Especiales Semana

VINO, VIO Y VENCIO

Con sus declaraciones, su buen humor y su manejo de las masas, el Papa conquistó hasta a los más escépticos.

4 de agosto de 1986

Hay un chiste viejo: el que dice que la diferencia que hay entre Dios y el Papa, es que Dios está en todas partes y el Papa ya estuvo. Pues bien, uno de los pocos sitios del mundo que no había visitado Juan Pablo II era Colombia. No sólo ya estuvo aquí, sino que la recorrió y la conoció como el mejor de los colombianos. Pero, más que a ver ciudades, Juan Pablo II se dedicó a ver gente. Mucha gente. Tanta, que ni sumadas las multitudes que los candidatos presidenciales lograron convocar en la pasada campaña, se pueden comparar con las que salieron a escuchar al Papa: cerca de 5 millones de personas en su gira por el territorio nacional.
Algunas de estas movilizaciones parecieron romper récords, no sólo de Colombia, sino del mundo. Según la opinión de periodistas europeos que vienen cubriendo desde hace varios años los viajes del Sumo Pontífice, la concentración del Parque El Tunal, que para algunos periódicos capitalinos superó la cifra descomunal de un millón de personas, puede incluirse, con una misa campal en Polonia y otra en México, entre las más gigantescas movilizaciones del papado de Juan Pablo II, y por consiguiente, de cualquier otro Papa de la historia.

CITA CON LA ESPERANZA
Para Alicia Quevedo, de 57 años, ama de casa y habitante del barrio San José, al sur de Bogotá, la jornada del miércoles comenzó muy temprano. Cuando faltaban aún algunas horas para que saliera el sol, ella se preparaba para ir a ver al Papa en el Parque Simón Bolívar. Hacia las 4 y media de la mañana se subió a la buseta que conduce su hijo y este la llevó hasta la Avenida Eldorado con carrera 68. En este punto,Alicia Quevedo se unió a los ríos de gente que bajo la pertinaz llovizna del amanecer bogotano iban a cumplir su cita con la esperanza.
"Estoy aquí desde las 5:30", le dijo a SEMANA. "Me vine con mi butaca y mi rosario, rezando por el bienestar de nuestra familia, que aunque es pobre, es buena". No era la primera vez que Alicia Quevedo veía un Papa. "Cuando vino el otro Papa en mi casa había muchos problemas. Mi marido era alcohólico, y entonces yo me conseguí a otro que si me quería. Después que se fue el Papa mi marido tuvo como un milagro, dejó de tomar y yo lo volvi a querer. Ahora, una sobrina está con los mismos problemas que yo tenía en esa época, y vengo a rezar por ella. Traigo esta blusa que es de ella. Y una cruz para que el Santisimo la bendiga y ella no vuelva a tener problemas, porque en el barrio dicen que hay que tener bendita alguna prenda de vestir y alguna cruz o Virgen para llevar en el pecho toda la vida. Yo aquí lo espero sentada en mi banquita, calmada, así llueva como ahora, porque con Pablo VI también pasó lo mismo: cayó un aguacero peor".
Al igual que Alicia Quevedo, todo el mundo quería ver al Papa para pedirle algo concreto. Rosa Clara Pineda, de 37 años, integrante de una comunidad indígena tolimense y quien vive en Bogotá como damnificada desde que ocurrió la tragedia de Armero, llegó al parque en compañía de sus dos hijos, pasadas las seis de la mañana. Dos horas después no había parado de rezar un solo minuto. Según dijo a SEMANA, nunca se imaginó que el Papa existiera realmente y mucho menos que fuera a venir a Colombia. "Es como Dios", agregó. "Claro que sin barba, y además está vestido con falda larga, y Dios sólo tiene un trapito que le tapa las partes nobles... ¿cierto? Yo creo que si el Papa me ve aquí, y como él sabe todo, todo, y sabe que vine tan temprano con mis hijos a rezarle, me va a hacer que se cumplan mis deseos. A mí me da pena con él, pero desde ahora le estoy diciendo que me dé salud y un poquito más de plata, y que los ojos no me sigan fallando como ahora, porque yo vivo de bordar blusas artesanales. Yo quiero que mi hija sea monja, y que el Papa le quite ese castigo de Dios de que la gente odie a los indios, para que en el convento la reciban y yo sé que eso se va a poder. Porque Dios nos ayudó a seguir viviendo el día de Armero. Además le pido al Papa que el padre de mis hijos vuelva a vivir conmigo y la brujería que le hicieron de enamorarse de una jovencita que se le acabe ahora".
Y no faltaron quienes fueron en la búsqueda del Papa para que les hiciera el milagro de curarlos.
Cristancho Virá, de 70 años, fue traído por su mujer desde Fusagasugá. "Ella me dijo que el Papa al dar la bendición iba a hacer que me curara de la enfermedad que tengo (cáncer). Ella está comprando las banderas del Papa y una cruz de madera para ponerlas sobre mi cama y para que me cure durante las noches".
Pero lo más insólito era que hasta los más radicales revolucionarios aspiraban a tener un contacto personal con Su Santidad. El dirigente de Auto-Defensa Obrera (ADO), hoy amnistiado y miembro de la Unión Patriótica, Carlos Efrén Agudelo, de 28 años, llegó en la noche del martes al Palacio de Nariño en compañía de su anciana madre. A él, Belisario lo había invitado a una velada con Juan Pablo II y la clase dirigente del país. Ella, sencillamente, quería que su hijo "le hiciera palanca" para ver personalmente al Papa. Pero no la dejaron entrar, porque no tenía invitación, y tuvo que contentarse con esperar a su hijo en la puerta. El día de la concentración del Parque El Tunal, Carlos Efrén Agudelo se apareció con un gran letrero que decía: "Juan Pablo II, los revolucionarios te saludamos". No pasó mucho tiempo antes de que fuera detenido por la Policía.

