Especiales Semana

Sexo 2003

Todo lo que usted ha querido saber sobre la sexualidad de los colombianos y no se ha atrevido a preguntar.

18 de mayo de 2002

A los colombianos les encanta el sexo oral. Pero no la práctica íntima, responsable de tantos suspiros y quejidos de placer, si no el hecho de hablar y hablar sobre este tema. Es como un deporte o, mejor, una obsesión nacional muy afín con lo que ocurre en el resto del mundo. "Se busca, se contempla, se instrumentaliza, se vende", escribió al respecto el filósofo español José Antonio Marina, autor del libro El rompecabezas de la sexualidad.

A los jóvenes les fascina contar sus experiencias sexuales, sin censura ni recatos de ninguna clase y en forma explícita, en programas radiales. En las reuniones privadas de los más grandes nunca falta la sesión de chistes verdes con los que se trivializa el asunto. La risa oculta el miedo y la ignorancia sobre esta materia. Y lo que está de moda ahora, y en boca de la mayoría de la gente en corrillos de oficina junto con los comentarios del capítulo más reciente de Sex and the City, son las revelaciones de actrices o modelos sobre su vida sexual. Sus destapes fotográficos son un pretexto para más sexo oral y banal. Patricia Castañeda narró la epifanía que tuvo al tener un encuentro cercano del primer tipo con otra mujer. Adriana Tono insinuó que se masturbaba extasiada con su propia belleza frente a un espejo. Y la narración de Carolina Cruz, en la que contaba sin tapujos lo que disfrutaba hacer en la intimidad como tantas otras mujeres heterosexuales, no alcanzó a llegar a la imprenta para evitar un escándalo familiar. Los amantes del morbo se quedaron con los crespos hechos.

Hablar del sexo de los demás parece estar bien para los colombianos. En cambio hacerlo del propio, con naturalidad y sin exageraciones ni máscaras que oculten la realidad, no parece buena idea salvo en ese ambiente seguro y reservado del consultorio de un sexólogo o de un terapeuta de pareja. En abril de 1995 SEMANA intentó romper este tabú y visibilizar lo que sucedía debajo de las cobijas de los colombianos. En esa ocasión contrató una gran encuesta para conocer los hábitos y las actitudes de éstos con respecto al sexo. Los resultados no escandalizaron ni sorprendieron a nadie y fueron hasta cierto punto previsibles, pues reflejaron unos comportamientos acordes con una sociedad tradicional y hasta cierto punto pacata. No obstante, también se evidenció una cierta tendencia de algunos sectores a salirse de los esquemas de siempre en esta materia.

En 1997 y en 1999 SEMANA repitió esta experiencia para continuar tomándole el pulso a la sexualidad criolla. Desde entonces no se había vuelto a realizar este trabajo. Hoy, casi 10 años después de la primera, los colombianos volvieron a ser encuestados y los resultados revelan cambios sutiles en sus hábitos y actitudes en relación con el sexo. Se les hicieron 100 preguntas sobre temas que van desde la masturbación, las relaciones heterosexuales y homosexuales, hasta la frecuencia con la que visitan al urólogo o al ginecólogo. Es una especie de cartografía no exhaustiva de la intimidad nacional.

Y hay cambios en el paisaje. Es lógico que esto haya sucedido pues en este lapso hubo fuerzas que moldearon e influyeron en diferente forma en este aspecto a la sociedad colombiana. Se puso en marcha, con aciertos y desaciertos que se han ido corrigiendo sobre la marcha, el programa de educación sexual en los colegios. El riesgo siempre presente de infectarse con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) y contraer sida permitió que se hicieran campañas de prevención masivas, gracias a las cuales el condón, por ejemplo, dejó de ser un adminículo vergonzante y se convirtió en un artículo de primera necesidad.

El uso creciente de Internet globalizó la pornografía y su visión del sexo genital, mecánico, impersonal, en el cual los hombres se transforman en superhéroes de la eyaculación. Amplios sectores de la población que no tenían acceso a estos productos de sexo explícito, en formato de revista o de televisión por cable, encontraron millones de ofertas sexuales en la red para saciar su curiosidad. Los homosexuales, como grupo, se hicieron mucho más visibles de lo que siempre habían sido y por eso muchas personas llegaron a pensar que había aumentado su número en el país. ¿Cómo incidieron todos estos elementos, mezclados en el crisol de la sociedad, en la sexualidad de los colombianos?



