Especiales Semana

VIVIR LA MUERTE

Investigaciones y testimonios de quienes han estado muy cerca de la muerte, revelan las últimas noticias del más allá.

6 de abril de 1987

La niña se llamaba Beatrice Fuca. Tenía trece años cuando un cáncer en la garganta la mató en el curso de pocos meses. Sin embargo, su muerte tuvo unas características tan peculiares que la proyectó a los primeros planos de los diarios italianos y produjo una conmoción general entre los pobladores de su ciudad, Foligno, en el centro de Italia.
Beatrice había caído en coma profundo desde hacia varios días, cuando su médico la declaró muerta. Llevaba ya una hora sin que su corazón latiera cuando de repente, ante el asombro de los padres y del galeno quien se encontraba expidiendo el certificado de defunción, se incorporó en su lecho y, con los ojos bien abiertos, les contó de dónde venía: "He estado en un lugar maravilloso, vengo de un país bellísimo".
Beatrice estuvo cerca de quince minutos describiendo a los presentes las maravillas de la región de la que regresaba, hasta que sus parientes le rogaron que se recostara y descansara. Entonces, sin que pueda decirse con precisión cuándo, Beatrice durmió para siempre. Su entierro se vio lleno de gente de los alrededores que quería despedir a "la niña que había visto el paraíso".
¿Estuvo Beatrice realmente muerta durante esa hora en que su médico así la consideró? ¿Sus visiones son un testimonio en el que se puede confiar sobre lo que espera al hombre después de esta vida? ¿Existe realmente el país maravilloso del que Beatrice regreso? De estos interrogantes, tal vez el que puede tener algún tipo de respuesta objetiva es el primero. Los demás, son precisamente el objeto de los estudios y experimentos llevados a cabo por equipos científicos en varios países del mundo. Al filo del tercer milenio de la cultura judeocristiana, en una sociedad secularizada como nunca en su historia, la muerte sigue ocupando el primer lugar entre los misterios que aterran a la humanidad.
Aunque los testimonios que se tienen sobre las experiencias de "regreso" de la muerte tienen toda clase de antecedentes históricos, los enormes avances de la ciencia médica han permitido que hoy en día, personas que en el pasado no hubieran tenido ninguna posibilidad de supervivencia, logren salir de trances extremadamente cercanos a la muerte, y por tanto, puedan contar lo que sintieron, las experiencias que tuvieron. Lo que en el pasado era simplemente un azar de la naturaleza, como en el caso de Beatrice, hoy es una posibilidad al alcance de muchos.
Se dice que hay cerca de ocho millones de personas solamente en los Estados Unidos, que han pasado por experiencias de este tipo. Cuando se habla de una cifra de tantos ceros, se está en presencia de un fenómeno sociológico de una importancia realmente impresionante. Tal vez por ello es que las investigaciones más intensas se desarrollan en ese país, donde han tomado ya un cariz casi de verdad oficial, y han hecho que la línea divisoria entre la muerte y la vida, otrora un límite perfectamente delimitado, se difumine y permita al hombre moderno asomarse, o creer que se asoma, a los misterios más insondables de su existencia.
La idea de la existencia de una vida después de la muerte es tan antigua como la humanidad misma. La arqueología ofrece evidencias sobre las costumbres funerarias de los más antiguos ejemplares de seres humanos, que les administraban desde entonces a sus muertos tratamientos especiales que sugieren la creencia en alguna forma de vida futura.
La vida después de la vida adquiere formas muy variadas en las distintas religiones Sin embargo, como lo han señalado numerosos antropólogos, es diciente que la mayoría de las perspectivas religiosas tengan como centro focal la vida después de la muerte, lo que sugiere que el hombre, a través de las épocas, sin consideración a diferencias raciales, geográficas, culturales, o de cualquier otra índole, tiene una profunda necesidad de creer en una forma de vida posterior a la presente, como una especie de justificación de una existencia, que su entendimiento, soberbio pero precario, no alcanza a entender en los estrechos límites de la vida terrena.
