Especiales Semana

Se habla en...

Uno de los grandes retos del país consiste en valorar, estudiar y preservar los más de 60 idiomas que se hablan en el territorio nacional. Además de ser un testimonio de la diversidad, también son un símbolo de resistencia cultural.

Daniel Aguirre Licht*
25 de junio de 2005

¿Lenguas colombianas? se preguntarán los que aún creen que lo único valioso del país es lo que nos ha legado Europa -el español, v.gr.- y que sus muestras vernáculas son restos de un pasado que nos abochorna, con dialectos, no lenguas, hablados por los indígenas y afrocolombianos; con hechicerías, no prácticas religiosas, como consideramos sus creencias; y con artesanías, no arte, como llamamos a su cultura material, testimonios todos de la milenaria memoria ancestral americana.

Lo cierto es que en Colombia todavía se oyen 66 de las lenguas habladas en esta región a la llegada de los españoles; y dos lenguas llamadas 'criollas', creadas como estrategia de supervivencia por los descendientes de los africanos raptados a este continente; lenguas que han sobrevivido a los intentos de exterminio de sus hablantes, al desprecio y la ignorancia frutos de la amañada historia de los europeos vencedores sobre los amerindios vencidos que retrató un indígena salvaje y robó y escondió su conocimiento, cuando su supuesto atraso obedeció a la imposibilidad de interpretarlo el europeo de entonces desde sus parámetros, o a las circunstancias en que se desarrolló la Conquista, negando la memoria y aumentando la visión negativa de este lado del mundo y sus gentes para justificarla.

Hoy, cuando desde la misma Europa se cuestiona la universalidad de la ciencia de Occidente, y aceptan sus más preclaros exponentes que su desarrollo ha sido utilizado más para su beneficio que para el de la especie o el planeta y que gran parte del mundo ha sido sacrificada para su provecho, se empieza a oír la voz de los pueblos excluidos, con otras visiones de mundo, otras maneras de comprender la vida a través de sus lenguas maternas, hasta hace poco ajenos a una especie humana cuyos líderes arrasan el planeta, explotan y manipulan la naturaleza insaciablemente como simples cúmulos de sensaciones y necesidades, sujetos/objetos de producción y consumo.

Colombia, en las cabeceras de Suramérica, presentaba un alto número de pueblos a la llegada de los europeos, pueblos que confluían en esta región por su posición intermedia entre el norte y el sur del continente, que se mantuvieron aislados por la escabrosa topografía y diferenciados porque ninguno había subyugado a los otros. Y así hasta finales del siglo pasado cuando la globalización irrumpió en sus territorios.

La sola presencia de los indígenas en el país es un desafío a sus detractores. Son incontables los pueblos amerindios exterminados con sus lenguas desde la Conquista. Al vaivén de los caprichos de los Reyes de España las lenguas indígenas fueron protegidas para facilitar la 'civilización' de los indígenas o utilizadas como lenguas 'generales' para aprender el español o definitivamente prohibidas para imponerlo con toda la empresa evangelizadora que pretendía acabar las sociedades indígenas.

El número de lenguas aborígenes en lo que es hoy Colombia pudo ser más del doble del de ahora. Colón escribió en su diario que cada provincia parecía tener su propia lengua. Gestos e intérpretes fueron utilizados en un comienzo para el mutuo entendimiento. Desde la Conquista hubo individuos interesados en estas lenguas. Ya en el siglo 16 se hacían gramáticas sobre ellas, y en este siglo y el 17 hubo cátedras para su enseñanza. El siglo 18 vio morir muchas lenguas indígenas, entre ellas el muisca del centro del país. En el 19 y comienzos del 20 extranjeros pasaron por nuestro país recogiendo datos sobre lenguas indígenas, los que, junto con los de contados investigadores nacionales, fueron dando las bases para su clasificación. No obstante, sólo hasta la segunda mitad del siglo 20, con la lingüística moderna, que analiza la estructura y forma de las lenguas sobre parámetros inequívocos, se pudo despejar un panorama hasta entonces confuso.

De las lenguas indígenas colombianas casi nada se sabía a mediados del siglo pasado. Fuera de los intentos de clasificación pocos estudios puntuales había. Esporádicamente un estudiante optaba como tesis de grado el análisis de una de estas lenguas, pero en general su interés era nulo aunque literatos nacionales como Jorge Isaacs ya las había tenido en cuenta. En la década de los 60 se pidió la intervención de los lingüistas del Instituto Lingüístico de Verano (Summer Institute of Linguistics) para el estudio de las lenguas vernáculas del país, pues no había aquí especialistas. Por primera vez se abordaban estas lenguas con las técnicas modernas de la lingüística. Algunos indígenas vieron en ellos más un afán proselitista que académico por su particular interés en hacer traducciones de la Biblia, no obstante, estos lingüistas norteamericanos adelantaron análisis para muchas lenguas indígenas colombianas.

En la década de los 80, haciendo eco al movimiento de emancipación y reconocimiento de las sociedades tribales e indígenas en nuestro continente, hubo un repunte en la lucha de las comunidades indígenas del país y se dio un mayor interés por parte del resto de colombianos sobre el destino de estos pueblos y sus lenguas. Es así como el Instituto Caro y Cuervo, guardián de nuestro español, realizó una serie de eventos en torno a estas lenguas para actualizar su clasificación y las lenguas indígenas volvieron a las aulas.

