Especiales Semana

TIERRA DE PARADOJAS

10 de noviembre de 1997

hace un tiempo me encontré con Gabriel García Márquez para tomarnos unas copas en un hotel de Ciudad de México. El acababa de llegar de Washington, luego de haber pasado un tiempo con la familia Clinton en la Casa Blanca. Y parecía perplejo. ¿Cómo es que, él pregunta, tantos americanos desconfían del presidente Clinton? El había encontrado que tanto el presidente como la primera dama eran excepcionalmente brillantes y encantadores. Notó que habían leído casi todas sus novelas y estaba claramente encantado con la interpretación que de El amor en los tiempos de cólera hizo la señora Clinton.
Le comenté que yo había encontrado que la mayoría de la gente en diferentes democracias alrededor del mundo veían a los políticos a través del mismo prisma. Por encima de sus perspectivas ideológicas, el público desarrolla una especie de intuición _usualmente correcta_ para saber si un político se guía por convicciones de fondo o si simplemente se deja llevar por los vientos políticos. Para muchos en Estados Unidos, Bill Clinton parece estar siempre listo para dejarse guiar por las encuestas de opinión pública más que por sus creencias. Esto socava la confianza que tiene en él como líder, a pesar de que estas mismas personas lo hallan caluroso, cariñoso e inteligente.
La visión del pueblo está en conflicto.Lo mismo sucede con mi visión de Colombia. Es una tierra de paradojas, una sociedad que contiene lo mejor y lo peor del carácter humano.Yo aprendí a amar a Colombia en una época conmocionada cuando el país estaba en el foco de la atención mundial de los medios _que no era muy buena_. Llegué por primera vez a Bogotá unos días después de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, y he vuelto muchas veces en los últimos 12 años. He llegado a conocer muchos colombianos con enorme coraje, y la fortaleza de sus convicciones y el amor que sienten por su patria me han conmovido. Tuve el honor de estar sentado con la delegación colombiana en las Naciones Unidas y escuchar a Virgilio Barco declararle la guerra a los narcóticos ilegales. Unos días antes de ser asesinado, hablé con Luis Carlos Galán sobre sus esperanzas y sueños para el país. Trabajé con César Gaviria, quien, asumiendo un gran riesgo, recogió el estandarte caído y continuó la lucha. Estos hombres fueron ejemplos para el mundo de líderes dispuestos a arriesgarlo todo por su país.
Sin duda todos somos nacionalistas, pero no he visto ningún otro lugar en el mundo donde se crea en forma tan amplia y profundamente pasional en la nación. Lo más probable es que esto sea precisamente por los traumas que ha sufrido Colombia en estos tiempos. Existe una voluntad colectiva increíble por mantenerlo todo en su lugar, para de alguna manera evitar caer completamente en un abismo de violencia y corrupción. Como forastero, es algo bastante asombroso. Me deja perplejo, sintiendo al mismo tiempo tanto admiración como tristeza por la situación de las cosas en Colombia.
A veces parece que algún tipo de sicosis nacional ha afligido a Colombia, un lugar en donde la gente es excepcionalmente generosa y cálida, pero que al mismo tiempo uno encuentra violencia y crueldad apabullante. Es una nación de empresarios con habilidades para los negocios muy superiores a las de la mayoría de sus vecinos, y sin embargo estas habilidades son las mismas que alimentan esa eficiente empresa criminal que se expande por el mundo.
Por un tiempo estuve encargado de explicar estos conflictos _de tratar de ayudar a mejorar la imagen de Colombia alrededor del mundo_. No era fácil. Uno no puede negar la realidad y la realidad es que Colombia es un lugar muy violento. Traté de ubicar esta realidad en su contexto, de cambiar esa visión que sólo quería ver la maldad existente en un país lejano de Sur América por una visión que reconociera que en verdad había fuerzas del bien en acción haciendo su trabajo. Como el producto de esta maldad _las drogas_ llegó a la mayoría de los barrios en Estados Unidos y Europa, la gente empezó a escuchar. Cuando fuimos capaces de iluminar lo bueno, la visión se equilibró un poco.