Sexo feliz pero?

La encuesta contratada por SEMANA tiene varias respuestas a esta pregunta. El panorama general tiende a ser optimista, placentero, monogámico y homogéneo, salvo algunas diferencias regionales bien marcadas. Para los colombianos el sexo es un tema bastante importante. Las estadísticas dicen que tienen una relación sexual por semana en promedio, que dura unos 45 minutos, la mayoría de las veces llegan al clímax y gran parte de los que están casados o en unión libre se sienten satisfechos con su vida sexual y con la comunicación sobre la misma que tienen con su pareja.

Además los entrevistados tienden a ser muy liberales en la teoría. Casi la mitad está de acuerdo con el sexo desde la adolescencia y un porcentaje un poco mayor con las relaciones sexuales prematrimoniales. La gran mayoría está de acuerdo en hablar con claridad de sexo con los hijos, con que la educación sexual se imparta en los colegios, con el uso de los anticonceptivos e incluso con proporcionárselos a sus hijos para que los usen en sus relaciones sexuales. Además se oponen en forma radical al aborto.

Lo paradójico del asunto es que en la práctica sólo la mitad de los colombianos usan algún método anticonceptivo y consideran poco posible un contagio con VIH. Lo cual contradice las estadísticas mundiales, que muestran que siete de cada 10 personas se exponen a este virus al tener relaciones sin protección.

Como quien dice, los colombianos mucho predican y poco aplican. Esto último es consecuente con otro aspecto revelador de la encuesta: todavía se mantienen algunas prácticas de la sociedad patriarcal y tradicional. "La actual es una sociedad con menos tabúes y mitos pero sigue siendo machista. Algún día tendrá que evolucionar", dice Graciela Rincón, una abogada de familia especialista en divorcios. ¿Cómo se ve este machismo en las respuestas de los colombianos? En cosas concretas, como que 42 por ciento de los hombres casados o que viven en unión libre, por ejemplo, reconoce que varias o muchas veces le ha sido infiel a su pareja. Es decir, continúan actuando como depredadores sexuales que prefieren mayor cantidad de relaciones antes que calidad en una sola. Esta actitud de supuesta hombría, en opinión del sicoanalista y experto en problemática de pareja Félix Cantoni, es un disfraz que oculta temor: "El acto sexual hace sentir poderoso al varón. Por eso siente una compulsión por penetrar. Ese es el consuelo para su autoestima. Esta inflación narcisista le sirve de anestesia a su dolor".

Otro hecho en el que se ve reflejado el machismo de los colombianos es la diferencia entre el número de parejas sexuales de hombres y mujeres. Mientras los primeros han tenido en promedio 13, las segundas sólo han tenido dos. Por ende, como se presupone que ellos tienen mayor experiencia, porque además se iniciaron antes que ellas en estas lides, no es extraño tampoco que la mitad siempre, o casi siempre, tome la iniciativa para tener sexo. Para Cantoni esto tampoco es raro: "El hombre entra en pánico si la mujer hace alguna insinuación o propuesta".

De ahí la sexualidad tan rígida de las amas de casa. En este grupo de mujeres está el mayor porcentaje de las que sólo han tenido una pareja sexual en su vida. Son las mujeres más fieles y las que tienen las relaciones sexuales más cortas, las que menos tiempo acarician su pareja antes de la penetración y en cumplimiento de su papel de 'señoras de la casa' son las más reacias a cualquier tipo de práctica sexual diferente a la tradicional posición del misionero. Son las que menos les gusta hacer o que les hagan sexo oral y ni hablar del sexo anal o de la masturbación. Incluso 24 por ciento de éstas quisiera tener menos relaciones sexuales con su pareja. Esta apatía podría ser resultado de su idiosincrasia frente al tema -una camisa de fuerza invisible pero eficaz en su labor de opresión que les coloca primero el padre en la familia, luego la Iglesia en la sociedad y por último el esposo en la casa, para mantener a raya su placer, incluso en el matrimonio- pero también podría ser consecuencia de que las relaciones sexuales con su pareja dejan mucho que desear.



