Especiales Semana

Una historia de fracasos

Una vez más en Waco, Texas, se demostró que en materia de operativos militares es más frecuente fallar que tener éxito. SEMANA recuerda algunos de los principales desastres de este tipo.

24 de mayo de 1993

A COMIENZOS DE LA SEMANA PASADA UN tanque de guerra del FBI atacó el rancho de Waco, Texas, donde se encontraba el fanático religioso David Koresh con sus 84 seguidores. El operativo tenía un solo propósito: hacer rendir a los miembros de la secta davidiana que, en 51 días, habían convertido el sitio en un verdadero fortín. Sin embargo la operación fue un desastre. Ni el tanque ni los gases lacrimógenos con que se realizó el asalto al lugar lograron que los fanáticos entregaran su fortaleza. Y en pocas horas, el rancho se consumió entre las llamas acabando con la vida de todos los davidianos.
La imagen de este episodio hizo que muchos colombianos recordaran la toma del Palacio de Justicia, en noviembre de 1987. A pesar de que tienen grandes diferencias -uno fue motivado por razones religiosas y otro por asuntos políticos- en los operativos llevados a cabo tanto en Waco como en el Palacio hay muchas cosas en común. No sólo se trata de la escena del tanque entrando por la fachada principal ni del incendio que acabó con los edificios y provocó la muerte de sus ocupantes La gran similitud consiste en que, en ambas oportunidades, la estrategia utilizada para poner punto final sólo provocó una catástrofe.
Aunque se pensaba que un desastre como el del Palacio de Justicia era exclusivo de un país como Colombia y que no se volvería a repetir, lo ocurrido en Texas demostró todo lo contrario. Si en el caso colombiano el operativo no logró la rendición de los subversivos ni sirvió para salvar la vida de los magistrados rehenes, en Waco ocurrió exactamente lo mismo. Y si aquí se criticó que los militares hubieran actuado como si se tratara de una batalla en campo abierto y sin dar tiempo para una estrategia más elaborada, en Waco las fuerzas del FBI -con casi tres meses para estudiar la situación- generaron un caos de igual magnitud.
Los norteamericanos se preguntaron quién pudo haber dado la orden para atacar de semejante forma. Y lo mismo que en el Palacio de Justicia, la resposabilidad mayor la asumió el propio Presidente. Pero lo que más dejó sorprendidos a los estadoudinenses fue quedurante el operativo se cambiara la norma tradicional norteamericana de salvar primero a los rehenes y luego acabar con el enemigo. La verdad es que en Waco las cosas fueron al revés. Lo mismo sucedió en la toma del Palacio, aunque para esos años Colombia no tenía una política clara acerca de la forma como se deberían manejar ese tipo de casos.
Cinco años después, durante el operativo de la cárcel de la Catedral que terminó con la fuga de Pablo Escobar, el Gobierno colombiano ya tenía bien claro lo que debía hacer: antes que rescatar a los rehenes tenía que recuperar el control del lugar e impedir cualquier intento de escape. En esta operación los objetivos eran concretos, pero lo que no se calculó fue que dentro de los encargados de adelantar el operativo pudiera existir tan alto grado de corrupción, como para que todo terminara con la fuga de Pablo Escobar y de sus hombres.
La verdad es que en estos casos de operaciones militares una cosa es la que se imagina qué va a suceder y otra muy distinta la que sucede. Es seguro que a David Koresh jamás le pasó por la cabeza el hecho de que los oficiales norteamericanos decidieran atacarlo como si fuera un enemigo político más, como tampoco los guerrilleros del M-19 pensaron que teniendo como rehenes a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia sus peticiones no serían escuchadas. Por su parte, el FBI se equivocó al suponer que, al sentirse acorralados, los miembros de la secta davidiana optarían por rendirse y no por inmolarse. Igualmente, el gobierno colombiano creyó que los subversivos se entregarían a las autoridades ante la ferocidad del ataque militar.
