenta salvar a todo un pueblo del exterminio cultural y a su territorio del saqueo y “de la mirada del blanco”. Al colegio Yachaicurí, que significa ‘seguir aprendiendo’, llega desde el más anciano hasta el más niñito.
 
“Los mayores siempre han insistido en una espiritualidad propia. La ceremonia del ambiwaska en este sentido es la guía”, dice Flora mientras observa a ‘Mamá Nativa’, cuyo nombre es Natividad Mutumbajoy y fue quien motivó a Flora a disponer su espíritu para servir a Dios desde el pensamiento inga.
 
Hace varios años, Flora perteneció a la comunidad religiosa bethlemita y cuando estaba en Ecuador supo sobre aquel pueblo indígena de Colombia parecido a los quechuas, que habitaba en una zona limítrofe ubicada entre los Andes y la selva.

Al llegar en misión a ese pueblo, se dedicó a la protección del territorio y a salvaguardar su cultura: “Sentí la necesidad de hacer un colegio para los niños. Les dije a las hermanas que me apartaba de su comunidad porque quería ser coherente”, relata Flora.

Aquel sueño de organización tomó forma en el Primer Encuentro de Taitas en la Amazonia Colombiana, que tuvo lugar en Yurayaco a comienzos de junio de 1999.
 
En una década de constante violencia en el sur de Caquetá, el colegio ha soportado los rigores de habitar en Colombia: “Sufrimos mucho con la guerra. Los grupos armados llegaron a confundir a los estudiantes, pero iluminamos el pensamiento de los jóvenes y le hicimos frente a la guerra”, enfatiza Flora.
 
Porque en Yachaicurí también se inculca que Colombia debe ser digna, armónica y sin violencia.