La puntica del iceberg

Los colombianos, según la encuesta, demoran 45 minutos en promedio en su relación sexual. Los solteros son los más proclives a durar más de una hora en sus encuentros. Y aunque 43 por ciento de los encuestados cree que con el matrimonio la vida sexual cambia para bien o no se ve afectada, al fin y al cabo hay más facilidad para propiciar el encuentro, las estadísticas parecen indicar lo contrario. Un 69 por ciento de los que están casados o viven en unión libre le dedican mucho menos tiempo a sus relaciones sexuales que los solteros: entre 10 minutos y media hora. Es un sexo rápido en el que no hay mucho tiempo para las caricias previas y los besos, las dos actividades que más excitan a los colombianos, seguidas de cerca por el acto de desnudar a su pareja y verla en traje de Adán o de Eva. Para los que tienen una pareja estable tener sexo se vuelve casi una fórmula matemática, dice la cuentera Nelly Pardo en sus talleres sobre erotismo, "en la que el hombre le da dos besos profundos a la mujer, tres abrazos fuertes y directo a la cópula. Esta rutinización es la que mata el deseo. Hacer el amor no es un proceso artesanal sino un proceso artístico". Pero para aprender este arte es necesario desprenderse antes, sobre todo los hombres, de la idea tradicional que equipara el sexo únicamente con la genitalidad y la penetración.

Para la mayoría de los varones tener una eyaculación era el cenit, su sensación placentera, y asimilaban esa descarga con tener un orgasmo. Eso es lo que siempre habían pensado. El único problema, para 22 por ciento de los colombianos, es que lo hacían demasiado rápido. El 39 por ciento de las colombianas calcula que sus parejas eyaculan entre uno y cinco minutos después de haberlas penetrado. Ahora resulta que el asunto no es así. Que cambiaron el libreto. "Eyaculación es un fenómeno físico placentero localizado sólo en el pene y en la pelvis. El orgasmo es una experiencia de éxtasis, de compenetración, de realización con la pareja, que compromete a todo el cuerpo", dice el sicoanalista Félix Cantoni.

Sin embargo lograr esta experiencia no es un asunto fácil. Muchos creen, la mitad de los colombianos para ser exactos, que para mejorar su vida sexual basta con acceder a un tratamiento para demorar la eyaculación. Este es el camino fácil pues en la mayoría de los casos el problema no es físico sino mental. Es creer que una píldora o un artilugio mecánico va a hacer todo el trabajo para que su vida sexual mejore o los convertirá en máquinas sexuales en la cama. Pero con eso no basta y no es lo que las mujeres están buscando. "Para alcanzar la armonía es necesario que el hombre comprenda que la eyaculación no es la culminación del placer sino, por el contrario, el enemigo que acaba con todo. Así, el hombre podrá controlar su placer y responder a las necesidades de su compañera", dice la terapeuta Nelly Rojas en su libro más reciente, El amor se construye.

¿Qué hacer entonces? Los sexólogos y los terapeutas recomiendan erotizar más las relaciones, es decir, integrar todo el cuerpo, los cinco sentidos, y no sólo los genitales, en el acto sexual. Dicen también que la mujer debe dejar su papel pasivo en la relación y que el hombre tiene que ser más imaginativo y emocional. Y, sobre todo, no asumir que están en bandos contrarios enfrentados. Si bien es cierto que ellas, desde que descubrieron el potencial de placer que tienen, están insatisfechas con sus parejas y ellos están perplejos y desubicados porque no saben cómo satisfacerlas, también lo es que sólo juntos pueden superar el reto más grande del mundo contemporáneo: la vida amorosa en la intimidad. En los 60 el reto y el desafío era hacer el amor y no la guerra. Hoy, a punto de iniciar una segunda revolución sexual cuyo objetivo principal es construir una vida amorosa en la intimidad, el lema es hacer el amor y no la guerra, pero hacerlo bien