Especiales Semana

Se sufre pero se goza

Con base en relatos y anécdotas de varios tripulantes SEMANA recreó el testimonio de una azafata.

6 de octubre de 2003

A primera vista mi trabajo es poco menos que un martirio. Al menos así lo deben creer esos cientos, miles de pasajeros que he atendido como azafata de varias aerolíneas. Servir comidas y bebidas, lidiar borrachos, acomodar cajas donde a duras penas cabe un maletín de mano, mostrarles una y otra vez cómo se debe usar un chaleco salvavidas a 100 cretinos a los que les tienen sin cuidado las medidas de seguridad. No sólo es la mala fama que nos cargamos. Desde antipáticas y amargadas hasta ligeras de casco. A propósito, ¿se saben este? A una azafata le decían helicóptero porque donde aterrizaba levantaba polvo.

Pero no nos salgamos del tema. Para comenzar, nosotras debemos tener algo muy especial que nos hace únicas. Cuando viajamos como pasajeras sin uniforme ni nada que nos identifique y nos da por caminar por el pasillo fijo nos piden una Coca-Cola. Nunca falla.

Pero también se aprende a conocer a los pasajeros. De entrada se sabe quién va a poner pereque y quién no. Se intuye si será un vuelo tranquilo o muy agitado. Y uno aprende a ponerlos en su sitio. Una vez un tipo insoportable, de esos que piden algo cada dos minutos, me vio como seria y me preguntó:

-Señorita, ¿usted no sonríe?

"Claro que sí", le respondí con una sonrisa de oreja a oreja. Acto seguido le pedí: "Ahora sonría usted". El sonrió. "Ahora quédese así las nueve horas que dura este vuelo". Santo remedio.

O qué tal la que me pasó con una señora -la inconfundible bogotana jarta con pinta de bogotana jarta que sólo nace, crece y se reproduce en Bogotá- que se subió al avión con una talega de golf y pretendía meterla como equipaje de mano. Como le dije que eso no era posible comenzó a insultarme y a amenazarme: que se iba a quejar con el gerente, que era amigo suyo, del maltrato que yo le estaba dando. "Muy bien, mi señora, le dije, escriba la carta y desde ya le sugiero que pida ayuda porque tiene que ser en inglés".

Y cuando toca lidiar con los de la farándula, que se creen dueños del avión sólo porque salen en televisión como, por ejemplo, la conocida presentadora que iba de bisnes y su no menos célebre hija, que tenía tiquete en económica. Pues la segunda como que se hacía loca sentada junto a su señora madre, como que no quería irse a su asiento y yo le dije que por favor ocupara su silla porque ya íbamos a despegar.

-Ay, qué pena, niña, pero es que hace mucho tiempo no hablo con mi mamá.

"No se preocupe, doña, le contesté. Cuando despeguemos y se apaguen las luces de ajustarse el cinturón su señora madre con mucho gusto puede ir a clase turista y así reanudar su amable charla".

Lo que hay que ver en un avión. esas mujeres que entran a las 6 de la madrugada pintarrajeadas, con escote, pantaloncitos calientes y bota de cuerina y cremallera forrada hasta la rodilla; también me viene a la cabeza ese gordo de la silla 17 C con su panza peluda al aire que traía una camisa de fondo negro estampada con carátulas de la revista Play Boy. O qué tal esa señora que iba en clase ejecutiva y que desde antes del despegue se puso a pedir champaña, una detrás de otra, hasta que se emborrachó y me aburrí de atenderla. "Ni un trago más", me dije. Pero ella seguía llamándonos y, aburrida de que no le parara bolas, me tiró un minitomate. Poco después la vi agachada y me dije: "Fijo la vieja esta botó un arete o un lente de contacto" y cuando me acerqué a ayudarle me encontré con que en realidad le estaba haciendo el trabajito a un pasajero que acababa de conocer. Lo que hay que ver. Otra vez, también en clase ejecutiva, una señora se rumbeó a un pasajero entre M y C y a otro entre C y G.

