Especiales Semana

"Sin capital social la economía es una máquina sin aceite"

En entrevista exclusiva con SEMANA, Francis Fukuyama define la importancia de que los habitantes tengan confianza entre ellos y con las instituciones del Estado.

21 de junio de 2009

En 1992, Francis Fukuyama se hizo mundialmente famoso al publicar su libro El fin de la historia y el último hombre, en el que argumentaba que la democracia liberal y la economía de mercado se habían convertido en el último capítulo del debate entre las distintas ideologías.

Tres años más tarde, cuando aún no se había extinguido la monumental polémica desatada por su primer trabajo, Fukuyama publicó su segundo libro, titulado Confianza - Las virtudes sociales y la creación de progreso, cuya tesis principal sostiene que las democracias liberales y la economía de mercado sólo pueden lograr la prosperidad de sus ciudadanos si ellos confían los unos en los otros y también en las instituciones del Estado.

El viernes, 14 años después de que Confianza llegara a las librerías, Fukuyama, que nació hace 56 en Chicago, recibió a SEMANA en su oficina de la Avenida Massachusetts de Washington, justo frente a la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, donde dicta clases. Aunque el tema no podía ser otro que la confianza, Fukuyama respondió un par de preguntas sobre Colombia.

SEMANA: ¿Cómo se resume la tesis central de su libro?

FRANCIS FUKUYAMA: Lo que sostengo en mi libro es que la economía moderna, para funcionar apropiadamente, requiere algo más que instituciones formales. Necesita lo que se ha llamado capital social, que es la habilidad de la gente para cooperar informalmente sobre la base de valores compartidos o experiencias comunes. Sin capital social la economía moderna se convierte en una máquina sin aceite. Trabaja mal. La confianza es lo que facilita el intercambio.

SEMANA: Si hoy volviera a escribir su libro, ¿qué le cambiaría? El mundo ha cambiado mucho…

F. F.: Ahora conozco mucho más algunas regiones del mundo que en 1995. Por ejemplo: he pasado buena parte de mi tiempo en América Latina. Cuando escribí el libro, no mencioné mucho esa zona del mundo. Hoy día creo, sin embargo, que Latinoamérica es en muchos aspectos muy semejante a Italia, país al que le dediqué un capítulo. En cierto modo, Italia tiene bajo nivel de confianza social, se basa en instituciones débiles y a veces le falla el imperio de la ley. Eso genera problemas en la economía porque las familias y los grupos de amigos tienden a ser la base de muchos negocios. Dicho en un sentido amplio: no existe la confianza en la sociedad.

SEMANA: En su libro, usted menciona sociedades de confianza alta y sociedades de confianza baja. ¿Qué es eso?

F. F.: Lo puedo explicar con ejemplos. Dentro de las sociedades de confianza alta están Estados Unidos y Japón. Es comprensible que Japón lo sea. Se trata de una sociedad homogénea, educada en unos valores culturales fuertes. Los japoneses pueden comunicarse muy fácilmente entre sí. Estados Unidos es muy distinto y constituye un caso muy interesante porque es un país muy diverso. Justamente por eso es que muchos podrían creer que no debe funcionar bien. Pero no hay tal. La explicación, desde mi punto de vista, se debe a dos cosas. La primera es que el imperio de la ley y el sistema político estadounidenses proveen un marco social que permite a la gente trabajar sin mayores contratiempos. También sirvieron, y ahí está la segunda cosa, las raíces religiosas y esa especie de protestantismo sectario que, aunque protege el individualismo, favorece los valores compartidos y la formación de asociaciones. Alexis de Tocqueville habló de esto último.

SEMANA: ¿Es América Latina una sociedad de confianza alta o baja?

F. F.: Yo creo que es una sociedad de confianza baja. Casi en todos los países latinoamericanos existe un imperio de la ley relativamente débil. La gente no confía en los jueces, no confía en los contratos que firma, no confía en los gobiernos. El resultado de todo eso es que confía más en la familia y los amigos. Es posible que ustedes me pregunten cuál es el remedio. Sólo hay uno: crear instituciones fuertes en sistemas democráticos y con reglas de juego claras.

