Especiales Semana

TRISTE SEXO

La puritana Bogotá de hace 35 años ha desaparecido, para tomar hoy el lúgubre perfil de ciudades como Bangkok o Manila donde la pornografía asalta al visitante a cada paso. Una incursión al bajo mundo del comercio sexual.

14 de junio de 1982

Lo primero que me llamó la atención de esta capital sombría fue que había demasiados hombres de prisa en las calles y que en cambio no se veía ninguna mujer", escribe Gabriel García Márquez de Bogotá; no la de hoy, sino la que conoció de estudiante en 1947. Una ciudad severa y puritana, llena de campanarios y de entierros solemnes, de hombres conversando de política en los cafés; donde no había mucho tiempo, ni muchos lugares, para el amor y el sexo.
Hoy, 35 años después, ocurre todo lo contrario. El triste mundo del comercio sexual que antes se agazapaba en algunas casas clandestinas, identificadas usualmente con el nombre de su propietario, hoy se ofrece con insolencia en periódicos, cines, salas de masajes, clubes de cine rojo, teatros de strip y puestos de revistas.
Sin darse cuenta a qué horas, Bogotá empieza a tomar ese lúgubre perfil de ciudades como Bangkok o Manila donde el sexo y la miseria andan de la mano por las calles.
El desprevenido visitante que llega a Bogotá tiene esta impresión desde el momento mismo en que abre el periódico, a la hora del desayuno, para encontrarse al lado de las inocentes películas de romance y de guerra, un despliegue abigarrado de películas eróticas, que en Hamburgo o en París ni siquiera se anuncian.

SEXO BAJO LA LUPA
Si ese visitante se tomara el trabajo de mirar los minúsculos avisos clasificados, se encontraría, al lado de las virtuales ofertas o demandas de casas, apartamentos o empleos, sugestivas propuestas de servicios relacionados directa o indirectamente con el sexo.
"Caballeros, activas masajistas a domicilio", dice un anuncio.
Y otro convertido en sugerente cápsula de dos palabras: "Lindas domicilio "
Hay avisos que ofrecen saunas o cines, o sauna, cine y masajes, combinaciones realmente orgiásticas, que son accesibles con sólo marcar un número telefónico.
Se trata en realidad, de melancólicos escondrijos presentados de manera seductora: apartamentos o casas que simulan consultorios (luz tamizada, muchachas no siempre atractivas que sólo llevan encima una ligera bata blanca de enfermera) situadas en las calles del centro o en el viejo barrio Teusaquillo, algunas de cuyas antiguas construcciones de estilo inglés resultan hoy ideales para albergar otra de las formas que adopta el tráfico humano.
Naturalmente que existe también el servicio a domicilio, en el que la prostitución está apenas encubierta por el velo transparente de un servicio de masajes de relajación muscular, como el que suele darse a los deportistas. La tarifa, según los servicios negociados, oscila entre 700 y 2.500 pesos.
En algunos casos, el cliente que no desea entrar a un establecimiento de este género, ni puede tampoco recibir en su casa a la masajista, tiene la posibilidad de encontrarse con ella en un lugar convenido de antemano con la "agencia". Uno de estos establecimientos especializado en citas, fija invariablemente el lugar de los encuentros en una bomba de gasolina de la Avenida Caracas con Calle 22, mediante indicaciones o señas para facilitar el reconocimiento.

