Especiales Semana

"UN AMIGO VALE MAS QUE UN NOBEL"

Juan Gossain, enviado especial de SEMANA a México, compartió con García Márquez las primeras emociones del Premio Nobel.

JUAN GOSSAIN
22 de noviembre de 1982

El miércoles 20 de octubre, a las nueve de la noche, sonó tres veces el timbre de la puerta.
La casa de Alvaro Mutis, en el sector de San Jerónimo, está situada en uno de los barrios más tranquilos y hermosos de México. De manera que aquella persona que estaba timbrando desesperadamente desde la calle, rompiendo en astillas el silencio de la noche, debió provocar un mohín de censura en los vecinos.
--¡Ya voy, ya voy!-- gritó Mutis desde la sala, preguntándose quién podría ser el que llegara a importunar a semejante hora.
Mutis se levantó de la mullida butaca de su estudio, recostada a un muro en el que se ve la foto de un guerrillero mexicano retratado en el momento preciso de su fusilamiento, y caminó rápidamente hacia la puerta. A saltos, casi corriendo, el dueño de casa cubrió la distancia que lo separaba del jardín, llegó hasta un angosto sendero de piedras y flores, y abrió el ancho portón de hierro.
Allí, de pie bajo la fría noche mexicana, vestido con una chaqueta deportiva de cuadritos y un suéter de cuello abierto, estaba uno de sus más viejos y entrañables amigos, escritor y colombiano como él, y también residente en México.
--¡Gabito!- exclamó Mutis, asombrado, ante aquel hombre que parecía temblar de pies a cabeza. Y era cierto: Gabriel García Márquez estaba pálido y como asustado.
--¿Qué te pasa, hermano?- preguntó Mutis.
--Necesito que me escondas en tu casa-- murmuró el novelista.
--¿Y esa vaina?-- se extrañó Mutis--. Ya sé: peleaste con Mercedes.
--Peor, hermano- dijo García Márquez, con un gran desconsuelo--. Me acaban de dar el Premio Nobel...
Mutis se quedó con la boca abierta. Ahora el que empezó a temblar fue él.
LA LLAMADA DE ESTOCOLMO
Aquella noche del miércoles 20 de octubre de 1982 fue, sin duda, la peor que ha pasado en su vida Gabriel José García Márquez, desde cuando nació en Aracataca el 6 de septiembre de 1928 (aunque Luis Enrique, que es un hermano inmediatamente mayor, dice que Gabo no nació el 28 sino en el 27, de modo que en este momento no tendría 54 sino 55 años. "Lo que pasa --aclara Luis Enrique-- es que Gabito se quita un año pero no por vanidad sino por razones históricas: dice que nació el 28 para que su venida al mundo coincida con el hecho más terrible de la historia de Colombia y el que más lo ha impresionado: la matanza de las bananeras".
Alvaro Mutis tomó a García Márquez del brazo, lo hizo entrar, cerró la puerta y regresaron al estudio.
El anfitrión sirvió whisky en dos vasos. Gabito bebió un trago largo.
--Ahora sí, cuéntame el cuento-- le dijo Mutis, tranquilizándolo, y sentándose frente a él.
--Me llamó Pierre Shoris... -- comenzó a decir Gabito.
--¿Quién es ese? -- interrumpió Mutis.
--El vice-ministro de Relaciones Exteriores de Suecia --explicó Gabo--. Es amigo mio y me dijo: "Tienes que venir a Estocolmo el 11 de diciembre, pero con frac".
¡Mierda! -- exclamó Mutis, sorprendido.
--Lo malo --se quejó el novelista- es que el premio sólo lo anuncian mañana por la mañana.
El autor de "Cien años de soledad" miró a su mejor amigo con la angustia pintada en el rostro .
--Estaba desesperado --recuerda Mutis--. No sabía qué hacer hasta que amaneciera. Los nervios se lo estaban comiendo.
--Voy a llamar a Mercedes --dijo Gabo, con decisión, poniéndose de pie--. De pronto me llaman a la casa y la cogen de sorpresa.
Habló con su mujer, Mercedes Barcha Pardo, descendiente de un egipcio que fue dueño de una farmacia en Magangué. Colgó el teléfono.
