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¿TARJETAHABIENTE INTELIGENTE?

Diez años después de que el cajero automático revolucionara las relaciones entre el cliente y su entidad financiera llegó a Colombia la tarjeta inteligente.

28 de octubre de 1996

Su módem no está 'polliando', su módem no está 'polliando". Aterrada, doña Inés escucha cómo la máquina incesantemente repite esa frase. ¿Qué diablos será un módem, se pregunta, y por qué debe 'polliar'? Mejor dicho, ¿qué es eso de 'polliar'? Aumenta su confusión mientras maldice el día en que cambió su talonario, su querido talonario, por una de esas tarjetas nuevas tan de moda. Fue un miércoles en la mañana de 1986. La señorita de la corporación le aseguró que no tendría que hacer cola nunca más, que podría retirar su dinero a cualquier hora, siete días a la semana. De formación conservadora, dudó en aceptar la oferta pero finalmente sucumbió ante tanta promesa y recibió la tarjeta que resolvería todos sus problemas. Lo primero que hizo fue proteger a esa importante herramienta: la laminó. Con tarjeta laminada en mano, entró en uno de esos nuevos cubículos, dispuesta a hacer su primer retiro electrónico. A pesar de intentar numerosas veces no logró introducir su tarjeta en la máquina, bautizada cajero automático. Consternada, regresó a la corporación para exigir una nueva ya que evidentemente la suya estaba dañada. Antes de que pudiera hacer un reclamo la señorita le resolvió el dilema: le quitó la lámina. Con renovados bríos se dirigió a la máquina decidida a completar su operación. "Por favor escriba su NIP", dijo el cajero automático después de la introducción de la tarjeta. Por fortuna se acordó qué era el NIP, el número de identificación personal, y cumplió lo ordenado por la máquina. "¿Quiere hacer un retiro?", le preguntó en voz alta el cajero. 'Sí", respondió. Y no pasó nada. "Qué sí", repitió nuevamente. Y nada. No hubo poder en el mundo ni palabra alguna que lograra convencer a la máquina de su interés por llevar a cabo una transacción. No sería la única vez que el cajero la dejaría perpleja: en una ocasión le informó que su oficina se había 'caído', noticia que le causó gran preocupación por la suerte de sus colegas; en otra, que no había 'línea' y por eso no era posible hacer la operación. Después de años y años de intentos tras intentos doña Inés se siente por fin segura cuando entra a uno de esos cubículos. Hoy, expresiones como módem, el NIP, estar en línea o se cayó el sistema forman parte del diálogo cotidiano. El responsable de esa ampliación del idioma: el cajero automático que irrumpió en Colombia hace una década y cambió de paso las relaciones entre el cliente y su entidad financiera y de ahorro.

La segunda invasión
Los que pensaban ilusamente como doña Inés que ya habían aprendido toda la lección se encontrarán con una sorpresa: las tarjetas débito tradicionales están en retirada y les quedan pocos años. En su reemplazo llegó un modelo más avanzado y con una mayor capacidad de almacenar información, un verdadero Rolls Royce de la informática. La tarjeta inteligente entró al mercado colombiano oficialmente el 20 de agosto de este año, presentada en sociedad por la Red Multicolor, que provee servicios a todas las corporaciones de ahorro y vivienda. Uno de sus mayores atributos: se pueden realizar transacciones fuera de línea. Mejor dicho, a doña Inés nunca más su supermercado preferido podrá negarle el uso de su tarjeta porque están dañados los teléfonos. Esa excusa, por popular que sea, ya no es válida frente al nuevo modelo inteligente. En apariencia las tarjetas, la nueva y la antigua, son iguales. Tienen banda magnética, caben sin problemas en la billetera y sirven para retirar efectivo o realizar pagos en algunos lugares. La diferencia en realidad es simple: el dinero está en un pequeño chip de computador (el pequeño oval dorado) ubicado en la tarjeta y no en el banco. Con sólo digitar el NIP en un datófono, un aparato pequeño similar a los que se utilizan para verificar tarjetas, podrá retirar su dinero o pagar una cuenta. La frase se "cayó el sistema", que tanto tiempo mortificó a doña Inés, quedará relegada en poco tiempo al cuarto de San Alejo de expresiones innecesarias. Una suerte similar le espera a las monedas, los billetes y los cheques si las tarjetas inteligentes tienen el auge que se espera. Imagínese a doña Inés pagando un taxi con su tarjeta, segura por primera vez en su vida de que no le cobrarán más y que no se verá obligada como siempre a darle una propina gratuita al conductor simplemente porque no tiene cambio. El datófono (hay que aprenderse esa palabra) exhibirá claramente el costo de la carrera. Los taxistas también se beneficiarán. Se les proveerá de una tarjeta de recolección, con la cual podrán retirar de cualquier cajero las ganancias de ese día. Los cines, los peajes, las bombas de gasolina e incluso los buses podrán cancelarse sin necesidad de retirar un solo peso. Ese chip actúa como una billetera, con dos bolsillos y todo. El primero sirve de monedero. El dinero que se guarda allí es igual que efectivo y tiene las mismas ventajas y desventajas. Si se pierde la tarjeta la persona que la encuentre puede disponer del dinero que hay en el monedero como si se le perdiera un billete de dos mil o cinco mil pesos. En el segundo bolsillo está el cupo de la cuenta, al cual se accede sólo mediante la clave personal. De este bolsillo podrá retirar efectivo, trasladar dinero al monedero, pagar cuentas en establecimientos, consultar el saldo, chequear las últimas ocho transacciones realizadas y así doña Inés podrá vigilar si su nieto está utilizando su tarjeta a escondidas. Y es que la tarjeta inteligente es ya una realidad en Colombia. Se estima que entre octubre y noviembre habrá 500 puntos de pago con datófonos y 100.000 tarjetas en circulación. Davivienda inició un programa piloto en la Universidad Externado con más de 2.000 estudiantes, quienes ya cancelan la cuenta de tintos, gaseosas y galguerías de la cafetería con la tarjeta inteligente. Quienes dudan que las tarjetas inteligentes son la ola del futuro parece como si hubiesen perdido la memoria de los últimos 10 años. En junio de 1986, meses antes de que doña Inés iniciara su travesía por los cajeros automáticos, había 50.000 tarjetahabientes, hoy son más de seis millones.