Mucho más triste la historia que viví en un vuelo de regreso desde Europa. Una pasajera pedía angustiada que por favor no despegara el avión, que su prometido estaba a punto de abordar. Pues todo parece indicar que el tal prometido, su príncipe azul europeo que nunca se subió al avión, se las había arreglado para deportar a su prometida. Ella lloró y maldijo a los hombres durante las 11 horas que duró el vuelo y al llegar a su destino, con las cinco maletas donde iba el ajuar de su frustrada boda, ni siquiera se dejó ayudar de un maletero. "¡No toque mis maletas! ¡Todos los hombres son unos desgraciados! ¡Fuera de mi vista!".

Los vuelos nocturnos de Navidad y Año Nuevo. pánico total. Por lo general van casi desocupados y los pocos pasajeros que se suben están empeñados en armar su fiesta inolvidable. Una vez me tocó unos amigotes que se subieron en C con par garrafas de aguardiente. Uno de ellos le dijo al otro:

-Prenda la grabadora y nos rumbeamos a las azafatas.

Mi compañera y yo nos refugiamos en ejecutiva y le pedimos a un sobrecargo para que atendiera a los señores.

Otra divina: antes de despegar un compañero me mencionó a los dos o tres viajeros que necesitaban atención especial. Para cerciorarme me les acerqué uno por uno y cuando llegué al de la silla 29B le pregunté: "Señor, ¿usted es vegetariano?"

-No, soy ecuatoriano.

A veces sobrevenden los vuelos y en ejecutiva terminan unos personajes que pagaron pasaje clase gato. Una vez atendí a un personaje de éstos, le ofrecí caviar, me dijo que sí y le pregunté que con qué lo quería acompañar. Miró la bandeja y dijo:

-Con todo menos con esas bolitas negras.

Sí, toca lidiar con unas joyitas pero también a veces uno se divierte a costa de ellos. Desde siempre ha sido así. Un amigo me contó que por allá en los remotos tiempos de Pan American Grace y Branniff International un pasajero le pidió un Manhattan. Como no encontró cerezas decidió adornarlo con un perejil.

-El Manhattan viene con cereza, le reclamó el pasajero. ¿Esto qué es?

-Pues un Central Park.

A mí me encanta burlarme de los que tienen los audífonos puestos porque contestan a grito herido cuando uno les ofrece comida y bebidas. Micrófono en mano uno puede hacer cosas como esta. "En este momento los pasajeros del lado derecho pueden apreciar la Sierra Nevada de Santa Marta y los del lado izquierdo pueden apreciar a los pasajeros del lado derecho que en este momento aprecian la Sierra Nevada de Santa Marta". En los vuelos largos hay tiempo para todo. Una clásica es armar con el compañero teleteatros en la cocina de atrás: simular golpes, llantos, insultos, alaridos. Luego, cuando uno sale a recorrer el avión, los de las filas de atrás miran aterrados.

La hora de la despedida también es muy especial. Junto a la puerta, con la sonrisa de oreja a oreja, uno los ve desfilar y les dice (mientras piensa): "Que esté muy bien" (Ay, a esta nunca le llevé el vaso de agua que me pidió). "Fue un placer atenderlo, señor". (Ve, a este le quedé debiendo el whisky). "Que disfrute su estadía, señora" (Parece que se le quitó el dolor de cabeza y no le hizo falta la aspirina que jamás le llevé).

Se sufre pero también se goza. Uno se aburre pero los pasajeros se aburren más. El pasillo es nuestro territorio. Los pasajeros a veces se asoman por la cocina pero se les nota que no se sienten a gusto, que estorban. En cambio para nosotras viajar es como estar en casa.

Y vaya casa. Que yo sepa casi nadie goza del privilegio de trabajar en una oficina con un paisaje distinto. Hoy un pico nevado, mañana el intenso azul del Caribe, los mejores amaneceres y atardeceres se disfrutan a 36.000 pies de altura, los compañeros de oficina nunca son los mismos, se come diferente, se conoce gente distinta.

Más que un oficio como cualquier otro este es un estilo de vida en el que el tiempo se pasa volando y los problemas son pasajeros. O



* Los hechos son reales. Los nombres de los protagonistas, las aerolíneas y los destinos se mantienen en absoluta reserva para proteger a los inocentes.