Al regresar a la sala, García Márquez sintió que se le había dañado el estómago. El susto, la impresión, el miedo estaban haciendo estragos en su organismo.
--Lo mejor es que regreses a tu casa --le aconsejó Mutis--. Imagínate lo que pasaría si te llaman de la Academia Sueca y no te encuentran.
A las 6 de la mañana del jueves --7 de la mañana, hora de Colombia- sonó el teléfono. García Márquez, que no había podido dormir desde su regreso de la casa de Mutis, y que se había pasado la noche entera dando vueltas en la cama, pegó un salto. Extendió la mano, pero ya Mercedes, que había sido enterada de lo que estaba ocurriendo, había levantado la bocina. Oyó una voz que le hablaba en francés.
"EN ESTA CASA NO HA PASADO NADA"
--Te llaman de Estocolmo-- le dijo suavemente a su marido.
Gabito tomó el auricular. Dio los buenos días y dijo: "Gabriel García Márquez, a la orden" .
Mercedes, sentada sobre sus piernas en el colchón, lo miraba. Gabito sólo emitía monosílabos: "Sí, claro", "cómo no", "entiendo". Hablaba en francés. Dos minutos después colgó el aparato. Tenía una sonrisa en los ojos. Miró a su mujer, que no le quitaba la vista de encima.
--Nos ganamos el Premio Nobel- le dijo.
Mercedes, una hermosa mujer que tiene facciones como las que se ven en los retratos de la diosa Semíramis, con el pelo negro larguísimo sobre los hombros, se abrazó a él. No dijeron ni una sola palabra.
Minutos después, marido y mujer se reunían en el comedor de la casa con su hijo Rodrigo --23 años, licenciado en letras de la Universidad de Harvard- y con Ubalda, una muchacha mexicana que es la empleada doméstica. Ubalda es tan inteligente y de tanta confianza, que los García Márquez han registrado su firma en los bancos para que ella gire los cheques y maneje los asuntos de la casa cuando ellos salen de viaje. Gabito habló con su familia.
--En esta casa no ha pasado absolutamente nada-- dijo el ganador del Premio Nobel--. La vida va a seguir igual. Yo no voy a cambiar y sé que ustedes tampoco.
--¿Qué vamos a hacer hoy?- preguntó Rodrigo.
--Lo que cada uno de nosotros tenía planeado --respondió su padre--. Yo me voy ahora al taller a recoger el carro que están arreglando. Va a llamar mucha gente y van a venir periodistas del mundo entero. Hay que atenderlos a todos, pero aquí la vida será la misma.
BUSCANDO AMIGOS EN EL AEROPUERTO
Gabito se quitó la piyama, que en realidad es una especie de sudadera de atleta enrazada con overol de mecánico, y se vistió rápidamente. En el momento en que se estaba poniendo los zapatos --unas botas españolas que le llegan al tobillo, y que se cierran con cremalleras-- se oyó un gran alboroto en la calle.
Mercedes, pensando que era algo grave, se asomó a la ventana. Allí afuera, en el sardinel de la Calle del Fuego, en el barrio del Pedregal del Angel estaban unos diez periodistas, que acababan de enterarse de la noticia. Eran camarógrafos de la televisón de Suecia, Finlandia e Italia.
Uno de ellos sacó de su maletín de trabajo una botella de champaña y la destapó. El corcho, que hizo un gran estruendo, golpeó contra la ventana.
--¡Que salga Gabito!-- gritó el de la botella dirigiéndose a Mercedes--. Queremos brindar con él.
García Márquez, conmovido, salió al antepecho de la casa. Y entonces cumplió su primera ceremonia como Nobel de literatura: se sentó en el sardinel a beber un sorbo de champaña con un grupo de reporteros. La radio mexicana estaba transmitiendo a esa hora la noticia de Estocolmo. De algunas casas vecinas se asomaron personas en las ventanas y, al ver a Gabito en la acera, lo aplaudieron.
(Horas después, en la noche del jueves, los vecinos se acercaron sigilosamente a la casa de Gabo, y con una brocha y un tarro de pintura, escribieron en el piso, a la entrada del garaje:
"Felicidades. Te amamos").