EL CLIMAX
Hasta el viernes, la gira del Papa había sido un éxito. Es más, habia sido apoteósica. Pero no había incluido anécdotas que pudieran convertirse en históricas, y en esa medida muchos la veían como rutinaria. Los periodistas extranjeros que acompañan al Papa desde hace varios años la consideraban un capítulo más de su larga lista de paseos por el mundo. La única expectativa de que el viaje del Papa terminara saliéndose de lo normal corría por cuenta de su visita a Popayán.
En esa ciudad se habia convertido en tema de tertulias soireés una vieja leyenda según la cual un jesuita del siglo XVII que ocasionalmente "cometía" poesía, y cuya mayor gracia consistía en haber predicho en un epigrama el terremoto de Semana Santa, habia escrito otro en el que se refería a una visita papal en términos de mal presagio. El padre, fray Bartolomé Márquez Polo, había anunciado en un epigrama que después del terremoto, y una vez iniciada la reconstrucción de la ciudad, un Papa la visitaría, sentiría un gran dolor en el pecho y su túnica se mancharía de rojo. Algunos corresponsales extranjeros llegaron incluso a especular sobre la leyenda.
Pues bien, fue Popayán la que rompió la rutina. Pero desde luego, no por la predicción de fray Bartolomé, sino por el discurso del dirigente indígena Guillermo Tenorio. Este había hablado en su discurso de "500 años en el dolor, el desprecio y la marginación, en el martirio desconocido, porque es martirio de indio", y había denunciado el asesinato del sacerdote indígena Alvaro Ulcué. Nada de esto estaba en el discurso original que la Curia payanesa había conocido previamente. La interrupción de que fue objeto el indígena, y la consiguiente protesta del Papa, no sólo lograron poner el tema indígena en primera plana, sino que significó la consagración de la venida del Papa en su gira por Colombia. El Papa no sólo reclamó visiblemente disgustado, sino que exigió luego que el indígena terminara de leer el discurso, ante una atronadora ovación de la multitud. Esto, sumado a otras anécdotas como cuando pidió perdón por las imperfecciones de su pronunciación de la lengua indígena paez, sus apuntes humorísticos en varias ocasiones de su gira -especialmente en sus encuentros con los jóvenes y con los niños- y la forma espontánea con la que rompió el protocolo al bajarse del papamóvil y visitar intempestivamente la casa de dos humildes pescadores tumaqueños, terminaron por conquistar los pocos corazones colombianos que aún miraban con indiferencia la gira del Santo Pontífice.