Es sin embargo llamativo que la creciente incidencia de experiencias de regreso de la casi muerte haya motivado los más profundos estudios de científicos sin una orientación religiosa en particular. Como decía a SEMANA el padre Alfonso Llanos "hay un hecho tangible, y es que cada vez con más frecuencia quien acompaña a la persona en trance de muerte es el médico, y no el sacerdote". Es claro que la anterior es una primera explicación para un fenómeno que toma cada vez más fuerza. Se presenta el reemplazo de la religión por la ciencia en las sociedades modernas, como punto de vista dominante sobre la vida y la muerte. La secularización de las creencias populares es imperceptible, pero consistente. Hoy en día la gente tiende más a creer en lo que ve, aunque choca con la absoluta imposibilidad de la ciencia para explicar conceptos intangibles como las almas o los espíritus. Esa creencia tendrá siempre que apoyarse en la fe, lo que para los millones de creyentes en las distintas religiones que hoy existen no comporta mayor problema.

VIAJE DE IDA Y VUELTA
Los investigadores más conocidos en los Estados Unidos sobre el tema de la vida después de la muerte son naturalmente, siquiatras. Se trata de Raymond Moody y Elizabeth Kobler-Ross. El primero de ellos publicó hace algunos años un estudio exhaustivo de numerosos casos de lo que él llamó "experiencias cercanas a la muerte", en donde relata episodios de personas que regresaron de una muerte aparente o casi segura, y quienes en una forma muy consistente aseguran haber vuelto de regiones luminosas llenas de paz. Tal vez eso colmó las expectativas de los millones de lectores que se lanzaron a las librerías hasta convertir la obra en un éxito editorial. La doctora Kobler-Ross, por su parte, se ha especializado en el cuidado particular que requiere el moribundo en el trance más importante de su vida, que paradójicamente, es su muerte. La Kobler-Ross ha hecho públicas sus propias experiencias paranormales y sus creencias en algún tipo de existencia posterior a la vida, con lo que se ha sumado a la polémica. En Colombia, como en tantos otros campos, no se ha desarrollado investigación alguna al respecto. Existen, sin embargo, testimonios como el del famoso escritor Próspero Morales Pradilla, quien sufrió en carne propia una experiencia cercana a la muerte (ver recuadro) y la plasmo en un cuento incluido en el volumen "El último macho". Moody recogió, a lo largo de cinco años, el testimonio de más de ciento cincuenta personas que clasificó en tres grupos: en primer lugar, los relatos de sujetos que regresaron a la vida tras haber sido declaradas clinicamente muertas por sus médicos. El segundo grupo lo constituyó con las personas que, a consecuencia de accidentes o de enfermedades muy graves, se encontraron al borde mismo de la muerte física, y, por último, el grupo de personas que, en el momento de su muerte, pudieron describir a los presentes lo que estaban sintiendo y los fenómenos que los embargaban.
A partir de sus estadísticas, Moody pudo diseñar un patrón-tipo de estas experiencias, según el desarrollo de los acontecimientos descritos con mayor frecuencia. Según este patrón, lo que sucede se puede esquematizar de la siguiente manera:
-El sujeto oye al personal médico declararle muerto.
-Escucha un ruido desagradable, algo así como un timbre o un zumbido, mientras parece enfilarse por medio de un largo túnel oscuro, a velocidad cada vez más grande.
-Sorpresivamente, se encuentra fuera del cuerpo, al que puede ver desde fuera junto con todo lo que le rodea.
-Siente que las personas queridas y fallecidas antes que él vienen a su encuentro para acogerle en su nuevo estado.
-Aparece un ser de luz que entra con él en un contacto de una índole desconocida, pero en todo caso no verbal, para que evalúe su vida.
-Para que lo anterior sea posible, su campo de percepción se ve invadido por la visión panorámica de toda su existencia. Las imágenes se suceden a gran velocidad, aunque el tipo de percepción no es necesariamente visual.
-Tiene la impresión de estar llegando a un límite o barrera que parece ser o al menos simbolizar la frontera entre esta vida y la otra.
-De algún modo percibe que el momento de su muerte no ha llegado aún y que tiene que volver.
-El panorama es tan feliz, que se resiste a hacerlo, pero luego inicia su retorno que parece ser difícil y hasta desagradable.
-Con un sentimiento de alegria, amor y paz, vuelve completamente en si. Al tratar de referir su experiencia a sus familiares, encuentra que el lenguaje no es suficiente, y que casi todo lo experimentado es imposible de verbalizar. No tiene palabras.