SEXO EN 70 mm
El visitante que ya ha encontrado el diario matinal salpicado discretamente de este tipo de ofertas, tiene nuevos motivos para sorprenderse cuando sale a la calle.
Los cines especializados en películas eróticas son tan abundantes, a lo largo de calles centrales, como los cines corrientes, pero a veces mucho más concurridos y desde horas muy tempranas. De las 89 salas de cine que hay en la ciudad, 40 están especializadas en películas pornográficas o de violencia. 5 de ellas están reservadas para el estreno de películas de sexo.
No es nada ilegal. En Bogotá dos distribuidoras, Euroamérica Films y Películas Presidente, se han especializado en la importanción legal de películas de tema sexual. El negocio es redondo. Mientras una cinta como "El león del desierto". protagonizada por Anthony Quinn, vale 20.000 dólares, una barata película, realizada en ocho días por productores italianos, se consigue por sólo 3.000 dólares, con derecho a ser exhibida durante cinco años. El valor de la entrada es igual al de una película de calidad. Pero su éxito de taquilla es mucho mayor. Un ejemplo: "Con mi tía no es pecado", mediocre producción italiana de sexo y humor que es sólo sugerente en su título, permaneció siete semanas en el Cinema 7. La vieron 80.000 personas, que es el honorable promedio de un estreno.
Los importadores y distribuidores de estas películas, el conocido Carlos Ogliastri y Jorge Ruiz (Películas Presidente) no ven en su negocio ningún motivo de rubor. "Son, en su mayoría, películas sanas, de humor". Con frecuencia citan la productiva serie de "Las Colegialas" cuyo récord de permanencia en cartelera (54 semanas) sólo fue superado en Colombia por la ya clásica e inocente "Novicia Rebelde".
"Si los niños ven asesinatos en televisión, no veo por qué los adultos no pueden ver el amor en el cine", explica Ogliastri.
Amor, desde luego, es una palabra demasiado seráfica para el nutrido repertorio de perversiones que se ofrece en estas películas.
Pero hay un punto en que los distribuidores legales del cine erótico tienen razón. Erótico no quiere decir cine rojo, no es el famoso "Hard Core" que inunda las salas de la calle 42 en Nueva York o del barrio "Pigalle" en París. La única película que podría entrar en esta clasificación entre las que se estrenan en Bogotá sería "Calígula", recientemente presentada en los cines de estreno.

CAMBIO DE PROGRAMA
Desde luego, el cine rojo exíste. Pero hasta ahora había tenido un carácter clandestino. El desprevenido visitante que ambula por las calles centrales o por ciertas calles de Chapinero puede ser abordado repentinamente por un hombre sigiloso que le lanza sugerencias al oído. Si acepta la invitación, franqueará una pequeña puerta, puede ser en la calle 23, que en la noche da acceso a un grill de mala muerte. Adentro, un niño de doce años deambula con una literna. Es el cobrador, y anuncia la tarifa con voz meliflua: cien pesos. El salón es estrecho y está saturado de humo. Hay siete hombres más, tratando de descifrar la pálida película. En primera fila está un sesentón calvo y bien vestido, muy serio. El ronroneo del proyector es el sonido dominante. Es una película sueca, muda, de ocho milímetros, muy rayada y con pésima iluminación.
Cambio de escena. Si el visitante no se decide a penetrar en tal antro, es posible que cambie de opinión dos cuadras más allá, en la 24 con 7a. "Siga, caballero, al segundo piso".
Es medio día. Arriba, en una antigua pista de baile, hay 40 personas. Cada una pagó 150 pesos por entrar. La proyección es profesional; las películas están en buen estado y son recientes. Entre un corto y otro, el proyeccionista informa, con tono de vendedor de específicos: "El programa cambia todos los jueves. Hay disponibles dos habitaciones, si quieren venir acompañados".
Diez de estas salas de cine publican diariamente por lo menos cuarenta avisos limitados que se repiten hasta en la página de cines comerciales. Pero el cine rojo es completamente ilegal, no por sus implicaciones morales, sino por razones comerciales: se proyecta sin licencias, con películas de contrabando, en locales secretos. Igual sanción le cabría a quien hiciera negocio con sesiones clandestinas de Walt Disney.
Dos de los salones de Chapinero ofrecen servicios especiales; películas a domicilio y exhibiciones para mujeres. Todo debidamente anunciado: "Exclusivamente damas, cine club privado". La interesada llama de su propio número y espera a que vuelva a sonar el teléfono. Entonces le revelan la dirección.
Existen también los cines mixtos, con mesas y licores, donde se pueden hacer contactos a la sombra dudosa de la proyección. Otros combinan cine rojo, strip y la vecindad de una residencia. El mundo sexual de Bogotá es una realidad al rojo vivo.