EL MENSAJE
Lo primero que impactó de los cerca de 25 discursos que pronunció el Papa durante su gira por Colombia, fue la excelente pronunciación del castellano de la que hizo gala.
En varias oportunidades los asistentes a las manifestaciones pudieron comprobar que el Papa no sólo sabía leer muy bien el español, sino que lo entendía a la perfección, al grado de improvisar párrafos enteros que no estaban escritos en el papel, y corregir defectos de entonación que demostraba a ciencia cierta que sabía lo que estaba leyendo. Eso quería decir, además, que si bien era posible que un grupo de colaboradores, como es la usanza entre los mandatarios del mundo, hubieran sido los autores de varias de estas intervenciones, el Papa tuvo una participación definitiva en el diseño del contenido de estas. En una palabra: el Papa tenía muy claro lo que venía a decir a Colombia. Y lo dijo.
Entre los temas tratados en sus discursos, algunos eran, como es obvio, perfectamente previsibles. Es decir, que lo raro habría sido que no los hubiera tratado. Entre estos los primeros que se destacan son los religiosos: como las menciones a la Virgen de Chiquinquirá, al Espíritu Santo, a la próxima celebración de los cinco siglos de evangelización en América, e incluso, la recurrente mención de la visita de Paulo VI a Colombia hace 18 años, y las condenas al divorcio y al aborto.
Por otro lado, existía gran expectativa sobre la forma como trataría otros temas que aunque previsibles, eran espinosos: paz, guerrilla y Teología de la Liberación.

