Especiales Semana

Un día en la vida de ...

Cada jornada, de 20 horas, pone a prueba el estado físico y el temple emocional de las candidatas

13 de diciembre de 1993

Un día en la vida de ...
TODOS LOS DIAS, EN PUNTO de las cinco de la mañana, los teléfonos del sexto piso del Hotel Cartagena Hilton empezaban a repicar. Cuando el sol despuntaba, las 30 candidatas del Concurso Nacional de Belleza ya estaban en pie para cumplir con maratónicas jornadas diarias de compromisos que, por lo general, se prolongaban más allá de la medianoche. A esa hora de la madrugada iniciaban una carrera contra el reloj para estar listas a las ocho de la mañana y así evitar que el bus real las dejara tiradas, como ocurrió en más de una oportunidad.
Y es que eso de ser candidatas en un reinado como el de Cartagena no es nada fácil. Para empezar, tienen que pasar, de la noche a la mañana, de unos cómodos tenis a los tacones con plataforma 10 de más de 10 centímetros, con los cuales les es casi imposible caminar. O de la cola de caballo y el pelo suelto a tres peinados diarios que incluyen en cada oportunidad rulos, cepilladas, lacas, moñas y hasta postizos. Es pasar de la cara lavada a largas sesiones de maquillaje mañana, tarde y noche. Es convertirse en unas expertas en los más disímiles temas para opinar sobre lo divino y lo humano. Es guardar en el armario los bluyines desteñidos y comenzar a lucir engallados trajes de gala, maxifaldas con atrevidas aberturas, escotes profundos y diminutas minifaldas. En otras palabras, ser candidata no es otra cosa que dejar la adolescencia a un lado para transformarse casi por completo en una mujer de mundo.
Esta fue la experiencia que vivió cada una de las aspirantes que llegaron a Cartagena en busca del título de Señorita Colombia 93-94. Pero su trajín no comenzó el día en que se bajaron del vuelo real, que dio inicio a 14 días de un extenuante programa por los clubes privados, los desfiles populares, los cientos de ensayos para la velada de coronación, los pregrabados para televisión, y las mil y una entrevistas que concedieron. Su ajetreo comenzó mucho antes. Para la mayoría de ellas, cuatro meses atrás. Desde el mismo día en que fueron elegidas como representantes de sus departamentos sus historias tomaron otro rumbo. Guardaron sus libros, cerraron sus oficinas, pidieron licencias y dejaron sus casas para iniciar una nueva experiencia que, con seguridad, ninguna olvidará

CUATRO MESES DE PREPARACION
Entonces los gimnasios, las casas de moda, las escuelas de glamour, los salones de belleza, los centros de estética y los consultorios de los cirujanos plásticos se convirtieron en sus sitios más frecuetados. Fueron semanas de preparación que convirtieron sus vidas diarias en una esclavizante rutina. Hubo candidatas, como la del Caquetá, Piedad Castillo Mejía, quien, con tan sólo 20 años, tiene una historia clínica que incluye cinco cirugías plásticas y un régimen de dieta que en apenas dos semanas la hizo rebajar 17 kilos. Y todo este riesgo lo corrió con la ilusión de alcanzar la corona y el cetro que entregó la noche del 15 de noviembre Paula Andres Belancurt.
No sólo la representante del Caquetá se entregó con alma y sombrero a su preparación para el Concurso Nacional de Belleza. Las demás participantes dedicaron igualmente varios meses a esta labor. Incluso lo que ellas dejaron a un lado sus profesiones para asumir con todas las de la ley este difícil compromiso. Socorro María Ortiz, de La Guajira, por ejemplo, cerró un par de meses su consultorio de médica cirujana para cumplir citas con el gimnasio, donde el diseñador, donde el estilista y para tomar clases con un profesor de cultura general, quien durante tres horas diarias la puso al tanto de temas nacionales e internacionales.
Pero, además, muchas de ellas tuvieron que dejar sus casas para irse a Bogotá en busca de los mejores centros de estética, las más renombradas casas de diseño, los más expertos estilistas y las mejores preparadoras de reinas. En la capital, cada una montó su cuartel para ponerse a punto para el reinado. Fueron días en los que sus figuras se convirtieron en el centro de atención. Pasaron muchas horas en manos de masajistas, que a fuerza de inyecciones les hicieron bajar esos kilos de más. Otras tantas transcurrieron en las casas de modas escogiendo las telas y el diseño de los 26 vestidos que conforman el ajuar con el que cada una llegó a Cartagena. Invirtieron también interminables horas sobre una pasarela aprendiendo a manejar tacones, luciendo los vestidos largos y caminando y sentándose con faldas estrechas. Trasnocharon leyendo libros de historia, geografía, y periódicos y revistas. Estuvieron dedicadas a asimilar todos los secretos de la etiqueta y el protocolo.

