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Terminar o no terminar: esa es la cuestión

La deserción universitaria tiene un alto costo para la sociedad colombiana. Todos pierden. Desde los estudiantes que se retiran y sus familias hasta las instituciones educativas.

12 de marzo de 2011

En 2009, el 12,3 por ciento de los aportes de la Nación a la educación superior se fueron a la caneca. Esto por cuenta de los estudiantes que abandonaron sus estudios en las universidades públicas, que le significaron al Estado 221.112 millones de pesos perdidos.
 
En cuanto a las universidades privadas, las cifras fueron superiores. El costo directo asumido por las familias de quienes se retiraron de su carrera ese año fue de 337.351 millones de pesos. Así mismo, en 2010 estas instituciones educativas dejaron de recibir 220.081 millones de pesos por la matrícula de los estudiantes que desertaron en 2009.
 
Además de los costos económicos, la deserción tiene un impacto social negativo. Caroline Walker, directora del Centro de Acompañamiento Académico de Estudiantes (Coae) de la Universidad Pedagógica Nacional, comenta que “en el pregrado, la deserción es significativa, por lo que las probabilidades de que los estudiantes caigan en el subempleo o en la informalidad son altas”.

En Colombia, la deserción en pregrado alcanza el 45,4 por ciento. Es decir, de cada dos estudiantes que empiezan una carrera solamente uno logra finalizarla. María Dolores Pérez, secretaria de Planeación de la Pontificia Universidad Javeriana, sostiene que “la deserción se presenta por falta de orientación vocacional, fallas en la articulación entre el colegio y la universidad, una inadecuada adaptación del estudiante y carencia de recursos económicos, entre otros”.

Luis Ómar Herrera, investigador del Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico (Cede) de la Universidad de los Andes, asegura que “si bien no se puede desconocer que la ausencia de recursos causa un impacto enorme, la preparación previa del estudiante es un indicador de las debilidades que va a tener en el futuro próximo dentro de las aulas. A mayor puntaje en el examen de Estado, Saber 11 (como se llama ahora la prueba del Icfes), menos probabilidades de deserción”.

Para el doctor Andrés Isaza, profesor asociado de la Universidad del Rosario y líder del grupo de Investigación en Educación Médica y en Ciencias de la Salud de Colciencias, “otro factor es el pedagógico: currículos desintegrados en los que el estudiante, en sus primeros años, no encuentra contacto con la profesión que eligió”.

Ante los altos costos que acarrea la deserción, combatirla se ha convertido en una prioridad tanto para el Estado como para las instituciones de educación superior. Las estrategias incluyen apoyo financiero y becas, consejería psicológica, orientación vocacional, procesos de aseguramiento de la calidad y cursos de nivelación y refuerzo académico, como intersemestrales, electivas y tutorías.

En los programas de posgrado la información sobre deserción aún no se encuentra sistematizada. “Los estudiantes de posgrado se retiran por incapacidad económica para continuar, porque la calidad o el currículo no satisface las expectativas del estudiante o porque la exigencia del posgrado supera sus capacidades”, explica el doctor Isaza desde su experiencia en el área de las Ciencias de la Salud.

La deserción en los posgrados frustra el proyecto de vida de quien lo abandona, y, para el país, es un profesional altamente calificado menos. Según el Observatorio Laboral para la Educación, del total de títulos otorgados de educación superior en 2009 apenas el 2,5 por ciento de los egresados obtuvo una maestría y el 0,1 por ciento, un doctorado.