Hoy, desafortunadamente, no hay mucho bien que reportar.A pesar de que han sido desmantelados carteles muy poderosos, el tráfico de droga continúa sin mayores tropiezos. El gobierno de Samper logró aferrarse al poder persiguiendo una cínica política de apelación al nacionalismo, mostrándose como una víctima desventurada de fuerzas externas, principalmente de Estados Unidos. Mis amigos colombianos saben que soy todo menos un apologista de la política exterior de Estados Unidos para la región, pero el spin de Samper es poco ingenioso en el mejor de los casos, ya que los problemas de Samper fueron creados por él mismo y por nadie más. En el corto plazo, esta política de 'culpemos a los demás' puede haberlo mantenido en el poder. Pero en el largo plazo, le hizo un enorme daño no solamente a la imagen de Colombia en el exterior, sino muy posiblemente a la dignidad del país.
Aún más importante que su imagen en el exterior, estos últimos años han hecho que los colombianos se vuelvan cínicos frente a sus propias instituciones políticas. Yo creo que tanto Colombia, como Estados Unidos, se benefició de tener un fuerte sistema político bipartidista. Hoy, Colombia está siguiendo una tendencia que vemos alrededor del mundo _el declive de las ideologías y el ascenso del nacionalismo y de los votantes independientes_. En su despertar quedan los despojos de partidos políticos establecidos, y su fallecimiento es el resultado natural de años de testarudez por parte de los líderes partidistas por no marcar diferencias claras entre los partidos. Recuerdo que en 1985 estuve presente en un focus group conformado por colombianos que hablaban sobre la futura elección presidencial. Un hombre viejo estaba sentado en silencio en una esquina, y el moderador finalmente lo presionó para que diera su opinión. El moderador le preguntó: "¿Cuál es la diferencia entre los partidos Liberal y Conservador?. El viejo simplemente respondió: "Dos máscaras, la misma cara".Aunque hay buenas razones para estar consternados por la viabilidad de las instituciones políticas en Colombia, especialmente dada la trayectoria del presente gobierno, la historia nos muestra que el país es capaz de lograr cambios fundamentales cuando se ve enfrentado a tiempos de crisis. Ha sido en momentos como estos en donde he sido testigo de actos de gran coraje personal y político.Enfrentados a una evidente intimidación, a asesinatos brutales y secuestros, la prensa colombiana se mantuvo vigilante en el cubrimiento de problemas como el narcotráfico y la corrupción que continúan hoy en día. Una y otra vez el mundo fue testigo del coraje de colombianos dispuestos a arriesgar sus vidas enfrentándose a las fuerzas corruptas. Amigos míos me preguntaban asombrados: "¿Quiénes son estas personas dispuestas a ser jueces o fiscales o ministros de justicia?". Así fueran funcionarios elegidos dispuestos a alzar su voz o soldados listos a tomar las armas, miles de colombianos promedio rehusaron someterse a la intimidación.Así también, fui testigo de un período de gran cambio que buscaba fortalecer las instituciones políticas. Recuerdo al presidente Barco enfrentándose al establecimiento político en su búsqueda por conseguir una mayor participación popular, empezando por la elección popular de alcaldes. Tan sólo unos años después el presidente Gaviria convocó la Asamblea Nacional Constituyente que significó una profunda reforma legislativa y judicial.De cara a tantas tragedias, violencia y corrupción muchas veces abrumadoras, no sorprendería ver que la gente simplemente se 'desintonizara' o, aún más probable, que tratara de negar sus dificultades. Afortunadamente ese no es el talante colombiano. Por el contrario, los colombianos reconocen que sobrevivir la amenaza requiere confrontarla, y al final, conquistarla.Es por eso que me siento aún optimista sobre Colombia y su futuro.Cada día podrá traer más titulares pesimistas, pero hay algo en la profundidad del alma colombiana que enfrentado a la desesperación y aparentemente en contra de toda probabilidad, siempre alza su, voz para rehusarse a aceptar la derrota.
John W. Leslie, Jr. espresidente del grupo Bozell, Sawyer & Miller, una de las firmas de comunicaciones más prestigiosas de Estados Unidos. Manejó la imagen de Colombia para los gobiernos de Barco y de Gaviria. Es el norteamericano que mejor conoce el posicionamiento de Colombia en Estados Unidos y Europa.