Especiales Semana

Un legado hecho historia

En Colombia, la presencia de los extranjeros siempre ha sido tan deseada como temida.

José Fernando Hoyos
28 de octubre de 2006

Desde la Independencia de Colombia, entre la clase dirigente existió la idea de que la llegada de los extranjeros era necesaria para estimular el desarrollo del país. Lo demuestra el extenso listado de leyes, normas y decretos expedidos entre 1821 y 1949, que buscaban fomentar que los foráneos vinieran y permanecieran en el territorio.

Sin embargo, a diferencia de otros países, las normas y la falta de incentivos económicos impidieron que la fuerza laboral, económica e intelectual de los inmigrantes llegara en la cantidad con que lo hizo en otros países como Argentina, Brasil y México.

Colombia quedó prácticamente arruinada por la guerra de Independencia, tardó en cambiar las estructuras económicas coloniales, su topografía agreste aislaba las regiones, sufría de inestabilidad política y, en especial, tenía un exceso de mano de obra. En suma, no era un destino atractivo.

Desde 1871, los extranjeros que empezaron a llegar en mayor número al país lo hicieron atraídos por los recursos naturales y no por políticas de Estado. Los que triunfaron, lograron convertirse en personajes que trascendieron la historia, tal y como se verá a lo largo de esta edición especial. También ayudaron a crear esa admiración de los colombianos por los foráneos, basada en la idea de que el desarrollo, el progreso y el cambio tienen que venir del exterior.

Sin embargo, la Ley 145 de 1888 comenzó a restringir el ingreso de extranjeros y a establecer causales estrictas para su expulsión. Con esta norma, Colombia pasó de tener una política marcada por el principio de "civilizar es poblar", a buscar una inmigración más seleccionada.

Para la clase dirigente la raza de los colombianos explicaba el atraso y la pobreza del país. Se requería inyectarle sangre nueva, 'superior', preferiblemente de población europea.

Pero al mismo tiempo, los gobiernos conservadores esperaban que esa inmigración no alterara el orden social católico, lo que hizo que los requisitos exigidos a los extranjeros se hicieran más estrictos. Y al contrario de la percepción general, una vez en el poder en 1930, los liberales siguieron alargando la lista de causales para permitir su expulsión. Como consecuencia de todos esos factores, nunca se produjo la ola de europeos con la que tanto soñaron quienes esperaban 'mejorar' la raza colombiana.

Colombia tampoco logró desarrollar una política de inmigración que aprovechara las circunstancias geopolíticas. Por ejemplo, cuando se acabó la Unión Soviética, no supo, como otros países de la región, atraer a una parte importante de los miles de científicos, académicos y deportistas que emigraron a América. Y lo peor es que, incluso hoy, a pesar de que los colombianos hacen gala de una gran hospitalidad y siguen mirando con admiración a los extranjeros, el Estado somete a los inmigrantes a todo tipo de requisitos y obligaciones, sin importar si llevan una semana o 40 años en el país.

* Periodista de SEMANA