En ese preciso instante, tres amigos de García Márquez salían de un hotel de Nueva York para tomar el avión que los llevaría a México. Eran el director de cine Guillermo Angulo y el presidente de RTI Televisión, Fernando Gómez Agudelo, que viajaba acompañado de su esposa, Teresa Morales de Gómez.
Los tres abordaron un taxi. Varios días antes habían hablado con García Márquez desde los Estados Unidos, y le prometieron que pasarían a verlo a México antes de regresar a Colombia.
Ahora, rumbo al aeropuerto Kennedy, se quedaron pasmados del asombro y de la alegría cuando el taxista prendió el radio y oyeron al locutor dando la noticia en inglés: "El escritor colombiano Gabriel García Márquez ha ganado hoy en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura 1982" .
--Lo único malo --comentó Gómez Agudelo-- es que Gabito no va poder ir al aeropuerto a esperarnos.
--No importa --agregó Angulo--. Al llegar llamamos a Mutis.
Pero cuando el avión aterrizó en la capital azteca, los tres colombianos vieron que entre los seres anónimos que esperaban a sus familiares en el enorme aeropuerto, estaba el Premio Nobel como un vecino cualquiera.
--No hubieras venido --le dijo Angulo, abrazándolo--. Debes tener muchos compromisos ahora.
--No seas pendejo --replicó Gabo--. En este mundo no hay Premio Nobel que valga más que mis amigos.
UN HOMBRE SENCILLO Y BUENO
Cuando regresó a su casa, después de haber dejado a sus tres amigos en el hotel, García Márquez empezó a sentir que estonces sí estaba asustado: la calle estaba llena de transmóviles de emisoras, de cables de televisión, de reporteros y fotógrafos.
No cabe duda: es invulnerable al Premio Nobel. La inmortalidad, que se gana peleando a trompadas con la vida y abriéndose paso a punta de talento, no se le ha subido ni se le subirá a la cabeza. Será el mismo tipo alegre, bueno, con una carcajada que suena como un reguero de monedas en el pavimento.
Miren ustedes lo que hizo aquel jueves, cuando regresó a la casa, y a pesar de que su teléfono estaba inundado con llamadas del mundo entero, incluyendo la China, Japón y Africa.
Aprovechó un momento en que la línea quedó libre, y marcó una llamada directa a Caracas. Se comunicó con la casa de su entrañable amiga Soledad Mendoza, hermana de Plinio y miembro de la famosa tribu. Soledad fue la mujer que lo recibió con los brazos abiertos, hace 25 años, cuando Gabo y su mujer llegaron a buscar empleo.
Gabo le cambió la voz en el teléfono, le tomó el pelo, y luego le dijo, con una risotada:
--¡Arrodíllate, carajo, que estás hablando con el Premio Nobel! Al otro lado de la línea, Soledad no podía creerlo: un amigo agradecido se acordó de llamarla el mismo día en que lo consagraban ganador del premio literario más importante del mundo.
García Márquez es así. Al día siguiente, viernes, el embajador de Colombia en México, Ignacio Umaña de Brigard, organizó una recepción en su honor en la sede diplomática. Como ocurre en estos casos, la gente se fue reuniendo en grupitos. García Márquez pasaba un minuto aquí y otro allá, saludando a los invitados, y de pronto se fue escurriendo hasta llegar a un rincón en el que se hallaban los periodistas colombianos, camarógrafos de su país, fotógrafos y reporteros. Al llegar a ellos, Gabito exclamó:
--¡Al fin estoy con la gente que buscaba! .
Y se quedó el resto de la fiesta con los periodistas de su patria, haciendo bromas, echando chistes, mamando gallo.
LA CASA DE LOS "GABOS"
Sus amigos mexicanos llaman a García Márquez y su mujer "Los Gabos". Viven en un sector residencial y apacible, al sur de Ciudad de México, en una vieja casona del siglo pasado que ellos compraron en ruinas y la han ido reconstruyendo poco a poco, respetando la arquitectura de la época.
El patio, que es grande y cubierto de hierba, está lleno de tiestos de flores y --naturalmente-- palos de guayaba.
Las paredes son de piedra y están tapadas con enredaderas y buganvilias.