-Sin embargo, lo que le acaba de pasar, transformará por completo su vida y su concepción de la muerte. Nunca volverá a ser la misma persona.
CIUDADES LUZ
En investigaciones posteriores Moody encontró algunos detalles que sus trabajos iniciales no habían puesto en claro. Entre ellas está la calidad del ámbito en que se desarrollan los acontecimientos que el sujeto percibe en su experiencia cercana a la muerte. Así, desarrolló su teoría de las "ciudades de luz". Al profundizar en su encuesta, se encontró con que numerosos individuos coincidían en mencionar otros ámbitos de existencia que no vacilaban en calificar de "celestiales", y que concordaban con frecuencia en denominar "ciudades de luz". Para la muestra un botón: el testimonio de un hombre de mediana edad que había sufrido un paro cardiaco y que, como todos los demás casos de esta investigación, mantiene su anonimato: "Estuve clínicamente muerto. Lo recuerdo todo con infinita claridad. De repente me sentí paralizado. Comencé a oír los sonidos como algo distante... Estuve en todo momento perfectamente consciente de lo que estaba ocurriendo. Escuché cómo se paraba el monitor del corazón. Vi cómo la enfermera entraba en la habitación, llamaba por teléfono... Cuando las cosas empezaron a desvanecerse, se produjo un sonido que me resulta imposible describir; era como el batir de un tambor, muy rápido, un ruido arrollador, como el de un torrente al pasar por una garganta. Me incorporé y me encontré alzado unos cuantos centímetros mirando mi propio cuerpo. Allí estaba, con gente que me atendía. No sentí ningún miedo. Ningún dolor. Sólo paz. Al cabo de probablemente uno o dos segundos, me pareció darme la vuelta y elevarme. Estaba oscuro, se le podia calificar de agujero o túnel y había aquella luz brillante. Y me pareció atravesarla. De repente me encontré en otro lugar. Habia una luz como dorada por todas partes. Hermosa. Pero no pude hallar la fuente en ningún lado. Simplemente me rodeaba, como viniendo de todas partes. Se oía música, me pareció encontrarme en el campo, con arroyos, hierba, árboles y montañas; pero cuando, por decirlo de alguna forma, miré a mi alrededor, ví que no había árboles ni ninguna de las cosas que conocemos. Lo que me resultó más extraño es que hubiese gente. No encarnada en una forma o cuerpo, tal como los conocemos, simplemente estaba allí. Había una sensación de paz y gozo perfectos, de amor".
"A lo lejos, en la distancia -dice una mujer encuestada-, pude ver una ciudad. Había edificios separados unos de otros, resplandecientes, brillantes. La gente era feliz allí. Había agua centelleante, fuentes... supongo que habria que describirla como una ciudad de luz...".
Al igual que la experiencia de las ciudades de luz, la del contacto con el conocimiento sólo se ha detectado en personas que han tenido experiencias de casi muerte, extremadamente largas. Se trata de visiones de un ámbito en el que todo el conocimiento pasado, presente o futuro parece coexistir en una suerte de estadio intemporal, algo así como El Aleph de Jorge Luis Borges. Un momento de iluminación en que el sujeto parece tener conocimiento de todo el universo. Sin embargo, coinciden los encuestados en una imposibilidad casi absoluta de expresarlo con palabras. Además, hay coincidencia en que ninguno de los sujetos trajeron de su viaje ninguna forma especial de omniciencia. Más bien se despertó en todos un ansia especial de saber, que hasta entonces nunca habían experimentado. "No sé cómo explicarlo, pero yo sabía, conocía... Como dice la Biblia, "todas las cosas os serán reveladas". Durante un minuto no hubo pregunta que no tuviera respuesta. ¿ Cuánto tiempo tuve este conocimiento? Eso no podria decirlo. En todo caso, no se trató de tiempo terrenal".

