Especiales Semana

TAMBALEA CLINTON

El presidente de Estados Unidos enfrenta un juicio de destitución por su 'affaire' con Monica Lewinsky.

31 de agosto de 1998

Hace seis meses, 24 horas despues de que el periódico The Washington Post revelara el escándalo, SEMANA preguntaba en su carátula '¿Se caerá?'. En ese momento la sola noción de que el presidente de Estados Unidos pudiera perder el poder por un lío de faldas parecía inaudita. Pero hoy, aunque la desproporción entre una y otra cosa no ha dejado de existir, el tema está de nuevo sobre el tapete. A partir de la semana pasada una serie vertiginosa de derrotas judiciales, amenazas políticas y nuevas revelaciones hicieron que la investigación por el asunto de Monica Lewinsky dejara de ser un tema molesto, pero inocuo, para convertirse en una amenaza concreta para La permanencia de Bill Clinton en el poder.
Sea cual fuere el resultado de este fenomenal enredo, las próximas semanas harán historia. En ellas, según han coincidido los medios norteamericanos, Monica aceptará ante el Gran Jurado haber tenido relaciones sexuales con Clinton y será examinado el famoso vestido manchado en un tórrido encuentro de la pasante con el presidente. Y éste, por su parte, prestará a regañadientes una declaración 'voluntaria' en la Casa Blanca y será interrogado personalmente por el investigador especial Kenneth Starr mientras sus imágenes serán transmitidas en directo al Gran Jurado por circuito cerrado de televisión.
Nada de eso asegura que Clinton vaya a caerse por cuenta de este lío de origen sexual. Pero lo que sí es un hecho es que éste será recordado como uno de los episodios más extraños y sórdidos de la historia política de Estados Unidos.

Los comienzos
Para quienes estuvieron fuera del planeta durante los últimos seis meses es bueno recordar que el asunto comenzó a atormentar a Bill Clinton desde el año pasado, cuando Paula Jones, una ex funcionaria de Arkansas, lo demandó por dos millones de dólares por haberle pedido realizar un acto de sexo oral con él en 1991, cuando era gobernador de ese estado. Los abogados de la Jones, para demostrar que el acusado tenía esas malas costumbres, resolvieron elaborar una lista de mujeres que hubieran podido vivir una situación semejante con él y en su investigación apareció Monica Lewinsky, de quien se rumoraba que había tenido una relación con el presidente en 1994, cuando ella tenía 21 años y era una pasante de la Casa Blanca. Pero a pesar de que todo apuntaba a que los rumores eran verdad, Monica firmó una declaración jurada en la que negó rotundamente haber tenido algo que ver con el presidente. El propio Clinton hizo lo mismo poco tiempo más tarde.
Lo malo era que Lewinsky le había contado su romance con pelos y señales a una compañera suya de la Casa Blanca, Linda Tripp, quien por motivos no suficientemente esclarecidos grabó de manera subrepticia 20 horas de esas conversaciones. En esas cintas, de las que hasta ahora se conoce sólo una pequeña parte, Monica describe detalles íntimos de su relación y la forma como el presidente, ante la citación del caso de la Jones, le sugiere negarlo todo y hasta devolver los regalos que le hizo.
El 12 de enero la Tripp, también sin un motivo claro, entregó esas cintas a Kenneth Starr, el fiscal especial que investigaba el escándalo financiero Whitewater. Basado en la contradicción entre su contenido y las declaraciones de los interesados, Starr pidió y recibió cuatro días más tarde autorización de la fiscal general Janet Reno para ampliar sus pesquisas. Según Starr, su objetivo era demostrar un patrón de conducta inmoral e ilegal en el presidente que ya se había manifestado en el caso Whitewater. En otras palabras, que el presidente era un mentiroso que para defender sus intereses era capaz de cometer delitos como perjurio, incitación al perjurio y obstrucción a la justicia.