LA BARAJA DEL PORNO
Si el desprevenido visitante puede huir asqueado, del asedio de los cines rojos, tal vez camine un poco por la calle 19. Y se encontrará, de manos a boca, con un revistero que ofrece, sin el menor reato, revistas de perversiones. Tres o cuatro títulos, extraordinariamente bien impresos, a dos mil pesos cada uno. A pocos pasos, un niño revende revistas pornográficas viejas.
Se encuentra una variedad de 40 títulos en los 300 puestos de venta que agrupa el Sindicato de Voceadores, al igual que en droguerías, supermercados y algunas librerías.
De esos 40 títulos, 22 corresponden a revistas que alternan el buen o mal periodismo, el material literario, médico o sicológico, con desnudos relativamente artísticos, relativamente inocentes, pero definitivamente pornográficos. En esta categoría están "Playboy", "Bazaar", "Penthouse", "Companion", "Número Uno", "Oui". Se importan libremente, con un arancel del 7 y medio por ciento, y su precio oscila entre los 100 y 500 pesos.
Seis títulos más ("Elite", "Gallery", "Men", "Swank", "Velvet", "Talks"), se ofrecen a quienes no quieren leer las entrevistas de Playboy, sino pornografía abierta, pero no fuerte. Son las de menor circulación.
Y los últimos diez títulos (cantidad que varía notablemente) son una variada muestra de "porno duro" que entra al país de contrabando y es repartido en la calle 19 por hombres discretos de abultados maletines que dejan dos, cuatro o diez revistas a cada pequeño distribuidor. Un ejemplo puede ser la revista "Sueca", que llega por el puerto de Buenaventura y se distribuye a todo el país a un costo de cien pesos ejemplar. Su material en norteamericano y la impresión se hace en México; de manera que su título es apenas una referencia engañosa.
La calle 19 ofrece también naipes eróticos y juegos fotográficos de bolsillo, casi todos con la etiqueta "Topsy Productions", o"Larry Flint Productions". Esta última es la compañía editora de "Hustler", e imitadora barata de la legendaria "Playboy Enterprises".
La circulación de estos productos no es alta. El mayor éxito es el de "Pimienta", publicación semanal es español, editada en Miami, de la que se traen 1.200 ejemplares. "Se venden sin problemas", dicen los distribuidores. Pero "Playboy" y "Penthouse" llegan apenas por docenas a droguerías y puestos de aeropuertos, y por unidades a los vendedores callejeros. Y se venden lentamente. Pero las cifras son muy bien guardadas por la prestigiosa casa comercial que las importa.
Existen, claro está, ediciones piratas nacionales y revistas con dosis generosas de chistes verdes colombianos cierta editorial tiene por negocio aprovechar negativos que llegan de México y que después pasan al Perú, con los cuales elaboran más de quince fotonovelas seudoeróticas y de bajo precio.
La venta de todos estos impresos es lícita. Como en el caso anterior, se podría sancionar a los dueños de tal comercio por contrabando, pero no por atentar contra la moral. En este aspecto sólo se podría invocar un modesto inciso de la Ley de Prensa de 1949, que establece multas de 500 pesos para sus contraventores.
Pero, tras éste, hay otro submundo sexual que el visitante desprevenido no podrá conocer si no se introduce en él voluntariamente: el de los moteles.

SABANAS DE ALQUILER
Bogotá tiene setenta moteles, que son insuficientes para la demanda. El día de mayor congestión es el lunes; hacia las seis de la tarde, miles de personas trasladan su amor urbano de la vespertina al motel.
Las cifras oscilan entre 800 y 1.600 pesos, por períodos que van de las seis a las doce horas.
El promedio de permanencia de una pareja en una habitación es de una hora. Pero muchos piden la cuenta diez minutos después de llegar.
El motel es refugio de miles de amantes comunes, que no disponen de un espacio físico para sí mismos; pero alberga también diversas clases de prostitución -como las "masajistas" y ciertas aberraciones.
Un motel cobra, por ejemplo, tres mil pesos por recibir tres personas en la misma habitación. Admite discretamente parejas del mismo sexo sin cobrar extra. Y tiene un servicio especial: el del voyeur.
Por lo menos tres moteles, según cuentan antiguos empleados, tienen mirador hacia una de sus habitaciones. Un voyeur puede gastarse hasta cinco mil pesos en una sesión.
Una noche de viernes transcurre agitadamente en un motel. Se trabaja con tres turnos de cinco camareros, en el caso de un establecimiento grande, de cincuenta habitaciones. Unos 200 carros desfilan entre las diez de la noche y las cinco de la mañana.
Pero en los últimos tiempos estos lugares no son muy seguros. Nunca se publican en la prensa, pero son continuos los asaltos a moteles, tras los cuales, un grupo de consternados clientes empieza a hacer maniobras para regresar a sus casas, porque les han robado el dinero y la ropa. Y nadie, claro, dice una palabra o pone una denuncia. El caso mas reciente terminó en forma trágica, con la muerte del coronel y diplomático venezolano Félix Sánchez Colmenares.
También hay tres elegantes moteles adonde las parejas entran furtivamente... a pie. Recientemente se abrió uno para motociclistas. Además, existen 150 establecimientos que bajo el nombre de "residencias" cumplen las mismas funciones por precios mucho más bajos: 150 a 300 pesos por seis horas.
Un camarero de motel gana el sueldo mínimo, y su estabilidad laboral también es la mínima. Ninguno de ellos dura más de dos años en su puesto, porque los dueños de los moteles no permiten acumular prestaciones.
Algunos moteles han llegado a envidiables extremos de sofisticación: sauna privado en cada cuarto, que se conecta por 300 pesos más. Y televisión por cable, con largometrajes de cine rojo como "Garganta Profunda", a 300 pesos por proyección.

