Especiales Semana

Todos para uno y uno para todos

En el peligro de las misiones de las Fuerzas Especiales, la clave para conservar la vida está en la confianza entre sus miembros.

Angélica Sánchez*
21 de junio de 2009

En febrero de 2008, un grupo de Comandos elite avistó en el sur del país varias personas que a 200 metros se bañaban en un río. Estaban fuertemente custodiadas por hombres armados que les apuntaban y no los perdían de vista. Sobresalían tres de ellos porque su piel era muy blanca y hablaban inglés entre sí. Se trataba de los tres contratistas norteamericanos secuestrados por las Farc desde hacía más de cinco años y varios militares y policías, compañeros de infortunio. Fue la primera noticia que se tuvo de ellos desde cuando el subintendente Jhon Frank Pinchao se fugó y las Farc extremaron las medidas de seguridad.

Más de seis meses en la manigua llevaba el pequeño grupo de Comandos experimentados que consiguió la buena nueva de que los norteamericanos estaban vivos y, más aun, de su localización. A pesar del riesgo que corrían sus vidas, y de los varios meses que debieron permanecer casi mudos en la selva, persistieron en la Operación hasta lograr el objetivo que se habían fijado: ubicar a los secuestrados. La operación que luego el presidente Uribe presentó a la opinión pública como cerco humanitario. La información suministrada por esta unidad fue clave para iniciar lo que más tarde se conocería como la exitosa Operación ‘Jaque’.

El trabajo de los batallones de Fuerzas Especiales, algunos pertenecientes al Ejército y otros al Comando de las Fuerzas Militares, es casi invisible para los colombianos, por el sigilo de sus operaciones. Sin embargo, son responsables de muchos de los éxitos que se conocen en los últimos años contra grupos al margen de la ley. Como cuando, hace tres meses, entraron en silencio a la Cuchilla del Infierno y un experto tirador dio de baja, a más de 600 metros, al jefe guerrillero ‘Negro Antonio’, de quien se decía en los círculos de las Farc que sería el futuro reemplazo del ‘Mono Jojoy’.

Sólo los mejores

Esos soldados son la elite de la elite y para formar parte de ellos es necesario ser el mejor en lo que se hace, pero también ser el más reservado, paciente y confiable. Así se crea “cohesión de grupo en la que todos son talentosos, dan el 100 por ciento en las misiones y son solidarios entre sí”, manifiesta el coronel David Godoy, comandante del Batallón de Fuerzas Especiales del Ejército, un hombre con más de 25 años de experiencia en la lucha contrainsurgente, a quien sus subalternos miran, evidentemente, con admiración y cercanía.

Los Comandos son como los superhombres de la guerra. A diferencia de los soldados regulares, que deben realizar labores rutinarias y fuera de combate, dedican todo su tiempo a la acción, la mitad en una pista de entrenamiento y la otra en operaciones específicas. Tanta es la intensidad, que “dejan atrás al miedo”. Ostentan distintivos de los cursos más duros de supervivencia, saben leer cartas de ubicación geográfica, aciertan a un blanco a más de 2.500 metros de distancia, saben realizar un asalto aéreo y son capaces de permanecer inmóviles días enteros y no ser descubiertos. “Deben tener la mente clara, antes que emanar adrenalina”, dice el capitán Carlos Pérez*, responsable de uno de los exclusivos grupos Delta de observación. “Avanzan hacia misiones con menor personal más especializado, y mejor tecnología… aprovechan la ventaja operacional y la cohesión de los grupos pequeños con cualidades excepcionales, según lo dice David Spencer, especialista de la Universidad Nacional de la Defensa en Washington.

El compañerismo

Gracias en parte al innegable aporte en recursos del Plan Colombia, los Comandos Especiales usan la última tecnología en equipos y forman parte de la profesionalización de las Fuerzas Militares. Y su extrema valentía tiene apoyo aéreo permanente y evacuación inmediata de heridos, lo que les da confianza para ir a combatir. Cambian de equipos cada cierto número de horas para evitar accidentes por fatiga de material o fallas, como se hace con los aviones. Y cuentan con lo mejor en comunicaciones, pues un comandante puede enlazarse con operaciones en el país, hablar con sus hombres y tomar decisiones inmediatas. Así, como otros grupos de alta escuela, como los Rangers de Estados Unidos y las Forces d’Élite Francia, los grupos de Comandos son un ejemplo del Ejército en desarrollo que evoluciona, se capacita y además logra quitarle miembros y territorios estratégicos al enemigo.

Y tienen un principio fundamental: la confianza absoluta en el desempeño de cada uno de ellos, pues en una operación, la vida de cada uno depende de la de su compañero. Por eso, como en el lema de los mosqueteros, “¡todos para uno y uno para todos!”, los Comandos tienen como un presupuesto fundamental de su éxito la camaradería, el buen humor y una amistad a toda prueba. En una palabra, una confianza absoluta en sus compañeros. Crean fuertes vínculos entre ellos y adquieren una cercanía de hermanos.

Otro aspecto que los distingue de otros batallones es que, sin importar los rangos, todo lo hacen juntos: entrenar, capacitarse y tomar decisiones, todos opinan sobre el curso a seguir en una operación y valoran la experiencia. Sin embargo, una vez el comandante tome una decisión, todos la siguen y trabajan por ella. “Analizar los puntos de vista es la gran diferencia de estos grupos”, afirma el comando Andrés Patiño* con seis años de experiencia, y quien antes perteneció a una Brigada móvil.

Ello requiere, por lo demás, una estricta confidencialidad. No revelan detalles a externos y solamente hablan del tema con compañeros durante el planeamiento y al regreso de la operación, revisan lo que salió bien y lo que salió mal, así establecen protocolos que ayudan al éxito de futuras misiones. Si algo está mal, hasta el de menor rango puede participar en el examen de los errores y hacérselos ver a sus superiores, algo impensado en la milicia. Aclaran el asunto inmediatamente, para evitar resquemores que dificulten las relaciones. Los Comandos son pocos, pero cada cual está subespecializado y entrenado en su mejor habilidad. Su labor es determinante en el reconocimiento de zonas, retomas de corredores estratégicos como el que hicieron en el páramo de Sumapaz al sacar a alias ‘Romaña’ (clave para acceder a Bogotá), ubicación de cabecillas y operaciones de impacto internacional como el asalto al campamento de ‘Raúl Reyes’.

Pero, en contraste con su protagonismo en el área de operaciones, no divulgar su participación ni poner en cabeza de nadie sus éxitos hace parte del espíritu de cuerpo y de las normas de la cofradía a la que pertenecen. “A esta hermandad se entra voluntariamente, olvidamos los egos y damos lo mejor de cada uno al grupo para lograr éxitos operativos… dentro y fuera del área yo confío ellos y ellos en mí”, afirma el sargento Diego Álvarez* con 13 años de experiencia.

Al parecer, esta es la clave de su altísima efectividad y bajas tasas de mortalidad en combate: en el caso de Las Fuerzas Especiales del Ejército, en promedio sólo una persona fallecida cada año. Y aunque son menos en número y trabajan a pocos metros del enemigo sin que este se percate, el suyo sigue siendo un tema de confianza en el grupo y en la capacidad de las Fuerzas Armadas de conseguir la anhelada paz.

*Productora general de SEMANA

* Nombres cambiados por seguridad.