La cruzada
Pero en ausencia de una prueba concreta el contenido de las cintas era insuficiente para demostrar una conducta ilegal de Clinton. Al fin y al cabo lo registrado allí podía ser en realidad el resultado de los sueños de una niña joven y fantasiosa enamorada del presidente. Por eso Starr comenzó a irse por las ramas en busca de armar un cuadro suficientemente amplio de evidencias circunstanciales como para obligar a la Lewinsky a reconocer su mentira.
Para ello el investigador especial llamó ante el Gran Jurado a varios funcionarios de la Casa Blanca, incluidas la secretaria de Clinton, Betty Currie, y la propia Linda Tripp, y consiguió que la juez que supervisa el proceso autorizara la declaración de los guardaespaldas del presidente. Tres de ellos testificaron en las últimas semanas y, aunque no se conoce en concreto su declaración, los observadores coinciden en que seguramente contradijeron lo dicho por Clinton en el sentido de que nunca estuvo a solas con la Lewinsky por más de unos pocos minutos.
Esas declaraciones de funcionarios de la Casa Blanca también corroboraron que la Lewinsky visitó la mansión 38 veces después de las 12 de la noche y no precisamente para visitar a su amiga Currie. Esta, cuando fue citada, entregó a Starr los regalos que Clinton le había hecho a la Lewinsky y que ésta le había devuelto a la Currie cuando fueron solicitados judicialmente. El investigador especial llegó al extremo de citar a la mamá de Monica, Marcia Lewis, quien en las conversaciones aparece muy enterada y activa en todo el proceso como confidente de su hija. Pero todos esos testimonios, que sólo proporcionan corroborative evidence, eran suficientes para convencer a la opinión pública pero no constituían prueba plena de que se hubiera cometido un delito.
Por eso pasaban las semanas y la investigación parecía perder vapor. A esas alturas era claro que la cooperación de Lewinsky era crucial pero imposible sin que mediara un acuerdo de inmunidad que le evitara ser acusada de perjurio, lo que tiene pena de cárcel.
Fue entonces, hace un poco más de un mes, cuando Monica resolvió cambiar a su abogado William Ginsburg por Plato Cacheris y Jacob Stein, dos de los litigantes más respetados de Washington y expertos, precisamente, en acuerdos judiciales. Y efectivamente, tras intensas negociaciones el martes de la semana pasada Cacheris anunció en rueda de prensa haber aceptado para Monica y su madre un acuerdo de 'inmunidad transaccional', una figura muy amplia y poco usada que significa que el declarante no puede ser acusado por ningún delito relacionado con la materia que se investiga siempre que diga solamente la verdad.
La noticia de la inmunidad cayó como un balde de agua fría en la Casa Blanca, que estaba lidiando con otro problema: Starr, aparentemente cansado con las objeciones interpuestas repetidamente por los representantes del presidente, había decidido tomar el toro por los cuernos y expedirle una citación judicial. Aunque la subpoena había sido expedida desde el 15 de julio sólo había sido revelada el sábado 25. Aunque había méritos para rechazar legalmente la citación, pesó más entre los asesores de Clinton la opinión de que políticamente era imposible evitarla. Clinton estaba en camino de convertirse en el primer presidente de Estados Unidos en comparecer ante un Gran Jurado para testificar en un asunto relacionado directamente con sus actos.

El vestido
Monica produjo alivio general en la Casa Blanca cuando, poco después del anuncio de su inmunidad, afirmó ser la única responsable de haber escrito el documento conocido como 'talking points', que ella le entregó a Linda Tripp con instrucciones para mentirle al jurado. Hasta entonces ese documento, que contiene una jerga legal propia de abogados, había sido la base para pensar que los asesores de Clinton, y en concreto su amigo Bruce Lindsey, habían colaborado en su confección, lo cual configuraba el delito más grave: conspiración para obstruir la justicia.
En esas condiciones el gran interrogante era qué tanto revelaría Monica Lewinsky al Gran Jurado. Por lo pronto, por lo dicho por ella misma y por los analistas, la Lewinsky habría reconocido ya los siguientes hechos:
l Que el presidente le planteó que "si dos personas están solas en una habitación, solo ellas saben lo que pasó y si se ponen de acuerdopara negarlo nadie puede probar lo contrario".
l Que el presidente le pidió que dijera que sus 38 entradas a la Casa Blanca después de las 12 de la noche eran para visitar a su secretaria Betty Currie.
l Que en forma de frases hipotéticas la fue orientando sobre la manera como debería contestar las preguntas para ocultar su relación.
l Que cuando Kenneth Starr le pidió judicialmente que entregara los regalos que le había hecho el presidente, (una foto suya dedicada, un libro de poemas de Walt Whitman, un broche y otras chucherías), el presidente le sugirió que los devolviera a Betty Currie porque "Uno no puede entregar lo que no tiene en su poder". Para los analistas, eso equivaldría a desaparecer unas pruebas judiciales
l Que le sugirió que se fuera a vivir a Nueva York porque allá sería más difícil que la citaran en el caso de la Jones y que los amigos de Clinton, entre ellos Vernon Jordan, sí hicieron lo posible para conseguirle un trabajo en esa ciudad para alejarla de todo.
Todo lo anterior puede sonar trivial e insignificante, pero técnicamente configura un caso sólido de obstrucción de justicia. Clinton aparentemente no le dijo a Monica en forma explícita que mintiera, pero implícitamente todas las conversaciones desembocaban en eso.
Hasta ese punto, sin embargo, nada cambiaba en el fondo el análisis del bando de Clinton, porque después de todo seguía siendo su palabra contra la de la pasante. Su abogado, David Kendall, luego de pasar meses obstruyendo la eventual citación de su cliente, centraba su actividad en lograr que la audiencia se aplazara de ser posible hasta septiembre (para evitar que Clinton declarara antes de la Lewinsky) y en evitar la humillación de que el presidente tuviera que presentarse ante el Gran Jurado. Por fin el jueves el propio Kendall anunció que Clinton sería interrogado por Starr el 17 de agosto en la Casa Blanca, frente a una cámara de circuito cerrado de televisión que enviaría su imagen en directo al Gran Jurado y en compañía de sus abogados.
Según el vocero de la Casa Blanca, Mike McCurry, el presidente pensaba seguir firme en su negativa de los hechos pues de esa forma proyectaría el contraste entre su consistente versión y la cambiante de la Lewinsky. Pero entonces se produjo la debacle. Como parte del acuerdo de inmunidad Monica entregó a Starr unas grabaciones de su contestador telefónico con mensajes del presidente como"soy yo, siento mucho no haberte visto". Y junto con ellas un vestido que los investigadores sabían desde meses atrás que se encontraba en poder de su madre. De comprobarse que esa pieza de ropa tiene residuos de semen del presidente Starr estaría ante la prueba reina que evidenciaría que Bill Clinton ha mentido durante todo este episodio.