Las coincidencias pueden seguir apareciendo. En ambos casos las fuerzas del Estado parecían buscar lo mismo: ponerle fin al episodio lo más pronto posible. Pero mientras en Colombia la situación duró 28 horas, en Estados Unidos se extendió por más de 51 dias.
HISTORIA DE FRACASOS
Estos no son los únicos ejemplos de operativos militares que terminaron en fracaso. Lo cierto es que la historia está llena de casos como estos. Muchas estrategias que estaban perfectamente planeadas sobre el papel fueron todo un fiasco al volverse realidad. Y es que predecir lo que va a pasar en un campo de batalla o saber cómo se va a desarrollar una operación de rescate, puede llegar a ser tan variable como predecir el clima ó calcular el rumbo que va a tomar el comportamiento económico de un país.
El exceso de confianza, las decisiones apresuradas, la subestimación del enemigo, la falta el exceso de preparación táctica, pueden cambiar el rumbo de las operaciones militares y convertirlas en grandes fracasos. Un hecho similar al que se vivió en Waco, Texas, ocurrió en Guatemala, en enero de 1980, cuando 39 campesinos se tomaron la embajada de España y retuvieron a todos los diplomáticos que se encontraban allí. El propósito de los campesinos parecía ser simplemente hablar con el Presidente de la República y ponerlo al tanto de ciertos problemas que estaban padeciendo. Pero los planes cambiaron cuando la Policía irrumpió en la embajada, incendió ese edificio y produjo la muerte a más de 50 personas.
El embajador de España, Maximo Cajal, único sobreviviente del episodio, aseguró que las autoridades actuaron con "brutalidad extraordinaria", e impidieron que se desenvolviera el hecho pacíficamente. Cajal señaló que "todo el daño había sido hecho por la Policía, a pesar de que tuvo tres horas para controlar la situación. La violencia fue causada sólo por ellos, aparentemente bajo las órdenes del gobierno". Como resultado del incidente, las relaciones entre ambos países se afectaron, especialmente porque se había violado la ley internacional al atacar la sede de una representación diplomática.
Algo de similares dimensiones sucedió en Filadelfia, Estados Unidos, en 1985. Un grupo de fanáticos negros que vivía en un barrio de clase media se dedicó a realizar cultos excéntricos en su casa hasta que el vecindario comenzó a quejarse. Después de un año de reclamos, la Policía decidió actuar. Luego de solicitar sin éxito la entrega pacífica de los miembros del grupo "Move", como se llamaba el culto de los negros, la Policía lanzó gases lacrimógenos por toda la casa para forzarlos a salir. Pero tampoco logró nada. Luego de varias horas de espera, las autoridades optaron por ponerle fin a la situación por medio de un ataque aéreo. Se planeó que un helicóptero lanzara una bomba sobre el techo de la casa, pero esto más que acabar con el episodio lo que hizo fue causar una fuerte explosión. La bomba tenía tanto poder, que no se pudo controlar el fuego y se destruyeron 61 casas cercanas y 240 personas quedaron sin hogar.
Las críticas fueron inmediatas. Mientras que los expertos en explosivos señalaron que ese tipo de bombas no se podían emplear en campo abierto sino que eran para uso exclusivamente subterráneo, un alto militar de Nueva York señaló que "él sería capaz de fusilar al que se le ocurrió una idea tan absurda". Los vecinos del barrio atribuyen lo sucedido a la famosa Ley de Murphy: "Todo lo que va mal, es susceptible de que se empeore".

