Especiales Semana

SAN ANDRES Y PROVIDENCIA

27 de noviembre de 1989


los mil y un encantos
Ya desde el avión, poco antes de terminar ese vuelo que seguramente se ha iniciado en el interior del país, se empieza a sentir la atracción que ejercen las islas sobre sus visitantes. Al bajar las escaleras de la aeronave se recibe el caluroso saludo de la brisa marina, con aroma de coco y pez.
La cadencia musical de las voces islehas, la mezcla de idiomas que llega hasta el oído y la amabilidad de gente dispuesta a ayudar al turista en cada trámite y en cada recorrido, indican que se ha llegado a uno de los lugares más privilegiados del Caribe.
La enorme variedad de planes turisticos asegura un hotel para todos los gustos y un progra ma que se ajusta a cualquier presupuesto... Un programa que se quiere iniciar lo antes posible bien sea con un cocte de bienvenida, un refresco a la sombra de las palmeras o un recorrido por las calles aledañas al hotel.
Un sólo vistazo al mar o a la guía turística de la habitación hará pasar por la mente las mil y una opciones para disfrutar en la isla: pasarán los yates, con su promesa de descubrir mundos nuevos sobre el mar, y las pequeñas lanchas que aseguran diversión a corto plazo; pasarán las motos y los carros descubiertos, con su mensaje de libertad y de brisa permanente, pasarán las tablas de esqui y los trajes de buzo, con la idea de un mar multicolor y de hermosos corales que enriquecen el paisaje; pasarán también, inevitablemente, las calles comerciales, y la imaginación comenzará a soñar hasta donde los pesos o los dólares se lo permitan. De repente, tal vez a pocos pasos de la playa, un nativo despertará al turista de su viaje por la fantasía, para ofrecerle una opción extraordinaria que bien puede ser el punto de partida de la diversión en grande: una vuelta a la isla, para descubrir a cada paso los exóticos sitios de interés.
Para empezar, la atención puede fijarse en las playas del centro, con su arena blanca y coralina, donde el bañista puede disfrutar del mar con seguridad y se puede desplazar fácilmente hacia una de las zonas con mayor oferta gastronómica. En el costado noroeste se encuentra la Avenida Newball, donde están situados el Paseo de los Enamorados y el Sunrise Park, uno de los parques de recreación más bellos del país. Más adelante se presentan ante los ojos del turista el Coral Palace (sede del gobierno intendencial), el edificio del Consejo y las dependencias del SENA, que constituyen edificaciones que evocan variantes de la arquitectura isleña. La avenida termina en el muelle intendencial, donde atracan cargueros de gran capacidad al igual que embarcaciones de cabotaje.
Por la carretera que conduce a San Luis, el tradicional sector nativo de San Andrés, se encuentra Rocky Cay, un pequeño cayo a escasos 100 metros de la playa, caracterizado por la poca profundidad de sus aguas y por la tranquilidad que allí reina. Más adelante está la Bahía Sonora (Sound Bay), uno de los sitios más visitados por el viajero, debido a la extensión de sus playas y lo atractivo de sus olas cortas.
Bordeando el mar por este costado se llega a la punta sur de la isla, donde se encuentra el Hoyo Soplador, el mágico geiser natural que lanza chorros de agua de mar hasta unos 20 metros de altura. El sitio resulta excepcional para disfrutar de un agradable plato de cangrejos rellenos acompañados de una cerveza fría. Siguiendo por la costa suroccidental se llega a la Bahía o Rada del Cove, un puerto natural de singular hermosura donde se encuentra un restaurante de pescadores nativos, en el que se pueden degustar los más exquisitos frutos del mar.
Si se toma una variante carreteable que parte de este punto se puede penetrar al interior de la isla, con su exuberante vegetación y la tradicional arquitectura que obliga a disparar la cámara fotográfica varias veces. La amabilidad de los pequeños granjeros caracteriza el lugar. Por este camino se llega a La Loma (The Hill), donde se halla la Iglesia Bautista, construída a mediados del siglo pasado y, posiblemente, la mayor joya arquitectónica de San Andrés. En los días despejados, desde su campanario se pueden divisar las cimas de La Vieja Providencia.
Además de esta vuelta, que bien vale la pena emprenderla, hay varios sitios que no pueden excluírse del programa. Uno es Johnny Cay, el cayo que se divisa desde las playas del centro, al cual se llega en lancha en pocos minutos. Sus playas y su oleaje invitan a disfrutar la naturaleza del lugar bajo el sol radiante. El pescado fresco y las bebidas exóticas del Caribe se ofrecen allí en agradables restaurantes y pequeñas tabernas. Otra visita obligada es el Acuario, donde hermosas y atractivas especies marinas deleitan al turista en un hábitat natural.
El viaje a Providencia, si bien no está al alcance de todos los presupuestos, constituye una experiencia inolvidable que merece ser realizada. El habitante del convulsionado mundo de la actualidad logrará recrearse al máximo en Providencia. Allí la exaltación de la paz y de la tranquilidad son asunto mayor. Un paisaje agreste de incomparable hermosura, totalmente alejado del comercio y de la vida rápida, se combina con lujo de detalles con una arquitectura que se ha preservado casi intacta. Las posadas marinas y la gastronomía de la Old Providence completan adecuadamente la oferta.
Samuel Ceballos Vásquez