Especiales Semana

Una lucha de años

La arquitectura tiene dos propiedades contradictorias: por una parte tiende a perdurar y por otra se deteriora. Para evitar esto último es necesario un mantenimiento constante y una adecuación a los requerimientos del mundo de hoy.

Alberto Saldarriaga Roa*
20 de abril de 2013

Los espacios urbanos, o las edificaciones más o menos antiguas que hoy existen en Colombia, han pasado por diversas pruebas a lo largo de su existencia. Sus condiciones originales pueden haber sido alteradas hasta la deformación o, en casos especiales, se han conservado o restituido mediante acciones de mantenimiento y conservación. 

El conjunto declarado como patrimonio en los ámbitos local, regional o nacional es quizá lo que ha sobrevivido airosamente la prueba del tiempo. Los materiales y sistemas constructivos que hoy se usan en Colombia son una acumulación de lo que en cada fase de la historia se ha traído o desarrollado para hacer ciudad y arquitectura. El adobe, el ladrillo y la piedra son los más antiguos; el cemento, el concreto, el acero y el vidrio son recientes, lo mismo que los materiales sintéticos que hoy abundan. Cada uno tiene sus propias condiciones de duración y conservación. 

Piezas tan importantes como las fortificaciones de la ciudad y la bahía de Cartagena de Indias, por ejemplo, se construyeron en piedra y fueron hechas para perdurar. Una parte del cordón amurallado de la ciudad se demolió inescrupulosamente para comunicar el casco antiguo con el desarrollo desapacible de La Matuna. 

Las piedras de las murallas, aparentemente indestructibles, cayeron ante la pica demoledora de quienes las consideraban desechables. Lo que sobrevive requiere la aplicación de técnicas de restauración especializadas, para prevenir su deterioro futuro. De piedra es también Ciudad Perdida, en la Sierra Nevada de Santa Marta, rescatada del olvido hace más o menos medio siglo. 

Estos vestigios, quizá los más importantes del periodo prehispánico, los cubrió la selva durante siglos. Una vez descubiertos, se inició un proceso de exposición a los agentes externos, incluidos los guaqueros y los visitantes, que ponen en riesgo su riqueza arqueológica. La zona está rodeada de guerrilleros y paramilitares. 

Su condición material, duradera en sí misma, requiere especiales cuidados. Su desprotección frente a sus circunstancias socioculturales hace pensar que aquello que perdura debería ser objeto de respeto por todos y no siempre es así. Muchos otros ejemplos pueden ilustrar ese dualismo entre perdurabilidad y deterioro.
Los anteriores ejemplos son dos de los íconos fundamentales de la identidad patrimonial colombiana. Pero no todo lo construido proviene del pasado o es obra de arquitectos o ingenieros. 

Las comunidades indígenas y las que conservan las tradiciones culturales regionales son ricas en expresiones materiales e inmateriales, y han hecho arquitecturas basadas en costumbres constructivas casi inmemoriales. La arquitectura de madera de las islas de San Andrés y Providencia es un caso especial en ese panorama. Su lenta desaparición tuvo su origen en un problema político: el distanciamiento con Nicaragua, el país proveedor de la madera del pino Caribe, usada tradicionalmente en las viviendas. E insustituible. La arquitectura es también víctima de los conflictos internos y externos del país. 

A punto de desaparecer

Las casas isleñas

En San Andrés y Providencia, la casa isleña construida en madera, que trajeron los colonos , ahora incorpora materiales como cemento, hormigón y pinturas con alta protección. El cambio se dio por una entrada masiva de esos nuevos materiales al país y porque la madera que se usaba era traída principalmente de Nicaragua. El litigio por la delimitación marítima de Colombia con ese país redujo casi a cero las importaciones, lo que obliga a los isleños a recurrir a otros materiales.

Los ferrocarriles

Colombia construyó vías férreas con la indemnización que le pagó Estados Unidos por Panamá. Pero con la llegada de las carreteras, dejó de lado los trenes, que fueron protagonistas en la bonanza cafetera. El arquitecto Alberto Escovar explica que solo unas pocas estaciones se conservan como evidencia de que una generación pensó que el futuro del país iba con este sistema de transporte. Aunque se habla de reactivar los ferrocarriles, para ello se requiere una infraestructura  nueva.

El muelle de Puerto Colombia

El primer vehículo que llegó en el siglo XIX y las migraciones árabes del XX entraron por el mismo lugar al país: el muelle de Puerto Colombia en Barranquilla. Construido en 1888, con 1.600 metros de longitud fue el segundo más largo del mundo. En 1936 pasó al olvido estatal, cuando el canal de Bocas de Ceniza facilitó la entrada de las embarcaciones hasta el puerto de la ciudad. Hoy ha perdido 200 metros y está dividido en cinco partes. En 2012, el Ministerio de Cultura anunció que lo restaurará.

Aeropuerto Eldorado

En 1959 Bogotá abrió las puertas del aeropuerto Eldorado para reemplazar al de Techo, que se quedó pequeño para la ciudad. La obra se destacó por un vestíbulo que incluía  iluminación natural. Con el anuncio, en 2007, del plan de renovación , el debate se centró en conservar lo que tiene valor arquitectónico o tumbar la edificación completa y levantar una nueva . Esta última postura se impuso con el argumento de que es imposible integrar la vieja construcción con el nuevo proyecto.

*Arquitecto de la Universidad Nacional de Colombia. Decano de la Facultad de Artes y Diseño, Universidad Jorge Tadeo Lozano.