INFIERNO O PARAISO
Todas las modernas experiencias sobre la vida después de la muerte, conducidas en un tono eminentemente científico, deben chocar, tarde o temprano, con las concepciones religiosas al respecto. Según la idea que se tenga de la muerte -idea que, por lo demás, generalmente es influida desde la cuna por los canales del adoctrinamiento religioso-, será el estilo de vida de las personas. Karl Marx y Sigmund Freud coincidieron en que esas creencias religiosas eran necesarias para la adaptación del hombre a la sociedad. Freud sostuvo en "El porvenir de una ilusión", que la creencia en una deidad omnipotente provee al ser humano un apoyo emocional esencial frente a una existencia plagada de hechos y fuerzas incontrolables. Marx, al llamar a la religión el opio de las masas, expresó que la esperanza en la salvación en el otro mundo capacitaba a la gente para padecer las injusticias de este. La creciente materialización de las sociedades modernas dan a esos planteamientos un significado Si se quiere, más inquietante.
Prácticamente todas las religiones del mundo tienen como una de sus bases la concepción de una vida después de esta, o al menos una prolongación de la existencia. Dentro de las muchas creencias sobre la vida después de la muerte, se distinguen, según los estudiosos del tema, tres modelos generales. El primero, constituido por los antiguos mesopotámicos, los antiguos griegos y los primeros judíos, representaba el más allá como un lugar subterráneo horrendo, al que era condenada toda la gente independientemente de su conducta en esta vida. En esas alturas, por lo tanto, el problema del juicio final es irrelevante. El segundo modelo está formado por religiones cuyos dioses forman parte en el destino final del ser humano. Los cristianos, los judíos más tardíos y los musulmanes, forman parte de esta categoría. En esas religiones, se salva quien haya actuado en conformidad con el dogma. La creencia en el juicio final es necesaria, pues cumple el propósito de reconciliar la experiencia del ser humano con sus esperanzas.
El tercer modelo está constituido por religiones como el budismo y el hinduismo, en las que la figura de la deidad no es demasiado fuerte. Enseñan que el ser humano tiene la posibilidad de reencarnar en forma potencialmente ilimitada. De reencarnación en reencarnación, el individuo va ascendiendo en sus condiciones, o descendiendo a estados de inferior categoría, según hayan sido sus acciones o karma en la vida anterior. Si esta se caracterizó por un karma del mal, la reencarnación será una forma de vida degradada o aún subhumana. En contraste con las religiones de los modelos anteriores, lo que determina el destino del individuo no es su capacidad de adaptación al dogma o la intervención de la deidad, sino el karma, que es un elemento sucesivo e impersonal, que ningún rito u oración pueden influir.
Sin tener en cuenta las diferencias existentes entre los tres modelos de religiones mencionados, una circunstancia las une: las imágenes que se utilizan para representar sus ideas ofrecen una uniformidad marcada. Las representaciones del infierno y el paraíso, se parecen mucho entre sí, y el juicio del alma está representado en objetos arqueológicos, por ejemplo, de los antiguos egipcios, griegos, cristianos, budistas, musulmanes, hindúes y japoneses. La idea, así sea en términos más que generales, de un juicio después de esta existencia, es consistente a lo largo de la historia.
Las experiencias que se traen a cuento a partir de las investigaciones modernas, no dan una respuesta satisfactoria a esa concepción tradicional de un juicio que determine, por las autoridades competentes, el mérito del individuo para acceder a un premio o a un castigo, sea cual fuere la forma que a este se le dé. Además, ninguna de las personas entrevistadas ha hecho la menor referencia a algo parecido a un infierno. ¿Significa eso, por ejemplo, que la vida que espera al hombre después de la presente es de todas maneras maravillosa, tocada por el conocimiento, marcada por un amor infinito que no se puede expresar en palabras?
Moody adelanta una respuesta que parece cándida: "El juicio se hace dentro de la misma conciencia de las personas en el momento de observar el paso de su vida por sus ojos. Una existencia llena de maldad, donde los hechos sólo tienen esa motivación, no puede ser placentera de observar".

LA FRONTERA DESCONOCIDA
Pero lo que parece ser la respuesta a la incapacidad de las experiencias de casi muerte para explicar lo inexplicable, es precisamente el hecho de que la muerte no se ha producido, pues no se puede morir parcialmente. Una cosa es estar cerca de la muerte, y otra es regresar de ella. Como dice otro estudioso del tema, Samuel Vaisrub "la resucitación no es la resurrección".
