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La reina Isabel: una historia no tan felíz

Este año la monarca británica cumplió 70 años de casada con Felipe, el duque de Edimburgo. Él tiene que caminar dos pasos detrás de ella y nunca ha podido perdonarle no poder heredar su apellido a sus hijos. Esta es su historia de amor.

30 de diciembre de 2017

*Tomado de la edición impresa de Jet-Set

No te mueras antes que yo, al menos no ahora”, le dijo la reina a Felipe al ver que su saludable marido era internado en una clínica por una infección en 2012 en pleno festejo de su jubileo de diamante. Hablaba en broma, la única manera de capotear el temor de verse sin el hombre que ha sido su único amor y compañero de toda la vida.

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Si bien celebran siete décadas de matrimonio, la verdad es que han estado juntos por casi ocho, pues se conocieron en 1939, cuando él era un príncipe griego de 18 años y ella la heredera del rey George VI de Inglaterra, de 13.

El retrato oficial de la pareja en 1958. Ante los problemas, ella sale a caminar con sus perros o se desconecta, mientras que él los encara de frente y exige soluciones inmediatas.

A propósito del aniversario, la prestigiosa cronista de realeza Ingrid Seward en su libro My Husband and I: The Inside Story Of 70 Years of Royal Marriage, destapa intimidades que ha descubierto en decenios de labor.

En sus cerca de 100 visitas de Estado han recorrido el planeta como nadie y conocido pueblos misteriosos como los asaro de Papúa Nueva Guinea, donde Isabel también reina. Allí estuvieron en 1974.

Para Isabel, de 91 años, su marido es la única persona con quien no tiene que ponerse en guardia ni cuidar sus palabras, como se lo exige su delicada posición de jefa de Estado, escribe la editora de Majesty. Él, de 96, también siente que no tiene escapatoria del destino que le tocó asumir a su lado y sabe que ella es su único soporte, sobre todo ahora que muchos de sus amigos han muerto.

Como es costumbre en los hombres de la realeza, Felipe reclama su derecho a tener amantes. Para unos, Isabel lo acepta, mientras que otros afirman que se hace la de la vista gorda.

Isabel entendió que una situación tan peculiar podía volverse insoportable para un hombre competitivo, hiperactivo y obsesionado con su imagen masculina como Felipe, duque de Edimburgo, quien ha tenido que aceptar que su mujer sea la importante y caminar dos pasos detrás de ella.

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La reina, entonces, le ha dejado seguir sus gustos, aun los más extravagantes, como su pasión por los Ovnis. Otra clave del éxito de su matrimonio es haberle permitido ser el jefe del hogar. El duque tampoco cree que les tienen que gustar y hacer las mismas cosas. Él no ama tanto los caballos como ella, quien no aprecia el arte moderno como su esposo. 

Isabel tiene fama de intachable, pero lenguas viperinas le atribuyen un affaire con Lord Porchester, ‘Porchey’, gerente de su caballeriza. No hay pruebas de ello.

Felipe es célebre por su humor irónico y procaz, que toca a veces ciertas sensibilidades, pero tal ha sido a la vez otra fortaleza de la pareja. Seward cuenta que sus desatinos no son obra de la torpeza, sino una manera de hacer reír a la reina, quien tras toda una vida como figura pública y siendo quizá la mujer que más personajes ha conocido, no ha vencido su timidez. Si ella no es una gran conversadora, él es el alma de la fiesta y ese encanto aliviana la situación en sus múltiples visitas a lugares extraños o en sus encuentros con todos aquellos que han sido noticia en casi un siglo de historia.

Se casaron el 20 de noviembre de 1947 en la Abadía de Westminster, en Londres. A la fastuosa boda asistieron representantes de todos los tronos del mundo.

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“Ellos conforman una unidad compacta. Cruzarse con el uno es hacerlo con el otro”, declara en el libro un educador que los conoce. Y hoy, como en aquel primer encuentro con su príncipe azul en Dartmouth en 1939, a la reina todavía le brillan los ojos cuando ve llegar a su esposo, a quien llama “mi fortaleza”.

A Isabel casi no le gusta que la toquen y Felipe tampoco es dado al contacto físico, menos en público. Por eso es curiosa esta foto de los dos en la víspera de Año Nuevo de 2000.

En 1950, los duques de Edimburgo llevaban la vida de una pareja joven y divertida. Durante la gira por Canadá, bailaron sones autóctonos en una fiesta de vaqueros.

La princesa Alexandra de Kent, prima de Isabel y Felipe, era una de las mejores amigas de la reina, pero en los años sesenta el lazo se rompió cuando se supo que había tenido un romance con el consorte.

Banjul, Gambia, 1961. El príncipe le hizo ver a la seria y rígida Isabel el lado divertido de las cosas en medio del estrés que le producían los viajes a países extraños y el asedio de la prensa.