Cambio de estrategia
Semejante golpe puso a tambalear la estrategia de Clinton de mantenerse firme en la mentira. Una estrategia que, en cualquier caso, le hubiera llevado a soportar el violento interrogatorio que Starr estaría dispuesto a hacerle, armado como está de 20 horas de grabación que contienen las charlas de dos mujeres hablando de sexo. Los pocos que han oído apartes sostienen que, por ejemplo, Monica se queja de que en los 18 meses de romance no ha habido penetración porque el presidente le anunció que él "tenía que cuidarse y no tenía tiempo para esos menesteres".
Pero ahora, de comprobarse por pruebas de ADN que el vestido tiene manchas de semen de Clinton, el interrogatorio habría perdido importancia pues nada de lo que el presidente diga lo librará de ser cogido de plano en la mentira. Starr tendría entonces bases para presentar un informe a la Cámara de Representantes con la recomendación de iniciar un procedimiento de impeachment, o sea la destitución por parte del Congreso. En esas condiciones la totalidad de los comentaristas de Estados Unidos coincidieron en dos aspectos: que el culpable de que las cosas hubieran llegado tan lejos fue el propio Clinton por su negativa a decir la verdad desde un principio. Y que lo único que lo salvaría sería que cambiara su actitud y aceptara sus culpas ante el país. Hasta los analistas más cercanos a Clinton, como Lanny Davis y David Gergen, fueron consistentes en recomendarle a través de la televisión "asumir su propio destino y contar toda la verdad". Es un hecho que sus copartidarios demócratas dejaron saber por medio de su vocero de la Cámara Richard Gephardt que esperaban del presidente toda la verdad. Pero aunque eso es fácil decirlo otra cosa es hacerlo. Significaría no solamente reconocer ante el país que es un mentiroso sino también aceptar ante su esposa e hija que las cosas que se han dicho sobre su conducta sexual son verdad.
En otras palabras, Clinton está pillado. Los delitos de perjurio e incitación al perjurio están plenamente comprobados. El de obstrucción de justicia es un poco más ambiguo pero Kenneth Starr tiene suficiente evidencia circunstancial para sustentarlo. Lo único que podría salvar a Clinton ahora no es que sea inocente sino que los norteamericanos reconocen en el fondo la realidad de que sobre la vida sexual se miente con frecuencia.
Eso está demostrado en el hecho de que pesar de todo lo que ha sucedido los norteamericanos siguen premiando a Clinton con los niveles de aceptación más altos de los últimos tiempos, y por eso el tema de la destitución es una papa caliente en el Congreso. Muchos parlamentarios consultados, incluso los republicanos, han dicho que no tienen ninguna prisa por abocar el tema del impeachment, conscientes de que en la opinión pública prevalece la idea de que es mucho más traumático un cambio de presidente a estas alturas que las mentirillas que éste haya dicho en un tema que no afecta la seguridad nacional, como quedó evidenciado ante la baja de las bolsas de valores de la semana pasada. Y detrás de todas las razones, porque de por medio está un personaje intensamente impopular como Kenneth Starr.
Por eso muchos piensan que una confesión del presidente sería suficiente para que el Congreso actuara en forma benevolente con él y archivara el proceso. Esa apreciación se basa en que todavía hay muchos aspectos legales discutibles, pues por ejemplo la Constitución no aclara qué delitos son tan graves como para justificar el impeachment. Y como los colombianos saben muy bien, la votación de un Congreso es un juicio político que tiene que ver con consideraciones que van mucho más allá de las meramente jurídicas. Por lo pronto, todo parece indicar que de la estrategia que despliegue Clinton para salir de este monumental enredo dependerá el destino de la presidencia más controvertida de los últimos años.