"HARD CORE" EN FAMILIA
Las producciones pornográficas presentadas en estos moteles están años luz adelante de las cintas suecas de los cines rojos. Existe una firma americana, VCX, que produce largometrajes rojos en 70 milímetros, los pasa a videocassette y hasta registra derechos de autor.
El costo de una película como estas en los Estados Unidos es de 150 dólares. Pero se puede adquirir una copia, grabada clandestinamente, por 20. Esa misma copia, introducida de contrabando al mercado de betamax colombiano, se alquila infinitas veces, a razón de 120 pesos por día. Esta tarifa es el doble de la de una película normal.
El cine rojo ocupa el diez por ciento dentro del "stock" de un negocio de alquiler. Algunos dueños dicen que esa proporción equivale también a la demanda que tiene ese tipo de material. Un almacén de betamax mediano cuenta con unos sesenta títulos de "hard core", o pornografía dura. Y los fines de semana no queda ninguno.

TRAS LA CORTINA DEL "STRIP"
A pocos pasos de la Avenida 19 hay un largo corredor subterráneo, a cuyos lados un empresario emprendedor puso mesas para clientes silenciosos que pagan 150 pesos por ser admitidos. Al ritmo fortísimo de grabaciones de rock, varias bailarinas recorren una y otra vez el estrecho corredor. El "animador" explica la única condición impuesta a los espectadores, situados a pocos centímetros de la ondulante mujer que va a pasando. "Se advierte a los caballeros que aquí rige estrictamente la regla de ver y no tocar. Al que lo olvide, nos veremos en la necesidad de sacarlo del salón". Y todos se comportan ordenadamente. Al fin y al cabo, quien desee algo más que pellizcar, sólo tendrá que invitar a la bailarina a su mesa un rato después y pagarle un trago, a ver qué resulta.
Es el nuevo mundo del strip, una combinación de pornografía "en vivo" y prostitución. No se trata del sórdido espectáculo de siempre en el teatro Apolo, donde un grupo de famélicas muchachitas se desnudan ante un público que ha pagado sólo cincuenta pesos por tener una butaca y atisbar al escenario. Se trata de sitios medianamente caros, medianamente lujosos, medianamente sórdidos, donde se trata de imitar la gran revista musical parisiana o simplemente de hacer más atractivo el mercado de la carne.
No hay camareras toppless. En los lugares más exclusivos, las mesas se agrupan formando una platea, y en el pequeño escenario tres o cuatro bailarinas de segunda línea montan una coreografía aceptable. Una botella de vodka puede valer cuatro mil pesos, y una cuenta que incluya comida bordea los diez mil. Si el cliente tiene mucho dinero, puede sentar a su lado a la bailarina. Una gazmoña imitación del "Playboy Club"
Hay tres sitios como estos, el "Lucky", el "Palace" y el "Jolly's" distribuidos en el norte, Chapinero y el centro, donde acude un público refinado, en parejas o grupos, como a un gran espectáculo.
Pero proliferan por todas partes, especialmente en la avenida Caracas hacia el norte, lugares bajos en donde hombres solitarios observan la melancólica desnudez de mujeres que tardan quince minutos en quitarse dos mínimas prendas de ropa. Allí, media botella de aguardiente cuesta 1.200 pesos, que un cliente de baja estofa paga con gusto para obtener la compañía de la "artista" y terminar obteniendo sus servicios en un "reservado" tras el escenario, donde le golpearán a la puerta si se demora excesivamente. Pero el cliente puede sacar a la mujer, pagando una "multa" al establecimiento, que no pasa de los 1.500 pesos. Entonces la lleva a un motel o a su casa.
Estas muchachas son generalmente provincianas, que se ven arrastradas a estos lugares por el desempleo, y ya no los abandonan porque pueden ganar un promedio de 50 mil pesos mensuales, que distribuyen malamente. Todo su capital lo constituyen tres o cuatro vestidos de stript con bikinis de lentejuelas, que un sastre especializado confecciona en el barrio Kennedy y vende después a plazos, por seis mil pesos cada uno.
Afuera, entre la llovizna, el frío y el asfalto siempre húmedo de la ciudad, un hombre ataviado con un corbatín torcido trata de captar clientes a gritos, atravesándose a los carros, tratando de que los transeúntes reciban tarjetas. El desprevenido visitante puede pasar, ya en la noche, frente a los sórdidos locales. "Scandal Flash", "Folies Bergére", "Venus de Noche". Tras su jornada de hallazgos casuales, tendrá la impresión de que la ciudad vive una inmensa borrachera con el descubrimiento del sexo. La vieja represión de los sombreros y las misas no parece preocupar a nadie. Pero la ciudad no ha cambiado de carácter y su sexo sigue siendo triste, como ella misma.