EL GRAN ERROR DE CARTER
En estos casos, sin duda, las autoridades pensaron que se enfrentaban a algo tan grande, que pensaron que por medio de conversaciones no iban a llegar a ningún acuerdo. Sin embargo, también hay operativos militares en que, por el contrario, se ha subestimado al enemigo y se ha actuado en forma exageradamente confiada. Durante la Segunda Guerra Mundial y según lo testimonian documentos de inteligencia revelados años después, los aliados se sintieron superiores a los japoneses, pues consideraron que por la forma de sus ojos no podrían llegar a ser buenos pilotos. En Pearl Harbour, Singapur y Malaya, las fuerzas del Japón demostraron que esa presunción era algo más que errónea.
Otro caso se presentó en abril de 1980, cuando el presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, decidió enviar un comando para rescatar a los 50 rehenes norteamericanos que se encontraban en su embajada en Teherán, en el Irán del Ayatola. Sin comentarlo con nadie y con la certeza de que la acción sería todo un éxito, Carter mandó helicópteros con 90 comandos a bordo, con la misión de aterrizar en las afueras de Teherán y llegar hasta la sede de la embajada donde se encontraban los rehenes. Pero las cosas no salieron como se había previsto. Una tormenta de arena, unos circuitos eléctricos que funcionaron mal y un helicóptero que perdió su motor hicieron que el presidente Carter tuviera que cancelar la operación cuando los aparatos iban ya a mitad de camino rumbo a Teherán. En el momento de retirarse, dos de las naves norteamericanas se estrellaron y provocaron una fuerte explosión que acabó con la vida de la mayoría de los soldados. Los pocos sobrevivientes huyeron, dejando atrás sobre el desierto iraquí cadáveres calcinados, mapas, restos de helicópteros, documentos y armas.
Lo cierto es que este operativo tambaleó desde el comienzo. A pesar de que todos los expertos de guerra coincidieron en afirmar que el éxito del rescate era imposible, se dio la orden de avanzar sin ni siquiera haber planeado el sitio donde los helicópteros debían aterrizar. Este fracaso le costó a Carter nada menos que la reelección como presidente de los Estados Unidos. Incluso el propio Jomeini le sugirió que no volviera a cometer "otra estupidez de ese tamaño".
POR EXCESO O POR DEFECTO
Para la historia, el operativo de Carter ha sido uno de los más desastrosos por la falta de planeación estratégica que presentó. Otro similar fue el que sucedió en Beirut, en abril de 1983. En esa ocasión, el gobierno estadounidense envió a un grupo de marines y de agentes de la CIA para pacificar la ciudad libanesa.
Los norteamericanos viajaron sin las más mínimas precauciones y jamás se imaginaron que podían llegar a ser víctimas de un atentado terrorista. Sin embargo, dentro de su propia sede diplomática, un miembro de la Organización Guerra Santa Islámica colocó una bomba y acabó con la vida de 79 personas, entre ellas todos los miembros del comando especial.
Pero si en algunos casos la falla consiste en no tener una estrategia táctica adecuada, en otros se peca por exceso de planificación. Tal es el caso del famoso episodio del "Septiembre negro", en las Olimpíadas de Munich en 1972. Durante los juegos olímpicos, un grupo de terroristas palestinos tomó como rehenes a 11 deportistas israelíes para exigir la liberación de 200 compatriotas. Los alemanes, sintiéndose responsables de la situación, accedieron a las peticiones y acordaron trasladarlos -tanto a los palestinos como a los rehenes- a un aeropuerto cerca de Munich en donde podrían abordar un avión que los llevaría a El Cairo para continuar allí las negociaciones.
Lo que les esperaba en el aeropuerto era un operativo minuciosamente planeado para rescatar a los israelíes. Sin embargo, en el operativo se cometió el error de enviar un comando de los llamados "policías alemanes de campo", que no estaban preparados para combatir en esa clase de casos sino que eran entrenados para disparar únicamente al brazo derecho del enemigo con el objetivo, no de darle muerte sino de impedirle que disparara. Efectivamente muchos palestinos murieron, pero otros quedaron sólo con un brazo herido. Uno de ellos aprovechó la situación y le mandó una granada a los alemanes. El resultado fue la muerte de los 11 rehenes israelíes, cinco palestinos y un alemán.
No hay duda de que la previsión muchas veces no sirve. Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército de los Aliados se extralimitó en la preparación de una batalla que según ellos librarían en el sur de Italia. Fueron varios meses organizando las tácticas con las que atacarían a los enemigos. Pero al llegar al terreno, de noche, y con toda la artillería necesaria para enfrentarse a una fuerza tan poderosa como ellos, se dieron cuenta de que no tenían con quién pelear. Los italianos hacía varias semanas habían abandonado la zona y los aliados no encontraron resistencia. El enemigo nunca apareció.
Pero quizá uno de los peores fracasos militares fue el que vivieron las fuerzas británicas en la Segunda Guerra Mundial durante el ataque a Arnhem, en septiembre de 1944. La operación, llamada "Market Garden", estaba liderada por el mariscal inglés Bernard Montgomery. Consistía en enviar a millares de paracaidistas detrás de las líneas alemanas, para tomarse los principales puentes sobre el Rhin y cortarle la salida a los nazis. La operación era clave para acelerar el fin de la guerra y alcanzar el objetivo de llegar a Berlín antes que lo hicieran los comunistas. Para el éxito de la operación era necesario que la zona circundante a Arnhem estuviera libre de fuerzas enemigas. Sin embargo, esto no era así. Un militar inglés que recorrió la zona realizando un registro fotográfico le advirtió al propio Montgomery, 48 horas antes de que se iniciara la operación, que el lugar estaba lleno de divisiones acorazadas alemanas.
El comandante se burló de la noticia y señaló que le tenía más temor al terreno que a los tanques alemanes. Decidió además mandar al piloto a que descansara, pues le pareció que estaba demasiado nervioso. Sin tener en cuenta ninguna evidencia que aconsejara lo contrario, Montgomery realizó la operación. Y tal como se había previsto, la arremetida de las fuerzas alemanas contra las británicas fue brutal. De los 10.000 paracaidistas aliados que participaron en la operación, sólo quedaron a salvo 2.000, 1.500 murieron y más de 6.500 fueron capturados, la mayoría de ellos heridos, en una tragedia inmortalizada por el director de cine Richard Athenborough en la cinta Un puente demasiado lejos.
Esto sucedió hace medio siglo, pero hoy en día las cosas prácticamente no han cambiado. En marzo de este año, el Ejército de Estados Unidos dio muestras de que los operativos se siguen saliendo de las manos. Esto se demostró durante la guerra en Bosnia - Herzegovina cuando el Ejército norteamericano decidió montar todo un plan para enviar por aire alimentos para los bosnios. Pese a todos los cálculos establecidos, la comida cayó en manos del enemigo. Los serbios fueron entonces los que terminaron disfrutando del regalo norteamericano.
Como puede verse, la preparación milimétrica de un operativo militar o de comandos no garantiza el éxito. El problema radica en la dificultad de predecir el comportamiento de las numerosas variables que intervienen en estas situaciones, en especial la relacionada con la reacción del enemigo que, como pudo comprobarse en Waco, nunca se debe subvalorar.