RESIGNACION Y SACRIFICIO
Y todas estas lecciones las tomaron a las carreras para graduarse en un tiempo récord como candidatas departamentales. Un título que no sólo alcanzaron a pulso, sino en el cual tuvieron que invertir muchos millones de pesos.
Cuando estuvieron listas, partieron para Cartagena a poner en práctica todo lo que habían aprendido y con el firme propósito de alcanzar el premio mayor: el título de Señorita Colombia. Pero allí su vida no fue precisamente de reinas. Fueron 14 días de trajín, en los que las horas de descanso resultaron contadas. Más se demoraban en llegar a sus habitaciones, en el piso sexto del Cartagena Hilton, que en estar de nuevo en el ascensor para iniciar la interminable cadena de compromisos. Por eso cada vez que el teléfono repicaba en la madrugada, de inmediato asumían su papel de candidatas y recordaban que eso significa esfuerzo, resignación y mucho sacrificio. Porque en Cartagena está prohibido quejarse o decir no. Y cuando las fuerzas estaban a punto de desaparecer, la mano de las chaperonas estaba lista para auxiliarlas.

LOS ZANCOS INDOMABLES
A duras penas se mantenían en pie. Cada vez que se encaramaban sobre una pasarela, parecían equilibristas de circo dando pasos sobre la cuerda floja y dejando sin aliento a los espectadores. Eso fue, ni más ni menos, el cuadro que se repitió diariamente en los desfiles en que participaron las 30 concursantes del Reinado Nacional de la Belleza. Para suplir la poca altura y ante la falta de una cirugía plástica que sirviera para ganar unos centímetros de más, los diseñadores encontraron una fórmula mágica: zancos indomables, que traspasaron la barrera de los 15 centímetros.
Los tacones puntilla no han sido ajenos al Concurso Nacional de Belleza. Sin embargo, este año su diseño se desbordó y las candidatas los utilizaron como un recurso adicional para lograr puntos, que, en este caso, fueron con altura. Porque en el reinado, como en la guerra y en el amor, todo vale. Pero este as que sacaron de debajo de la manga terminó convirtiéndose en un bumerán. Al final lo único que alcanzaron para tanto esfuerzo y sacrificio fueron un par de juanetes, una que otra luxación de tobillo y más de una ampolla.
La representante de Bolívar, María Victoria González, fue la campeona de los tacones. Los 20 pares de zapatos que lució en cada uno de los desfiles, superaron los 15 centímetros de altura. A simple vista parecía una candidata con 1.80 mts. de estatura, pero la verdad es que no pasaba de los 1.68. Igual ocurrió con las candidatas de Caquetá, Guainía, Nariño, y Risaralda. Aunque son cosas de la moda, los zapatos que se lucieron este año parecían modelos ortópedicos. Según los expertos, la plataforma estuvo en furor. Pero también se apreciaron los tacones clásicos, cuya altura varió entre los ocho y los 12 centímetros. Y como entre gustos no hay disgustos, lo que sí quedó claro es que los zapatos, más allá de imponer una moda, cumplieron con uno de sus cometidos: hacer ver a las concursantes por encima de los 1.80 de estatura, la ideal para los reinados internacionales. No obstante, bajaron puntos cuando el jurado calificador se entrevistó con las candidatas: algunas llegaron descalzas a su cita más importante.
Pero el esfuerzo bien valió la pena. Hoy una de ellas es la más feliz y su nombre recorrerá todos los rincones del país. Y a mediados del próximo año empacará maletas y partirá hacia Filipinas con la ilusión de repetir la actuación de Paola Turbay y de Paula Andrea Betancurt, a quienes sólo les faltaron los cinco centavos para hacer realidad uno de los sueños de los colombianos: tener una nueva Miss Universo. -