Sobre la paz, el Papa hizo invocaciones, oraciones, y dio un claro espaldarazo al proceso de paz, que prácticamente pasó inadvertido entre los comentaristas. "Los largos y crueles años de violencia -dijo el Papa ante la multitud reunida en el Parque Simón Bolívar- que han afectado a Colombia, no han podido destruir el deseo vehemente de alcanzar una paz justa y duradera. Sé que ha habido generosas iniciativas encaminadas a fomentar el diálogo y la concordia para conseguir una paz estable. En este sentido no puedo menos de alentaros a todos los colombianos sin excepción a proseguir sin descanso por derroteros de paz, conscientes de que esta, sin dejar de ser tarea humana, es primordialmente un don de Dios".
Sobre la guerrilla, aparte de varias menciones contra la violencia y el terrorismo, hizo un llamado directo y concreto a deponer las armas "a quienes continúan por el camino de la guerrilla, para que orienten sus energías -inspiradas acaso por ideales de justicia -hacia acciones constructivas y reconciliadoras que contribuyen verdaderamente al progreso del país".
Y sobre la Teología de la Liberación, no sólo reconoció su utilidad y necesidad, sino que recordó que ella "debe desarrollarse en sintonía y sin rupturas con la tradición teológica de la Iglesia y de acuerdo con su doctrina social". Para quienes equivocadamente supusieron que con esta declaración Juan Pablo II pudiera estar ablandando su conocida posición frente a las actitudes liberacionistas de ciertos sectores del clero latinoamericano, habría que repasar las palabras que el Papa había dicho ante seminaristas y sacerdotes reunidos en la Catedral el día de su llegada: "El amor y la opción preferencial por los pobres -como he dicho repetidamente- no puede ser exclusiva ni excluyente. Ello no significa considerar al pobre como clase, y menos como clase en lucha o como Iglesia separada de la comunión y obediencia a los pastores puestos por Cristo, sino que ha de realizarse mirando al ser humano considerado en su vocación terrena y eterna. La tarea de la Iglesia, de contribuir a la liberación social, ha de llevarse a cabo con la conciencia clara de que la primera liberación que ha de procurarse al hombre es la liberación del pecado y del mal moral que anida en su corazón".
Pero sin duda el más significativo, por inesperado y por trascendente, de los temas tratados por el Papa, fue el mensaje que leyó a los empresarios y dirigentes reunidos por el presidente Belisario Betancur el martes en la noche. En dos palabras, el Papa los regañó, después de recordarles el llamamiento que hace 18 años les había hecho Paulo VI para que adelantaran las reformas que pudieran prevenir "con sacrificios valientes, las revoluciones explosivas de la desesperación". Era evidente que Juan Pablo II les estaba reclamando, o al menos preguntando, qué habían hecho en este sentido.
A su exposición de aquella noche sobre la función social del capital, el Papa agregó un planteamiento sobre el problema de la deuda externa de América Latina, que algunos llegaron a comparar con la tesis de Fidel Castro: "Los pueblos pobres -dijo el Papa- no pueden pagar costos sociales intolerables, sacrificando el derecho al desarrollo que les resulta esquivo, mientras otros pueblos gozan de opulencia".
Cuando se creía que el Papa había agotado la capacidad de sorpresa por cuenta de sus discursos, vino el puntillazo, en el momento en el que advirtió que iba a dirigirse en forma particular a los campesinos colombianos: "Cuántos de vosotros pasáis la vida en el duro trabajo de los campos con salarios insuficientes, sin la esperanza de conseguir un mínimo pedazo de tierra en propiedad, y sin que lleguen a vosotros los beneficios de una reforma agraría debidamente programada, audaz y eficaz".
Pero si esta sorprendía por revolucionaria, hubo otra tesis que lo hizo por todo lo contrario. "La doctrina social de la Iglesia", dijo, "enseña que no deben darse odiosas discriminaciones en cuanto al trabajo que puedan realizar hombres y mujeres, y a su justa remuneración". Hasta aquí las feministas podían darse por bien servidas. Pero el Papa continuó: "Enseña igualmente que un justo salario familíar debe permitir a la mujer que es madre dedicarse a sus insustituibles tareas de cuidado y educación de los hijos sin que se vea obligada a buscar fuera de su casa una remuneración complementaria, con perjuicio de las funciones maternas". Para muchas mujeres colombianas este fue un baldado de agua fría. Pero su impacto se ahogó en el éxito de sus opiniones frente a otros asuntos de interés nacional.
Con la partida del Papa hacia la isla caribeña de Santa Lucía,última etapa de su víaje, termina para Colombia una intensa semana en la que todo, hasta la actividad política y la deportiva, estuvo en "retiros espirituales". No se habló de nada más. Nadie puede decir que el Papa le fue indiferente. Y la única duda que quedó en el ambiente fue la de cuánto tardarían los colombianos en olvidar algunos de los mensajes claves de la visita papal.

LAS PAPA-FRASES
Como era de esperarse, los colombianos desplegaron lo mejor de su imaginería para recibir la semana pasada al Papa. Pero en ningún aspecto se destacó más esto que en las frases y consignas en verso de los asistentes a los diferentes actos y manifestaciones presididas por Juan Pablo II. La frase más repetida en los diferentes momentos de la gira papal fue sin duda la de "Juan Pablo, amigo Colombia está contigo", a la que durante el aguacero que bañó la misa campal en el Parque Simón Bolívar el Papa respondió: "Bogotá, amigo, la lluvía está contigo". Otra frase muy escuchada permitió además que los colombianos corrigieran un error gramatical de los españoles. Estos habían dicho al Papa cuando los visitó: "Juan Pablo Segundo, te queremos todo el mundo". Los colombianos, en inmejorable castellano, dijeron en cambio: "Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo".
Hubo claro está, otras frases en las que el "parnaso colombiano" se pasó de la raya, como "Pastor, maestro y guía, en Cristo y en María", o aquella otra que decía "En Cristo nuestro Rey, queremos ser tu grey", para no hablar de la que decía "Heraldo de María, amamos tu alegría", o de una más bien difícil de comprender, que decía "Así la juventud, brinde su plenitud". En Pereira, el Papa volvió a hacer gala de su buen humor y de su velocidad mental, cuando dijo a miles de pereiranos en el aeropuerto Matecaña: "Juan Pablo, hermano, hoy te haces pereirano".