Especiales Semana

ZANCADILLA DE LA PERESTROIKA

La invasión a Panamá tiene graves consecuencias politicas al debilitar a Gorbachov y fortalecer a dinosaurios como Castro.

22 de enero de 1990

Las consecuencias de la invasión a Panamá son de todo orden.
Desde las rutinarias, como las protestas en bloque de las cancillerías latinoamericanas y las reuniones de la ONU y la OEA, hasta las originales, como la del Perú, que prácticamente rompió relaciones con los Estados Unidos, y la de la Thatcher que, sin temblarle la voz, se puso incondicionalmente del lado del presidente Bush, en un gesto político de esos que le hacen honor a su apodo de "la dama de hierro".

Pero la nueva version de I took Panama tiene implicaciones mucho más allá de las rutinarias. Es más, tiene implicaciones muy graves. El nuevo escenario mundial que se ha creado alrededor de la perestroika queda puesto en tela de juicio con la acción militar norteamericana. El final de la guerra fría, que era ya casi un hecho, está por ahora suspendido. Todos los detractores de Gorbachov que criticaban sus concesiones unilaterales en materia de desarme, su tolerancia hacia la democratización de Europa oriental y el deshielo de las relaciones con su tradicional enemigo, Estados Unidos, están ahora frotándose las manos de satisfacción y echando mano de la frase "yo se lo dije".

La perestroika se basa en dos cosas: el prestigio de Gorbachov y la buena fe de los Estados Unidos. Con los eventos de la semana pasada, las reglas de juego tienen que cambiar.
Gorbachov ha hecho el ridículo al participar en un "crucero del amor" en Malta hace apenas tres semanas, pues ha acabado en que su nuevo supersocio ha incurrido en un acto de intervencionismo casi unánimemente rechazado. La situación es exactamente igual a la de hace 10 años, cuando los soviéticos invadieron a Afganistán. El presidente Carter se había jugado su prestigio sobre la base de que se podía confiar en los soviéticos. Había firmado el acuerdo Salt II con Brezhnev, acuerdo que fue celebrado por un histórico y efusivo beso, cuya foto le dio la vuelta al mundo. A las pocas semanas, Brezhnev invadió a Afganistán, dejando a Carter en un nivel de ridículo y desprestigio del cual nunca se recuperó. Esto se tradujo en 10 años de carrera armamentista que dejó debilitado a Estados Unidos y quebrada a la URSS.

Gorbachov, a raiz de la invasión de Panamá, se expone a repetir el papel de Carter. Y eso en momentos en que las perspectivas de paz en el mundo se veían más sólidas que nunca. El reconocimiento del fracaso económico y político del estalinismo era la carta con la cual Gorbachov se jugaba su puesto en la historia. Se requería ayudarle y no crearle situaciones embarazosas. Ahora, quienes le decían a Gorbachov que era un ingenuo, quedan crecidos. Fidel Castro, por ejemplo, quien hace apenas ocho días parecía un dinosaurio en extinción, vuelve a recobrar su calidad de profeta. Los sandinistas, tan de capa caída últimamente, han visto cómo sus obsoletos slogans antiyanquis vuelven a adquirir vigencia. Pero las repercusiones no se limitan a este continente. Se extienden hasta Rumania y la China, donde el regreso a la línea dura puede ser presentado como una necesidad.

A primera vista, quitarle piso a Gorbachov puede llegar a ser un error histórico de dimensiones inconmensurables. Como es evidente que los asesores de Bush tenían que haberlo medido, no resulta fácil entender por qué se hizo. Noriega era un estorbo, pero no un peligro. Gorbachov humillado es un peligro. O por lo que le toca hacer o por lo que le toca dejar de hacer. O porque corre el riesgo de que lo tumben para remplazarlo por un hombre de la línea dura. Si la invasión de Panamá se hubiera hecho hace un año, hubiera sido políticamente imposible retirar las tropas soviéticas de Afganistán. Esto sólo da una medida de las implicaciones geopolíticas de cualquier zarpazo de uno de los dos bandos.

Como si esto fuera poco, Estados Unidos tampoco salió fortalecido.
Aunque esta edición se cerró el jueves 21 por las festividades navideñas, al momento de escribir esta crónica la invasión de Panamá se parece más al episodio de Bahía Cochinos que al glorioso "Día D" de la Segunda Guerra Mundial. La captura de Noriega, en la cual se comprometió a 25 mil soldados norteamericanos, acabó en ofrecimiento de un millón de dólares de recompensa. El nuevo presidente, Guillermo Endara, que contaba con la legitimidad de unas elecciones robadas, la ha perdido por el apoyo de los Estados Unidos en una operación inconclusa. Para comenzar, el nuevo presidente es un fantasma, refugiado en los cuarteles gringos, que no ha podido nombrar gabinete ni tiene Fuerzas Armadas que lo secunden. La acción estaba diseñada como una operación relámpago en la cual los marines llegaban, capturaban a Noriega y se iban. Ahora, con Noriega en la clandestinidad, la supuesta liberación de Panamá se convierte en ocupación. Y como la victoria siempre tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana, ya sectores influyentes de los Estados Unidos están sacándole el cuerpo, empezando por el Congreso mismo.

Por ahora, el único beneficio tangible que se desprende de todo esto para el presidente Bush, es el enorme apoyo de la opinión pública norteamericana. Hasta ahora todas las encuestas demuestran niveles de respaldo superiores al 90%, basados en el sentimiento de que la permanencia de un narcotraficante en el poder era una humillación que se estaba prolongando indefinidamente. Sin embargo, queda por verse la evolución de esta situación. No menos humillante que tener a Noriega de presidente es que la potencia militar más grande del mundo no haya podido capturarlo.
En todo caso, lo que sí es evidente es que cualquier beneficio político interno para Estados Unidos es insignificante frente a la dimensión del daño que se ha hecho al proceso de la liquidación total de medio siglo de guerra fría, que el mundo entero venía viviendo con tanto entusiasmo.-