¿Y QUE ES LA PORNOGRAFIA?
¿Qué es, exactamente, pornografía? No se puede considerar como pornográfica toda la producción cultural surgida de un hecho tan cotidiano como la sexualidad. Pero si el análisis no es profundo, se pueden encontrar elementos pornográficos en todos los pueblos y a lo largo de toda la historia humana. Sin embargo, la pornografía es un fenómeno completamente contemporáneo, que corresponde a la organización social actual.
Cada época y cada pueblo ha tenido su propio "discurso sobre la sexualidad", que incluye desde formas sociales hasta imágenes y relatos. La pornografía es parte del discurso sexual actual; lamentablemente, la producción cultural nacida alrededor de la sexualidad en otros siglos, se considera genéricamente como pornografía.
Es necesario pues, establecerle unos límites a la pornografía; diferenciarla de las artes plásticas y literarias que toman como tema el erotismo y la sexualidad y reducirla a su justa proporción.
Pornografía es el conjunto de productos dirigidos a un consumo comercial de tipo sexual. Su procedencia está claramente demarcada, una industria especializada que ha sabido capitalizar muy bien la aparente libertad sexual de los últimos años, y que en el fondo no es sino la liberalización de algunas pautas de comportamiento.
Así pues, la pornografía se enmarca claramente en la cultura de consumo, sus productos pierden vigencia con una absoluta rapidez y por ende necesita una producción vertiginosa, voluminosa y sofisticada.
La pornografía vende fetiches y colores, conduciendo al consumidor a una aparente "liberación" de las normas represivas sexuales con que la sociedad lo atenaza. Pero en realidad la pornografía lo encadena aún más a la frustración que proviene de su soledad, y que, en un círculo vicioso, lo lleva a consumir más porno.
La pornografía es la venta de un falso erotismo sin amor. Pero en realidad desquicia y recorta la sexualidad, al presentarla separada de componentes como el amor o la ternura. Esto se concreta en la presentación de imágenes de genitales en actividad, fuera de un contexto real que las soporte y explique.
Si la esquizofrenia es la separación de la mente y la realidad, la pornografía necesariamente tiene rasgos esquizoides.
Pero así como la pornografía está claramente diferenciada de cualquier manifestación creativa sobre la sexualidad, hay que separarla también de la picaresca y la obscenidad popular, que son más sociales y compartidas a través del lenguaje, en códigos de gestos y términos que se refieren a temas prohibidos.
La pornografía, en cambio, insiste en variantes sexuales anormales. Así se reafirman las fantasías de un grupo de consumidores que tratan de ocultar a través de la pornografía su propia imposibilidad de amar.