Al fondo del patio está el estudio donde García Marquez trabaja, rodeado de libros, cuadros, fotografías de su familia y silencio. Entre los retratos que cuelgan de las paredes hay uno solo que no corresponde a su mujer o sus dos hijos (Gonzalo, el menor, 21 años, estudia artes gráficas en París).
Ese retrato es el de Alvaro Cepeda Samudio, el mejor amigo que ha tenido, muerto hace diez años. Desde su fallecimiento, García Márquez --que sufrió un colapso cardíaco al conocer la noticia-- no ha regresado nunca más a Barranquilla, ciudad en la cual vivió los años más felices de su vida.
LA FOTOCOPIADORA DE TORRIJOS
El estudio es amplio, acogedor y responde a lo que García Márquez piensa: no es cierto que la miseria y las penurias sean el mejor aliado del escritor. La literatura, según dice, hay que crearla en un ambiente cómodo, con máquina de escribir fina, con teléfonos automáticos, con aire acondicionado. En los estantes se amontonan las 32 ediciones que, en todas las lenguas del mundo, se han hecho de las novelas de Gabito.
Y a un lado, recostada a la pared que comunica con el patio, está una de esas modernas máquinas fotocopiadoras, de colores naranja y blanco, tan bella que parece una pequeña nave espacial.
--¡Caracoles! --le digo a García Márquez, por hacerle una broma--. Yo sabía que era necesario tener comodidades para escribir pero no me imaginé que fuera posible comprarse una cosa de esas.
Lejos de reírse, Gabito se pone triste. Me parece extraña su reacción.
--Si tú supieras la historia de ese aparato --me dice, con una gran melancolía--. Me lo mandó de regalo un hombre que, de estar vivo, estaría aquí ahora mismo, conmigo, celebrando esta vaina del Nobel. Era el general Torrijos.
Se le nota, sutil pero inconfundible, un dejo de dolor por el gran amigo muerto. Gabito se acomoda en su escritorio. Pide una taza de café.
Ubalda le informa que afuera están esperándolo unos periodistas de Finlandia.
--Resulta que yo soy un poco desordenado --dice Gabo-- y cuando escribo una cuartilla después no sé dónde la dejo: si aquí en el estudio, o allá en el dormitorio, o en la cocina. Eso me creaba muchos problemas. Varias páginas se me perdieron. De modo que, apenas terminaba de escribir, cogía la hoja y me iba a una tienda que hay aquí, en la esquina de mi calle, y le sacaba una copia. Pero los viajes a la tienda eran muy fatigosos porque tenía que hacer cola detrás de estudiantes, de secretarias, de un montón de gente que andaba en lo mismo.
Un día, hablando de menudencias de la vida con el general Omar Torrijos en Panamá, el general le pidió a Gabo que le dijera cómo era un día de trabajo suyo. Entre las cosas que le contó, el novelista le echó el cuento de la cola en la tienda para hacer copias.
--Como una semana después --rememora Gabito-- timbraron a la puerta de mi casa. Ubalda abrió y vino a decirme: "Hay unos señores que traen una caja para usted".
Recibimos el paquete, lo abrimos... y era esta fotocopiadora que Torrijos me mandaba de regalo.
No le digo ni una palabra, ni le hago una sola pregunta: a la gente, aunque se trate de tipos tan buenos y alegres como este Premio Nobel, hay que darles silencio cuando están sufriendo por dentro con el dolor de sus amigos muertos. Hay que hacerlo, aunque se trate de un hombre tan sencillo como este escritor que, cuando habla por teléfono con sus amigos de Colombia sólo les pide dos cosas: que le manden a México unas cajitas de bocadillos veleños y unas cuantas bolsas de café.

"HABEMUS NOBEL"
Alfred Nobel, que sabíá mucho de dinamita pero que de literatura no parecía entender demasiado, especificó en su testamento que el premio en este campo se le otorgara a "la obra más sobresaliente de tendencia idealista". Desde entonces, un pequeño grupo de ancianos se devana los sesos en Estocolmo para determinar cuál es el escritor que encaja en esa categoría. Según criterios que son aún un enigma excluyeron en su momento a escritores como Tolstoi y Kafka por considerarlos pesimistas, pero en cambio encontraron aptos a autodeclarados materialistas como Pablo Neruda y Sholokhov. Este extraño grupo de sabios suecos, aunque nadie les conoce ni el nombre ni los méritos que los califican como jueces, tiene sobre sus hombros la responsabilidad de entregar, año tras año, el que, a fuerza de tradición, ha llegado a ser el reconocimiento por antonomasia, la máxima consagración a que aspira cualquier escritor.