Eso trae a cuento otro punto que llena de desazón a los científicos. La frontera entre la vida y la muerte es absolutamente indeterminada. Con cada vez mayor frecuencia, se habla de que la muerte no es un punto fijo en el tiempo, sino que se trata de un proceso que se alarga y cuya duración nadie está en capacidad de juzgar. Se habla, por ejemplo, de que los hombres decapitados no están instantáneamente muertos, sino en condiciones incompatibles con la vida. No resulta ilógico pensar que en algún futuro, pueda reinstalarse la cabeza sobre los hombros del infortunado y se puedan recobrar los signos vitales. ¿Podría entonces hablarse de un regreso de la muerte?
Para el biólogo Lyall Watson, la muerte no tiene en si ninguna realidad, no es más que una construcción de la mente. La muerte y la vida coexisten en una relación dinámica que evoluciona, y termina cuando la materia en cuestión pierde las consignas que le habían sido impuestas durante esa asociación. Eso explica, por ejemplo, que la piel se renueve constantemente con la expulsión de células muertas, mientras el conjunto del organismo permanece vivo. Cuando se pierde la organización celular, es cuando se puede comenzar a hablar de muerte. Pero, ¿eso cuándo sucede?
Entre lo que se ha llamado la muerte clínica y la muerte absoluta, permanece cierta forma de vida, aunque esa actividad orgánica carezca de sentido para la personalidad que se identificaba con el cuerpo. Cuando se logre establecer un criterio definido sobre ese estado intermedio, se podrá determinar con claridad si lo que se ha dado en llamar experiencias de casi muerte, tiene un verdadero sentido para la apreciación de lo que se antoja como el único testimonio tangible que se tiene sobre la vida después de la vida.
Por lo pronto, el misterio de la vida después de la muerte está aún por desentrañar. Pero "pistas" como la que dejó Beatrice Fuca con su experiencia, permiten pensar que la muerte podria no ser un asunto tan oscuro ni tenebroso. Al fin y al cabo, ese "lugar maravilloso", ese "país bellísimo" del que habló la Fuca, no puede ser peor que la aventura de coger bus en la Carrera Décima de Bogotá.


LA LITERATURA DEL MAS ALLA
Versiones literarias sobre el mundo de los muertos se conocen prácticamente desde el origen mismo de la literatura. Lo que pasa es que suelen pertenecer al género poco de fiar de la ficción pura, o al de la especulación filosófica sin más base seria que -ocasionalmente- la revelación divina. Reportajes sólidos y bien documentados, relatos de fuentes fidedignas, hay pocos. El principal problema estriba en que no suele haber testimonios de primera mano, es decir, testimonios de muertos. Dos libros fundamentales, como son el "Libro de los muertos" tibetano y el egipcio, son recopilaciones hechas por sacerdotes, con todo el riesgo de manipulación que eso implica. Y se trata más bien de manuales de buenos modales para muertos primerizos, de manera que sepan cómo deben comportarse en su nuevo estado: los muertos, según las más respetadas autoridades, pasan casi todo su tiempo ocupados por problemas de etiqueta: quién se sienta primero, y en qué círculo en torno al trono de la Divinidad, qué distancia conviene para saludar, digamos, a Kali, la Devoradora. Lo mismo puede decirse de la "Divina Comedia" del Dante (uno de los más exhaustivos informes que se conocen al respecto: nada menos que cien cantos, en endecasilabos por añadidura), consagrada casi toda ella a establecer con meticulosidad de jefe de protocolo en qué circulo exacto del infierno expían sus faltas o los lujuriosos o los corruptos, y a cuál boca del demonio le corresponde masticar a Judas.