SEMANA: En Estados Unidos existe una crisis de confianza en el sistema financiero. ¿Cree que las medidas que el presidente Barack Obama anunció el miércoles, y que requieren la aprobación del Congreso, pueden cambiar las cosas?

F. F.: Hay que entender que la confianza por sí misma no es necesariamente buena. Si ustedes hubieran confiado en Bernard Madoff, el hombre que montó esa gigantesca pirámide en Nueva York y defraudó a sus clientes en 15.000 millones de dólares, habrían sido unos tontos. Pero yo creo que si un país tiene instituciones fuertes y una normatividad que permite celebrar contratos sin problema, hacer negocios y depositar plata en el banco con la seguridad de que la puede retirar en cualquier momento, la confianza funciona. Me explico: la confianza entre las personas, sin la presencia de instituciones fuertes, no sirve. Dicho esto, el lío de la crisis financiera es que hubo mucha confianza informal, pero una enorme debilidad en la vigilancia estatal a los bancos. Hubo mucha irresponsabilidad no sólo de parte de quienes pidieron dinero prestado, sino de quienes lo dieron en préstamo. Ahora bien: todo el mundo está de acuerdo en que en Estados Unidos se necesita más vigilancia a las instituciones financieras, y hacia allá apunta el plan del presidente Obama. Pero enfrentará una gran resistencia en el Congreso. A nadie le gusta que el gobierno le diga lo que le toca hacer. Tendrá que luchar bastante.

SEMANA: Dé un ejemplo de un país de confianza baja que se haya convertido en uno de confianza alta.

F. F.: La creación y el fortalecimiento de las instituciones requiere muchos años. Si se miran los niveles de criminalidad de Estados Unidos y la Gran Bretaña a principios del siglo XIX, se verá que son muy similares a los de cualquier país latinoamericano hoy. ¿Qué pasó entonces? ¿Por qué cambiaron? ¿Por qué son lo que hoy? Pues lo que ocurrió es que en ellos hubo una movilización social a favor de instituciones serias y de un mayor y mejor nivel de justicia. Los Congresos invirtieron dinero en la contratación de buenos funcionarios. El imperio de la ley es el resultado de un proceso político. Lo mismo se puede decir de los países más igualitarios. Para llegar allá se requieren años. Las sociedades con desigualdades, las sociedades estratificadas como las de América Latina, no consiguen un nivel de confianza alto.

SEMANA: Los colombianos sufrimos en los aeropuertos de todo el mundo. Casi siempre sospechan de nosotros, nos consideran narcotraficantes. ¿Cómo podemos recuperar la confianza y no sentirnos mal como, digamos, los italianos, a quienes les importa un pito si los asocian con la mafia?

F. F.: Yo lamento mucho lo que les pasa a los colombianos. He viajado en aviones desde Colombia y he visto cómo en el exterior las autoridades tratan a los pasajeros como criminales en potencia. Debe ser humillante. Pero hay que reconocer que la situación interna de Colombia ha mejorado mucho. Hay menos influencia de los carteles de la droga y menos violencia. Lo que ocurre es que el resto del mundo aún no se ha dado cuenta de eso. Siempre quedará el recuerdo de lo que ha sucedido. Pero yo pienso que es una cuestión de tiempo y que depende de la propia Colombia. Si allá se mantiene la mejora en la seguridad y se sigue combatiendo el delito; si el Estado hace presencia donde antes no la hacía, las cosas cambiarán. Cuando en los países violentos se ha combatido el crimen con la ley en la mano y con instituciones fuertes, la confianza ha aumentado.

SEMANA: En Colombia hay un debate sobre si el presidente Álvaro Uribe, que sin lugar a dudas ha recuperado la confianza de un porcentaje mayoritario de los ciudadanos, debe buscar una segunda reelección. ¿Qué opina?

F. F.: Yo sé que ese es un tema muy sensible en Colombia. Lo que yo pienso sobre el asunto es lo siguiente: en un país, la gente siente más confianza en las instituciones que en los individuos. En ese sentido, los líderes públicos deberían entender que aun cuando pueden llevar a cabo buenas políticas, su legado desaparecerá si no dejan tras de sí instituciones fuertes. Yo creo que el legado más importante de un Presidente es el de fortalecer las instituciones, y para ello no necesita quedarse en el poder durante tres o 10 períodos.