Los delegatarios del viejo Nobel han premiado a autores tan incuestionables y de tanto prestigio mundial como Thomas Mann, Faulkner Hemingway, Sartre, y a otros de quienes el mundo sólo se enteró de su existencia cuando recibieron el Nobel y que nunca volvieron a sonar después. Como el poeta griego Seferis.
En los últimos años fue tan insistente el premio a los anónimos que empezaron a llover críticas, como el escandaloso texto de un periodista titulado "Los nadies del Nobel".
Hay quienes calculan que de cada 15 colombianos ninguno conoce los nombres de los últimos seis Premios Nobel de literatura. Este año, sin embargo, y probablemente para curarse en salud, los miembros del jurado nominaron al mundialmente famoso García Márquez, segun explicaron, para que no pueda "decirse que se le ha conferido a un escritor desconocido ".
Parece que los únicos que ignoran su fama son tres colombianos a quienes preguntaron por televisión si conocían a García Márquez: un policíá que reconoció "honestamente no lo distingo", un embolador que contestó: "¿como para qué sería?" y un transeúnte que pregunto "¿ése no es el que trabaja en una telenovela ?".
Si el Premio Nobel tiene su historia brillante, la de los escritores que lo reciben y quedan consagrados también tiene su historia oculta, nó por ello menos importante, la de los nominados de siempre que lo esperan año tras año
De todos el más candidatizado, y más inútilmente, ha sido Jorge Luis Borges. A pesar de ser el padre de la literatura latinoamericana contemporánea, ha tenido que ver cómo son otros lo que recogen los méritos y hoy tiene que celebrar que un heredero suyo lleve el galardón. Porque como dijera de él Onetti, "Borges borda las sábanas donde los otros hacen el amor". Ante los intentos de explicar la negativa de otorgarle el Nobel con argumentos políticos, el octogenario poeta, lúcido como siempre, dio una versión más simple: "no me lo dan porque mi obra no les gusta". Y cerró capítulo.
Hace unos años ni el propio García Márquez parecía creer en las virtudes del premio que hoy ha recibido. Según declaraciones suyas, ya borradas de la memoria, "el Nobel se ha convertido en una monumental lagartería internacional".
Una mañana, diez años más tarde, un Gabo menos radical se despertaba emocionado de haberse convertido en el Nobel número 79 y 25 millones de colombianos, delirantes de alegría, celebraban el nombramiento.
GABOMANIA
A partir del jueves a las seis de la mañana, momento en que empezó a difundirse la noticia, el país entró en una especie de paro cívico no declarado. Esta vez el motivo no eran las tarifas de energía.
En todos los hogares la imagen de Gabo pasó a ocupar un lugar vecino al del Sagrado Corazón y el novelista quedó convertido, junto al himno, el escudo y la bandera, en símbolo patrio. No faltó algún carro que saliera a pitar por la calle como el día en que cayó Rojas Pinilla. Las comunicaciones telefónicas con el exterior entraron en colapso porque cientos de compatriotas, empezando por el presidente quien fue el primero en lograrlo, buscaban saludar personalmente al ídolo. Un paisa eufórico comentaba a gritos que ésto era lo más grande que le había pasado al país desde que Cochise había batido la marca de la hora. Borrachitos que salían de las tiendas a la madrugada dando tumbos celebraban la ocasión con vivas a García Márquez, Premio Nobel colombiano. Los directores de los distintos medios de comunicación enviaban a sus reporteros estrellas para cubrir hasta el último detalle de las primeras horas del Nobel. Cualquiera cosa que tuviera que ver con él se convertía en el motivo de comentario en corredores de oficinas, peluquerías de señoras, cafetines y billares. La amnistía que gozaba de tanta popularidad y que tenía las primeras páginas de los periódicos quedó momentáneamente opacada. El drama de los sobrevivientes de la FAC y la polémica desatada por el alza de las dietas pasaron a un segundo plano, porque la preocupación se centraba exclusivamente alrededor de si Gabo recibiria el premio de frac o guayabera.
