Especiales Semana

Un hombre con peso

Tal vez nadie tuvo la oportunidad de influir como Esteban Jaramillo en la formación de las instituciones financieras que aún rigen en Colombia.

Juan Camilo Restrepo
11 de diciembre de 1980

A Esteban Jaramillo se le recuerda a menudo como el gran ministro de Hacienda de la recesión de los años 30, del siglo pasado. Esto es cierto, pero es incompleto. En realidad su carrera de financista comenzó con mucha anterioridad.

Esteban Jaramillo (nacido en Abejorral, Antioquia, en 1874) fue ministro del Tesoro de la administración de don Marco Fidel Suárez entre 1919 y 1921. Es la época de la primera posguerra, que se caracterizó por la gran crisis fiscal que desencadenó la contienda bélica de un país que, como el nuestro, dependía tanto en sus ingresos tributarios del comercio exterior.

A la emergencia fiscal que estalló durante la guerra por el colapso del comercio internacional, hizo frente Jaramillo con gran imaginación. Su libro La reforma tributaria, un problema fiscal y social, publicado en 1918, fue la primera defensa organizada que se hizo en el país de la tributación directa sobre la renta. Le llovieron por supuesto todo tipo de críticas, pero terminó imponiéndose, con el sólido argumento de que la Colombia que se asomaba al siglo XX no podía seguir dependiendo excesivamente del impuesto de aduanas como había acontecido a lo largo del siglo XIX.

Posteriormente fue ministro de Hacienda de la administración Abadía Méndez (1927-1928), durante la época que se conoce como la "prosperidad al debe", según la célebre frase que acuño López Pumarejo en una de sus conferencias del Teatro Municipal.

Esteban Jaramillo demostró que el endeudamiento externo no era excesivo; que si se quería desarrollar dinámicamente al país era indispensable utilizar inteligentemente las posibilidades que se abrían en los mercados internacionales de capitales durante aquellos "rugientes años 20" cuando por primera vez se abrió el crédito externo a países como el nuestro. Su retiro del gobierno Abadía se debió precisamente a discrepancias profundas que tuvo sobre la manera desordenada como se invirtieron los empréstitos contratados en aquella época.

Y finalmente encontramos a Jaramillo como ministro de Hacienda del presidente Enrique Olaya Herrera (1932-1934), haciéndole frente a la gran depresión. La lucha por la reactivación de la economía no fue fácil ni instantánea. En primer lugar debió librar una feroz batalla en el Banco de la República para que éste saliera de su pasividad y entendiera que el patrón oro estricto que le había dejado el señor Kemmerer en el año de 1923 no era la mejor estrategia para superar la recesión.

La batalla de Jaramillo duró dos largos años (1930 y 1931), en los que la crisis se profundizó y el Banco de la República se mantuvo en su pasiva indiferencia. Por fin, hacia finales de 1932, las cosas comenzaron gradualmente a mejorar. El Banco de la República se avino a hacerle algunos créditos al gobierno que permitieron financiar gastos públicos anticíclicos que ayudaron a iniciar la recuperación económica, tres años después de que hubiera comenzado la recesión.

Por eso pudo escribir don Esteban en su memoria de 1932 esta acertada frase que aún guarda plena vigencia: "El banco de emisión, por su carácter de institución cuasipública, y por los privilegios y prerrogativas que recibe del Estado, tiene que ayudar en esta época a la defensa de la economía nacional amenazada, poniendo en juego los inmensos recursos de que dispone y le está vedado encerrarse en una especie de torre de marfil, contemplando indiferente los estragos que a su alrededor está causando un estado de profunda depresión y de extraordinaria anormalidad".

Vemos también a Esteban Jaramillo por esta época tramitar en el Congreso leyes de alivio a las deudas, y por supuesto, liderar con pericia las finanzas de la guerra con el Perú, lo que hizo mezclando nuevos impuestos con empréstitos forzosos, y evitando caer en la inflación, la cual, según él mismo afirmaba en la memoria del año 1933, "constituía el peor de los empréstitos y el más ruinoso de los impuestos".

En noviembre de 1932, cuando Colombia declaró la guerra al Perú y en solemne sesión del Senado se informa sobre este acontecimiento a la representación internacional, Esteban Jaramillo pronuncia su célebre frase: "Hasta hoy hemos hecho las finanzas de la paz, a partir de hoy haremos las finanzas de la guerra".

Ahora, 70 años después, cuando Colombia martirizada por los violentos y agobiada por los intolerantes quiere afanosamente encontrar caminos civilizados que nos permitan reencontrar la paz, habría que decir lo mismo de don Esteban Jaramillo en sentido contrario: "Durante los últimos 40 años hemos hecho las finanzas de la guerra, ahora debemos construir las finanzas de la paz".

Su retiro del gabinete del presidente Olaya lo precipitó una embestida inclemente e injusta que el Partido Liberal emprendió contra él. Sin embargo, con el correr de los años, los inmensos servicios que le prestó al país terminaron siéndole reconocidos por los grupos y partidos.

Durante su larga vida de servicio público fue ministro de Gobierno encargado durante la presidencia de José Manuel Marroquín, con el fin de que defendiera en el Congreso el tratado Herrán-Hay. Ocupó las carteras de Agricultura y Comercio en 1918, antes de ocupar en 1919 el Ministerio del Tesoro durante la administración de Marco Fidel Suárez. Ministro de Obras Públicas entre 1919-21, y fue senador y representante a la Cámara por el Partido Conservador, Esteban Jaramillo perteneció a las academias de Jurisprudencia y de la Lengua.

Tal vez ningún hombre público haya tenido la oportunidad de influir tan decisivamente como Esteban Jaramillo en la formación de las instituciones financieras que aún rigen en Colombia. Como primer gerente general del Banco Central durante la administración del general Reyes, como ministro del Tesoro durante la administración Suárez, orientando al país en la difícil posguerra y dejándonos la semilla que luego habría de germinar con la institución del impuesto a la renta; como miembro de la comisión Kemmerer durante la administración Ospina; como tratadista y profesor de hacienda pública; como ministro de Hacienda en los años de bonanza de la administración Abadía Méndez; y por último, como ministro audaz y combativo en la época azarosa que le correspondió afrontar al gobierno de Enrique Olaya Herrera.