Especiales Semana

TURISMO Y VACACIONES

9 de abril de 1990

ESCENARIO CON ALTURA
Del 6 al 15 de abril hay una buena razón para visitar la ciudad de Bogotá: el II Festival Iberoamericano de Teatro.
Más de 1.150 artistas ocuparán 17 teatros y 13 espacios públicos para presentar las 270 funciones que convertirán a la capital en un solo escenario. Sin más requisitos que un ánimo abierto a la cultura, el turista podrá disfrutar en una misma tarde del montaje alemán del clásico "La ópera de tres centavos", la versión marroquí de "La noche de carnaval" y la pieza criolla "Quinteto de cuerdos para un solo de sacristán".
Serán diez días en los que se podrá emprender un estilo de turismo único en el país... ese turismo cultural tan desarrollado en Europa, que en este caso logrará su cometido con la presencia de 80 grupos diferentes de 28 países del planeta.
Pero no sólo para los amantes del arte escénico el festival será un manjar inigualable sobre las tablas. También lo será para todos aquellos que alguna vez han soñado con adentrarse en los rincones de una metrópoli, donde se puede pasar en muy pocas cuadras de un monumento colonial perfectamente conservado a una edificación futurista en la que se pone de presente el paradigma del cristal.
En este orden de ideas, a Bogotá hay que empezar a definirla con el término universalidad. Porque, de hecho, con la misma facilidad con la que un asistente al festival de teatro puede presenciar un día el espectáculo de un mimo francés en alguna de las empinadas calles de La Candelaria, y al siguiente la descrestante magia escénica de "Las tres hermanas" de Hungría, desde un palco del Teatro Colón, igualmente puede degustar al almuerzo un plato criollo en alguna casona de estilo colonial y disfrutar en la noche una exigente langosta en el cerro de Monserrate a más de tres mil metros de altura.
Bogotá es la ciudad de todos, en la que el turista logra confundirse con sus habitantes en muy pocos minutos. Una ciudad donde lo típico dejó de ser, hace mucho tiempo, lo meramente bogotano, para adoptar como propias las costumbres de todos los colombianos. Una ciudad donde realmente hay un plan para cada gusto y para cada bolsillo. Una ciudad donde, incluso, en un mismo día, se puede pasar de una soleada mañana de 20 grados centígrados a una noche en la que el frio se mide bajo cero.

DE BOYACA EN LOS CAMPOS
Por fortuna para el turista, Boyacá no cuenta con aeropuertos de gran escala. Esto lo obliga a entrar en contacto con una región dotada por la naturaleza con paisajes de belleza incomparable. Sobre ellos, los surcos que han marcado los campesinos al explotar la tierra van formando un telar donde cada cultivo parece una pieza única de la artesanía criolla.
En cada curva del camino el viajero se enfrenta a una maravillosa experiencia visual. Más allá de los alambres de púas, el río pasa bañando los cultivos de papa, los de cebolla y los amplios valles de verde profundo que han dado pie a una industria láctea muy desarrollada. La cordillera cierra el cuadro, desde lejos, o tan cerca como si se hubiera empleado un poderoso teleobjetivo para distinguir esos cerros que a veces son verdes, a veces azules, a veces rojizos.
Un burro andariego y un campesino de ruana serán una escena repetitiva. Con la antesala de un campo de tejo, las casas blancas con su techo entejado constituyen una disculpa para beber una amarga o calmar el hambre con una tira de longaniza. En el interior oscuro de la tienda esperan, junto a las viandas, las historias amenas de una matrona con trenza. Su esposo estará, mientras tanto, recogiendo los frutos de la huerta y sus hijos, al regresar de la escuela, se habrán apostado a un lado de la carretera para detener al turista con la promesa de un par de truchas frescas que duermen entre un balde.
Los boyacenses saben que uno de sus mayores encantos está en la tierra misma, bajo los cipreses y junto a las lagunas. De ahí que sus carreteras permanezcan, por lo general, en muy buen estado. Es un factor que ha ayudado en gran medida al desarrollo del turismo en este departamento, en el que se hace casi inevitable pasar de una población a otra con frecuencia, como parte del programa. Cada una tiene vida propia, encantos particulares, pero todas guardan mucho en común. Hay tres factores que prácticamente pueden apreciarse en cualquiera de los municipios de Boyacá: arquitectura colonial, arte religioso y artesanía.
En este departamento no son las luces de neón ni las fichas de ruleta las que hacen el turismo. Son las iglesias coloniales, tan hermosas como las de Monguí o tan profundas y representativas como la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá, destino principal del Papa Juan Pablo 11 en su visita a Colombia en 1986. Son los escenarios históricos, como el Puente de Boyacá, con el séquito de héroes en bronce y en mármol que rodean el río Teatinos, o como el Pantano de Vargas, con el imponente monumento que el maestro Rodrigo Arenas Betancur levantó en honor de Rondón y de los 14 lanceros semidesnudos que, bajo su mando, escribieron una de las páginas más grandes de la patria. Son las plazas de piedra y las hermosas construcciones coloniales, como las que han hecho de Villa de Leyva uno de los encantos que el turista de ultramar no puede dejar de visitar, si pretende decir que ha conocido a Colombia. O como las que se repiten en Tunja, una de las ciudades más antiguas del país.
Es un turismo que se apoya en los museos, como el arqueológico de Sogamoso, el de arte religioso de Duitama o el siderúrgico de Belencito, en inmediaciones de las Acerías Paz del Río. Un turismo que reconoce el arte que existe en cada vasija de Ráquira y en cada tejido de Nobsa.
No obstante, también los visitantes que quieran dedicarse a los deportes acuáticos encuentran en Boyacá una respuesta. Ahí están lagunas como la de Tota y Sochagota, en las que se ha desarrollado una considerable infraestructura turística. Sobre todo en la segunda, en el casco urbano de Paipa, donde el viajero encuentra desde económicas posadas hasta hoteles de 5 estrellas y planes promocionales tan tentadores como el "Paipa salud", un programa estilo spa que le saca el jugo a las aguas termales de este municipio.
Boyacá, en todo caso, es un destino turístico que alguna vez hay que visitar con la seguridad de que a partir de entonces serán muchas veces. Hasta los más rumberos descubrirán que el encanto de tomarse unos tragos alrededor de una fogata nocturna no tiene comparación.