La gabomanía reinante tuvo, desde luego, sus rasgos macondianos. Doña Luisa Santiaga, madre del escritor, declaró con gran naturalidad que la noticia le había hecho llorar porque los que reciben Nobel es qué se van a morir uno o dos años después. El propio Gabo, sin embargo, solucionó el problema hallando el contra para la "muerte por Nobel": una flor amarilla.
El pintor Alejandro Obregón, uno de sus íntimos amigos, quien se encontraba en México por un motivo insólito --arreglarle el ojo a un autorretrato, propiedad de Gabo, que habíá quedado tuerto por un balazo--, también se sobresaltó por el problema de la muerte. Todavía no se había enterado de la noticia cuando llegó a la casa de Gabo. Al ver tanta gente y tantas flores exclamó:"¡qué vaina, se murieron !".
Mientras tanto en Colombia, la misma dona Luisa Santiaga, con su pragmatismo ursulino, aprovechó el momento y declaró por radio: "á ver si por fin me arreglan el teléfono, ahora que le dieron el Nobel a Gabriel". En diez minutos el Gobierno solucionó ese problema, que llevaba meses.
Todos los colombianos, repentinamente, resultaron íntimos amigos de Gabo. Los que no lo vieron la noche antes de salir hacia México lo habían visto justo el día en que salía publicada "Cien años de soledad". Los que no hicieron con él la primera comunión, se habían graduado con una tesis sobre su obra o tenían un ejemplar autografiado de "La mala hora". Salvo su madre, quien admitió no haber leído ninguno, todos los colombianos reclamaban haber le ido hasta el último punto de sus Obras Completas.
El viacrucis fue para los periodistas. ¿Qué cosa nueva podía decirse de un hombre que venía siendo tema predilecto desde 15 años atrás? Las unidades investigativas y los reporteros se pusieron en acción buscando rescatar del olvido la pieza clave para su artículo. Así se convirtieron en invaluables chivas la libreta de calificaciones de tercero de bachillerato en el Liceo Nacional de Zipaquirá y el recibo de compra de su primera máquina de escribir. El que tenía una cartica o algún vale firmado por él se ufanaba de poseer un valioso original inédito.
A tal punto ha llegado la gabomanía que no sería extraño encontrar vendedores ambulantes que ofrezcan relicarios hechos con trocitos de su primer Everfit. No faltarán "souvenirs" con su perfil hecho en naranjas de Zipaquirá o en cerámica verde de Ráquira, ni camisetas impresas con el Che a la espalda y Gabo en el pecho. Es posible, inclusive, que a la artista pop Beatriz González ya se le haya ocurrido diseñar un nuevo escudo nacional donde se reemplace la imagen ya obsoleta del istmo de Panamá por la efigie de GM.
Frente a la incontenible explosión de gabomanía seguramente su inspirador debe estar repitiéndose para sus adentros lo que ya dijo alguna vez: "Ya estoy convencido de que en América Latina, al ver una foto mía, dicen: otra vez el sapo de García Márquez ".

LOS QUE VIENEN
En este momento, Gabriel García Márquez está trabajando simultáneamente en dos libros: un gran ensayo y una novela de amor.
El caso es que el lunes de esta semana se inició en San Luis Potosí, México, la filmación de "La Cándida Eréndira", una película basada en el famoso cuento de García Márquez, y con guión del mismo novelista. La cinta es dirigida por el brasileño Ruy Guerra.
Aprovechando esta circunstancia, García Márquez va a cristalizar un viejo proyecto: escribir un libro en el cual se analizan los factores positivos y negativos que influyen cuando una obra literaria es llevada al cine.
Se trata, en pocas palabras, de la "Versión Gabito" sobre esa vieja y apasionada discusión sobre la letra imprenta convertida en imagen.
"Voy a escribir el libro como si fuera un diario --dijo el Premio Nobel a SEMANA--. Me traslado a San Luis Potosí durante todo el tiempo que dure la filmación, y cada día anotaré en mi libreta lo que pasa, minuciosamente, sin perder detalle. De allí saldrá el libro".