Pero el fallo central de tales obras es, ya se dijo, que son escritas por vivos: Dante o los sacerdotes del gran Amón. Con los textos griegos y latinos sucede lo mismo: no registran testimonios de difuntos que hayan regresado a la vida, sino de vivos que por casualidad han visitado transitoriamente el país de los muertos. Ulises, por ejemplo, habló allí con Aquiles -pero Ulises, como lo reconoce el propio Homero, era un gran embustero. Las distintas versiones que ofrece la literatura cristiana medieval -Dante incluido- tampoco son satisfactorias: huelen a cosa escrita de oídas. Esa isla de Avalon, por ejemplo, a donde iban los caballeros muertos en las leyendas de gesta del ciclo de Arturo, siempre envuelta en lloviznas, en algún lugar de Somersertshire. O el Walhalla germánico, donde los guerreros muertos en batalla eran acogidos por fornidas Walkirias wagnerianas con amplios pechos de mezzo-sopranos. O el paraíso de que habla Mahoma en el Corán, donde los elegidos de Alá cortan eternamente la flor siempre renovada de la virginidad de las huríes. Todo eso, reconozcámoslo sin rodeos, es bastante vago.
Para encontrar detalles, informaciones precisas, datos en el sentido periodístico, o forense, de la palabra, hay que esperar hasta el siglo XIX, y particularmente hasta la publicación del alucinante documento que Edgar Allan Poe tituló "El extraño caso del señor Valdemar". No es el mismo señor Valdemar quien cuenta el cuento pero Poe nos da la versión casi taquigráfica de un testigo presencial, que reproduce las palabras de Valdemar a medida que este, hipnotizado durante su agonía, se adentra en el mundo de la muerte. La narración resulta sin embargo incompleta porque el hipnotizador, compadecido por las súplicas cada vez más urgentes del señor Valdemar, lo deja ir al cabo de pocas semanas. Pero quien regresa del sueño hipnótico no es el señor Valdemar agonizante, sino una masa inmunda de carnes y líquidos en putrefacción.
Eso es, pues, lo más preciso que tenemos, y no es mucho. Otros autores han tratado el tema, pero sin entrar de lleno en él. Tolstoi, en "La muerte de Iván Ilich", se contenta con explorar el desdoblamiento de la agonía, un irse y perderse más propio de la congelación que de la muerte -o de la muerte por congelación, como es el caso. Faulkner, en "Mientras yo agonizo", hace algo parecido. Borges imagina una parálisis unánime de las cosas en el momento culminante de un fusilamiento, para permitirle al condenado atar los cabos sueltos de un problema; pero llegada la muerte, la cosa concluye ahí: el condenado muere, y sanseacabó. Cortázar, en "La noche bocarriba", se evade por el lado de los sueños paralelos: un hombre que va a morir comprende, cuando ya es tarde, que la verdadera realidad es esa en que va a morir, y no el sueño engañoso en que acaba de escapar a la muerte. Carlos Fuentes, en su tendenciosamente titulada "Muerte de Artemio Cruz", narra la vida de Artemio Cruz, no su muerte. Y, naturalmente, toda la literatura de aventuras está llena de falsos muertos muertos que en realidad no han muerto, y por lo general llevan un título nobiliario tan falsificado como su muerte: el preso "Conde de Montecristo" de Alejandro Dumas, el desaparecido "Conde Matías Sandorf" de Julio Verne, el autoexiliado "Lord Jim" de Josep Conrad, el catatónico "Señor de Ballantrae" de Robert Louis Stevenson. De esos hay casi tantos en la literatura como fantasmas: fantasmas silenciosos como el convidado de piedra de Tirso y de Moliere, vengativos como el padre de Hamlet en la obra de Shakespeare, melancólicos como el de Canterville del cuento de Oscar Wilde, aburridos de su existencia y entregados al chisme como los difuntos habitantes de Comala en el "Pedro Páramo" de Juan Rulfo. Pero un fantasma no es lo mismo que un muerto resucitado, como no lo es un preso que reaparece o un catatónico que se despierta (Poe también tiene varios). Y la palabra clave es esa: resurrección.
Los casos de resurrección se pueden contar con los dedos de la mano en la literatura universal. Resurrección verdadera, con muerte previamente certificada. Está el de Lázaro, que narran Los Evangelios. Cuando fueron a resucitarlo, según el testimonio de su hermana Marta, Lázaro ya hedía; y sin embargo se levantó, y anduvo. Pero no contó nada de su experiencia, que se sepa, salvo que se tome en serio la afirmación de José Asunción Silva según la cual al cabo de un par de días, el resucitado vagaba entre las tumbas "envidiando a los muertos". Ni siquiera en la hagiografía cristiana, tan rica en prodigios de realismo mágico, abundan las resurrecciones. Se destaca entre ellas la de la gallina ya desplumada y hervida entre la olla que Santo Domingo de la Calzada resucitó, y abriendo el pico comenzó a cantar, como si fuera un gallo. Pero las conclusiones que se pueden sacar de ahí son tan arbitrarias y especulativas, como las que inspira el nostálgico silencio del Lázaro de Silva.
