Especiales Semana

Universidad al alcance de todos

Con préstamos del Icetex, los más pobres están accediendo a las mejores universidades privadas del país. El desafío que enfrentan para graduarse con éxito, sin embargo, no parece estar sólo en los pupitres.

29 de agosto de 2004

Es difícil creer que esas manos grandes y curtidas de campesino se muevan con rapidez entre las diminutas teclas de una calculadora científica y resuelvan allí las ecuaciones complejas que nada tienen que ver con la vida que transcurre lenta entre los potreros de la vereda El Salitre de Sopó, Cundinamarca. Entre esa loma verde y el agite del centro de Bogotá se mueve Carlos Germán Cortés Hernández, uno de los 22.000 jóvenes beneficiados con un préstamo del Icetex para estudios de pregrado. "Más adelante yo quiero hacer un doctorado en Princeton o MIT, porque a mí lo que me gusta es la astrofísica, pero eso aquí en Colombia no hay", dice este bachiller del colegio público Pablo VI de Sopó que hoy cursa tercer semestre de física pura en la Universidad de los Andes, una de las mejores y quizás la más costosa del país.

El número de créditos que está otorgando el Icetex para estudiar en la universidad, como el que recibe Carlos Germán, ha aumentado de manera radical desde septiembre del año pasado. La fuente es un aporte de 200 millones de dólares del Banco Mundial que gestionó el gobierno para mejorar la cobertura de educación universitaria, muy baja en Colombia, incluso comparada con la de países más pobres de la región.

Eso les ha permitido ir a la universidad a jóvenes como Laura Álvarez, egresada del colegio de Nuestra Señora de la Sabiduría, en la calle 22 sur con carrera 11 de Bogotá. Con apenas 15 años, Laura terminó bachillerato y le dijo a su mamá -una auxiliar de enfermería que con esfuerzo y cuando ya no era joven logró sacar su grado de enfermera- que quería ser abogada. Su papá es médico en el hospital de Inírida en el Guainía y aunque a veces hablan por teléfono, su mamá es la encargada de pagar el millón de pesos de cada semestre, una cuarta parte del valor total de la matrícula en la Universidad del Rosario; el resto lo paga por ahora el préstamo. "Sin el préstamo no hubiera podido estudiar, a menos de que hubiera entrado a la Nacional, pero no pasé el examen. Aunque el préstamo lo amarra a uno a pagar por muchos años, vale la pena sacrificarse para conseguir un buen trabajo", dice Laura, y explica que después de graduada tiene un año de gracia y 10 más para pagar la deuda.

Lo que Laura y muchos otros tan sólo intuyen lo confirman las cifras: en Colombia un trabajador con educación superior en promedio puede ganar 2,4 veces más que uno que sólo llegó al bachillerato, un promedio más alto que el de otros países, señala un informe del Banco Mundial.

Antes del convenio Acces, con el cual el Icetex otorga estos créditos, se exigían dos codeudores y respaldo en finca raíz, requisitos que de antemano les cerraban la puerta a los estratos más bajos. Hoy solo piden un codeudor y con que este tenga una cacharrería de pueblo o un tractor es suficiente respaldo. Antes sólo se entregaban préstamos por un monto máximo de 1,6 millones por estudiante, lo que no alcanzaba a cubrir una matrícula completa en una buena universidad. Hoy el crédito es por el 75 por ciento del valor de cualquier matrícula. "La gente de estratos 1 y 2 es menos dada a endeudarse si no está segura de que va a poder pagar, dijo a SEMANA Alexandra Hernández, directora del proyecto en Icetex; contrario a lo que se piensa, el porcentaje de incumplimiento en estratos altos es mayor".

Llegar desde un pueblo lejano, de un barrio pobre, muy probablemente sin las bases académicas necesarias, a estudiar al ritmo de las universidades más exigentes del país no es fácil. Muchos tienen que nivelarse y esto les implica estudiar más que otros que salen mejor preparados del colegio. Aunque reconoce que algunos estudiantes entran sin el nivel adecuado y varios deben retirarse, para María Cristina Hoyos, decana de estudiantes de Los Andes, "hay unos que se empeñan en salir adelante y lo logran, y otros que se dejan derrotar de primerazo. La actitud hace la diferencia". Según el Icetex, entre el primero y el segundo semestre de 2003 se presentó una deserción del crédito de 12,6 por ciento. En una encuesta hecha a 261 estudiantes que desertaron, 33 de ellos lo hicieron por bajo rendimiento o pérdida del semestre y dos porque recibieron matrícula de honor en su universidad. La gran mayoría, 140, pidieron aplazamiento, seguidos por 39 que simplemente se retiraron sin que se sepan las causas.

Parte de las razones podrían estar más allá del salón de clase. "En las materias me iba bien y tuve promedio de cuatro, comenta Laura, pero lo difícil fue relacionarse con la gente. Muchos se fijan más en lo que tienes que en lo que eres. Por ejemplo, aquí en los finales hay que venir elegante, y no siempre la gente se puede vestir igual. Pero en este momento ya eso no me importa". Para Hoyos, contrario a lo que se podría pensar, lo que más les conviene a estos estudiantes que vienen de estratos y condiciones diferentes es no tratarlos como diferentes. "Mientras menos se los separe, mejor se adaptan, dice. Además señala que pese a que entre pares suelen buscarse por inercia, "aquí luchamos por romper esos círculos y estimularlos para que se relacionen con estudiantes con más facilidades, lo que los ayuda a que los jalen hacia arriba y no que se empujen hacia abajo".

En el caso de Carlos lo difícil no es resolver los problemas de los libros, sino conseguirlos. "Mi papá me da 8.000 pesos todos los días del producido de la tienda que tiene en la vereda. Apenas para el transporte que me vale 7.600", dice, y con lo que le sobra compra un ponqué. "Uno se acostumbra a no comer y ya ni siento hambre. Cuando llego a mi casa me tomo tres platos de sopa y ya". Se gana la plata para comprar libros o sacar fotocopias dando clases de matemáticas a niños del colegio de Sopó que van rajados.

Carlos y Laura al menos pueden hacer el esfuerzo de mantenerse en la universidad, porque ya lograron lo más difícil: acceder a ella.