El otro proyecto que lo ocupa en este momento es una hermosa historia de amor en la que un hombre y una mujer se vuelven amantes y son muy felices. SEMANA le recordó a García Márquez que, en la historia de la literatura, los buenos amores, dichosos y bellos, no han sido exitosos. Los amores literarios --baste recordar a Abelardo y Eloisa, Romeo y Julieta y otras parejas famosas-- han estado marcados por la desgracia.
"Yo voy a probar lo contrario", dice el gran escritor colombiano. "Voy a demostrar que un amor bueno, feliz y dichoso también produce una gran novela ".
García Márquez está asombrado porque en varias publicaciones colombianas se ha afirmado que esta novela se llamará "El olor del apio nunca se olvida " o algo parecido.
"Yo no se de dónde diablos sacaron eso del apio ", dice Gabito. "Jamás se me había pasado por la cabeza un título semejante, entre otras cosas porque yo sólo pongo el título cuando el libro está terminado. Pero lo he estado pensando y me parece que eso del apio no es mala idea. Si no se me ocurre nada mejor podría ponerle ese título. Claro que entonces tendría que buscar a ver quién fue el que lo inventó, y pagarle parte de mis derechos de autor...".
GABO SE TOMA "EL MUNDO"
"No me siento viejo, el único Premio Nobel más joven que yo ha sido Albert Camus --respondió García Márquez a Juan Gossaín-- por eso voy a hacer mi periódico, esa es la única forma de no sentirse uno tan viejo".
El anunciado proyecto del matutino tamaño tabloide se está acercando a una realidad, ahora cabalgando sobre el prestigio que le imprime el que su promotor sea el nuevo Premio Nobel. Curiosamente la noticia de que el escritor colombiano había sido el escogido por la Academia Sueca coincidió con la concurrencia en México del núcleo principal en torno al cual empieza a tomar cuerpo la idea del rotativo. Días antes había viajado Darío Arizmendi, actual director de "El Mundo " y José Vicente Kataraín gerente de la Oveja Negra, para reunirse con García Márquez y firmar el acuerdo de participación sobre el proyecto y definir los últimos detalles. Aunque no se tienen todavía datos definitivos, SEMANA se ha enterado de los elementos básicos de esta negociación, de los cuales anticipamos los siguientes:
La conformación definitiva del accionariado contará con el Grupo García Márquez y Asociados, quien aportará el 30% (dentro de este grupo se encuentran incluidos entre otros Jaime y Patricia Lara) el periódico "El Mundo", de Medellín tendrá otro 30% y la Oveja Negra él 10%. El otro 30% se ha dejado abierto para inversionistas particulares, que serán escogidos con "sedazo" ya que en cualquier momento pueden definir una mayoría. Gabo pensando en esto esta tratando de conseguir recursos para comprar una parte de este determinante porcentaje.
El aporte de "El Mundo" será esencialmente en maquinaria y esto disminuirá considerablemente los costos del proyecto que estaban calculados en 250 millones de pesos, el director será otro aporte, pues su actual director Darío Arizmendi pasará a dirigir el nuevo periódico. Se calcula que dentro de dos o tres meses se eliminará el periódico de Medellín y la planta de personal jugará un papel importante en el periódico de Gabo, sus jefes de redacción serán Eligio Garcíá y Héctor Rincón .
Los acuerdos se han firmado en momentos en que el periódico "El Mundo" atravesaba por una crisis económica de considerables proporciones y esta nueva situación le permite hacer un tránsito de periódico de partido regional a diario nacional y además con las grandes espectativas que ha creado.
Entrará a circular a partir del 1° de noviembre de 1983 y contará con un equipo de periodistas menores de treinta años de los cuales algunos recibirán previo entrenamiento en los periódicos "Uno más uno", de México y "El Pag" de Madrid. García Márquez pidió éncargarse de la dirección de la unidad investigativa para la cual integrará un grupo de juristas y expertos en investigación socioperiodística; además, será el presidente del consejo editorial. El nombre del periódico que hasta ahora venía siendo la gran incógnita será el mismo que ha llevado el diario antioqueño por espacio de tres largos años.