Hay sin embargo por lo menos, dos casos espectaculares de resurrección en la historia de la literatura. El primero, cronológicamente hablando, es el de Osiris, asesinado y descuartizado por su hermano Set, desenterrado y amorosamente recosido por su hermana y esposa Isis, resurrección que dio origen al riquísimo florecimiento literario de la religión egipcia. El,segundo, naturalmente es la resurrección de Cristo inicialmente registrada en Los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles, y que a partir de esa doble raíz ha servido para edificar obras de ficción tan variadas, como la "Divina Comedia" del ya citado Dante, la "Summa Teológica" de Santo Tomás y los balances de la Caja Vocacional de monseñor Gaitán Mahecha.
Pero eso, que en los tiempos de la fe provocaba ipso facto el surgimiento arrollador de una nueva religión, en los nuestros apenas si da pie para elaborar un artículo de divulgación más o menos científica.

"SENTI QUE ME TIRABA POR LOS PIES"
Uno de los colombianos que ha tenido la experiencia de estar cara a cara con la muerte es el escritor y periodista Próspero Morales Pradilla, autor de una de las novelas más comentadas de los últimos tiempos, "Los pecados de Inés de Hinojosa".
Bajo el manto de la ficción contó sus pasos ante la muerte en el volumen de cuentos que publicó, bajo el nombre de "El ultimo macho", en asocio de su hijo Antonio Morales Riveira.
Morales accedió a comentar su experiencia con SEMANA: "La escena es común. Se trata de la sala de cuidados intensivos de un hospital. Los colores son claros, en la gama del verde pálido. Allí los pacientes, entre los que yo me encontraba, están tan graves que ni siquiera reposan en camas, sino en frías e incómodas camillas. El personal médico se mueve a diestra y siniestra, al parecer según la gravedad de los pacientes. Yo había observado que en esos sitios no existen los timbres con que los pacientes llaman a las enfermeras y eso me había inquietado un poco, así que me armé de una cucharita para hacer ruido en caso de sentirme mal. En la inmovilidad que se experimenta al estar conectado a tubos y agujas, no queda mucho por hacer, por lo que me distraía observando el monitor del electrocardiógrafo, con sus cuatro punticos que, en su sucesión continua, van indicando la actividad del corazón. Al desaparecer el que está más a la derecha, aparece un nuevo a la izquierda y así sucesivamente. Así que yo veía constantemente mis cuatro punticos hasta que, en un cierto momento, ya no vi cuatro sino tres. Al principio pensé que se trataba de un desajuste de la máquina, porque yo no sentía nada especial. Así que no le di mayor importancia y me dispuse a continuar mi rutina pero ahora con tres puntos en la pantalla, cuando caí en cuenta que ya ni siquiera eran tres los puntos, sino dos, y pronto, para mi angustia, ya no había sino uno. Alcancé a golpear a borde de la camilla con mi cuchara, con lo que todos los de bata se arremolinaron a mi alrededor. Lo último que oí fue que un médico le pedía a una enfermera que llamaran a mi familia.
Creo que entonces me dormí, o al menos entré en una especie de sopor en que no sentía dolor alguno. Todo asomo de incomodidad desapareció, me encontré desprovisto de peso y con la sensación de que alguien me tiraba de los pies. Pronto la imagen se convirtió en una especie de túnel oscuro, algo que hoy comparo con la vía de un tren subterráneo o "subway". Empecé a sentir una sensación de velocidad, cada vez más desenfrenada, como si se tratara de una bala en su recorrido por el cañón. Creo que en ese momento deben haber tenido éxito los procedimientos de reanimación que me aplicaron, pues a partir de entonces, no recuerdo nada más. Cuando volví en mí, lo primero que vi fueron los cuatro punticos que habían sido mi punto de referencia con la vida y que, de paso, me habían salvado. Creo que entonces nacimos de nuevo Inés Hinojosa y yo".