En 1984 se creó la Maestría en Etnolingüística de la Universidad de los Andes, en convenio con el Centre National de la Recherche Scientifique -CNRS, de Francia. En 1987 se graduaron los primeros expertos en lenguas colombianas, quienes con los profesores de la Maestría fundaron el Centro Colombiano de Estudios de Lenguas Aborígenes -CCELA, con el fin de continuar las investigaciones y velar por estas lenguas. En cuatro promociones, de donde han salido 48 investigadores, se han estudiado 38 de las 68 lenguas colombianas clasificadas por el CCELA.

En el mapa Diversidad Lingüística de Colombia, elaborado en el CCELA, aparecen doce Familias Lingüísticas con 56 lenguas indígenas caracterizadas, más 10 consideradas independientes -pues no se les ha visto relación con ninguna otra- y dos lenguas criollas habladas por afrocolombianos que, como las lenguas indígenas, eran consideradas hasta hace poco -y por muchos aún- 'dialectos', en el sentido de lenguas imperfectas. La mayoría está en las zonas fronterizas del país en desierto, llanura, selva, piedemonte, montaña y nevado, como corresponde a nuestro territorio.

De estas lenguas, sólo tres superan los 50.000 hablantes: el wayunaiki, hablado por los wayuú, unos 150.000 en Colombia; el nasayuwe, hablado por los paeces, unos 100.000; y el embera, hablado por diferentes grupos embera, cerca de 70.000. Estas lenguas están cada vez más interferidas por el español entre los jóvenes, y de no ser por los programas de etnoeducación el idioma europeo ya las hubiera absorbido. Las otras lenguas son muy menores en número de hablantes: el namtrik, hablado por los guambianos, cuenta con unos 30.000; el ika, de los aruakos, con unos 15.000; el tikuna cuenta con unos 7.000 hablantes.

La mayoría de lenguas indígenas colombianas tiene un escaso número de hablantes. Se encuentra sobretodo en la Orinoquia y la Amazonia. En el departamento del Vaupés hay 23 comunidades con lengua propia, que establecen reglas matrimoniales a partir de la diferencia de lenguas y cada una no supera los 1.000 hablantes. En serio peligro de extinción se encuentran idiomas como el pisamira y el taiwano, que no superan los 50 hablantes; el sáliva y el bará, que no alcanzan un centenar de hablantes; y sobretodos el tinigua, estudiado en el CCELA hace dos décadas cuando sólo quedaban dos hablantes adultos. La diversidad lingüística del país es también notoria porque se encuentran lenguas de todas las formas: aislantes, aglutinantes, flexionantes, etc.; y por sus características sonoras: tonales, acentuales, acento-tonales, nasales, etc. No obstante este multilingüismo nacional, los indígenas del país no alcanzan a sumar un millón, y de los cerca de 90 pueblos que se identifican como indígenas sólo los 66 que aparecen en el mapa conservan su lengua; este número podría ser mayor, pues 7 lenguas están en observación.

Mención especial merecen las dos lenguas criollas del país, testimonios de la epopeya de los afrocolombianos. El criollo de Palenque de San Basilio, es el resultado de la unión de vocablos españoles con estructuras de lenguas africanas diferentes que hablaban los esclavos agrupados por diferencia de lenguas para evitar rebeliones. Huidos a lugares inhóspitos, llamados 'palenques', elaboraron un idioma artificial -fenómeno conocido en el mundo como 'pidgin' o 'sabir'- con los vocablos de la lengua española, común a todos, y con las estructuras de sus lenguas africanas maternas, también comunes a todos. Al mantenerse estas lenguas como lengua materna para las nuevas generaciones se convirtieron en 'criollos', lenguas que aunque artificiales cobran autonomía y como las lenguas naturales pueden describir todo el universo y la vida. De igual manera, los raizales de San Andrés, Providencia y Santa Catalina construyeron el creole a partir de vocablos ingleses y estructuras de lenguas africanas. Los hablantes competentes del criollo palenquero son los mayores, se podrían cifrar en 20.000. Los raizales colombianos que hablan creole se pueden aproximar a 25.000.

En este rápido bosquejo de las lenguas colombianas se puede agregar que constituyen uno de los mayores baluartes del patrimonio inmaterial colombiano; que su desaparición ha significado la pérdida de cosmovisiones milenarias que constituyen gran parte de nuestro ser (tenemos más de chibchas o pijaos que de franceses o ingleses, por ejemplo); que de haber sido otra nuestra historia, estas lenguas serían uno de nuestros mayores distintivos y las conoceríamos y enseñaríamos al mundo con orgullo.

Se ha avanzado en la mirada desde nosotros y no desde afuera. Los programas de lingüística y etnoeducación en universidades nacionales; la apertura de nuevos programas de antropología en la capital y el Caribe; la presencia de maestros indígenas y afros en las universidades para dictar cátedra sobre sus lenguas maternas; el creciente número de estudiantes inscritos en estas carreras y su inquietud por todo lo indio, lo negro e incluso lo gitano, del pueblo Rom de nuestro territorio, también con lengua propia -el romaní-, nos dan la esperanza de una juventud más orgullosa de su multiculturalidad, dispuesta a conocer y cuidar sus riquezas, antes que prepararse para salir del país y solucionar su problema personal, ignorando nuestros verdaderos valores nacionales que, como las 30 lenguas que faltan por estudiar, se evaporan en medio de balas y dinero para sus hablantes.

*Director del Ccela, Universidad de los Andes.