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El joven montañista grabó una serie de videos durante los cinco días que estuvo atrapado.

SUPERVIVENCIA

Al filo de la muerte

Se estrena en Colombia '127 horas', la película que narra cómo el montañista estadounidense Aron Ralston se cortó un brazo con una navaja para salvar su vida.

12 de febrero de 2011

Convencido de que  había llegado su hora, Aron Ralston encendió su videocámara y se despidió de su familia: "Mamá, papá: el tiempo que pasamos juntos fue increíble, los amo, siempre estaré con ustedes". Luego de intentar en vano liberar su brazo derecho de la roca de 500 kilos que lo aprisionaba desde hacía cinco días, cerró los ojos y se imaginó a sí mismo en un futuro sin una mano y hablando con un niño: "En la visión él me preguntaba: 'Papi, ¿podemos jugar ahora'. Su mirada me decía que ese sería mi hijo y que tendría esa experiencia algún día. Y pensé: 'Tengo que salir de acá'". A la mañana siguiente, con una tranquilidad asombrosa, aceptó ante su cámara que la única opción que le quedaba era cortarse el brazo.
 
La improvisada cirugía, hecha con una vieja navaja, le salvó la vida y lo convirtió en un símbolo de resistencia y coraje para millones de personas. Sucedió el jueves primero de mayo de 2003, y la historia le dio la vuelta al mundo desde entonces. Hace cinco años, Ralston publicó un libro en el que narra paso a paso el accidente, y el afamado director británico Danny Boyle (Slumdog Millionaire) se obsesionó con llevarlo al cine. El montañista quería, sin embargo, que fuera un documental con escenas dramatizadas protagonizadas por él mismo. "Le dije a Aron: 'Si te contratamos para que te interpretes, será terrible porque nadie lo creerá' -reveló Boyle a SEMANA-. Es difícil de explicar, pero el poder que obtienes contando historias con actores talentosos es fenomenal y catártico". El joven montañista finalmente accedió a que lo encarnara James Franco (Spider-Man). Boyle, de paso, probó que tenía razón: la cinta, titulada 127 horas, ha sido aplaudida por la crítica en Estados Unidos y Europa, donde se estrenó a finales del año pasado, y hace un par de semanas fue nominada a seis premios Óscar, entre ellos los de Mejor Película y Mejor Actor Protagónico. Ralston quedó tan satisfecho con el resultado que todavía llora cuando ve a Franco en pantalla, pues aunque han pasado ocho años desde el incidente, recuerda todo perfectamente.
 


El sábado 26 de abril de 2003 había llegado al cañón Blue John, cerca del Parque Nacional Canyonlands, al sur de Utah, donde planeaba hacer un descenso en solitario por entre las ranuras de unas rocas gigantes. Además de la cámara de video y la navaja, llevaba en su mochila un arnés, cuerdas, agua, comida y un reproductor de CD. Recorría un desfiladero cuando se le vino encima un derrumbe y su brazo derecho quedó atrapado entre una roca y la pared. Su reacción inmediata fue tratar de empujar la piedra, pero no pudo moverla ni un milímetro. Desesperado, se tomó casi todo el líquido que le quedaba y empezó a gritar como loco aunque sabía que era imposible que alguien lo oyera.

El joven, de 27 años, estaba a 11 kilómetros de la ciudad más cercana y, por si fuera poco, había cometido un grave error: no avisarles a su familia y amigos a dónde se iba de excursión. "Quería buscar aventuras para sentirme vivo y de idiota no le dije a nadie", confesó en uno de los videos que grabó mientras estuvo atrapado. Ralston ya había escalado, solo y en invierno, 45 de los 59 picos más altos de Colorado (cada uno de más de 4.200 metros de altura) y había sobrevivido a una avalancha de nieve que lo sepultó. "Estaba acostumbrado a entornos mucho más agresivos. Así que pensé que visitar este cañón era como ir de paseo al parque".

En 2002, seguro de que no quería pasar el resto de su vida en una oficina, dejó su trabajo como ingeniero en Intel para dedicarse a los deportes extremos y consiguió un puesto en un centro de montañismo de Aspen, Colorado. De pequeño leía los libros sobre alpinismo del escalador y periodista Jon Krakauer, y pensaba que algún día seguiría su ejemplo de viajar por el mundo y conquistar las ocho cumbres.

Pero, por lo pronto, su sueño no iba a hacerse realidad. Estaba solo en medio de la nada con el antebrazo hecho trizas. Minutos después, cuando por fin logró calmarse, tomó conciencia de su situación: tenía que arreglárselas por su cuenta. Como pudo, construyó una polea con las herramientas de su equipaje, para desplazar la piedra. Sin embargo, tampoco le dio resultado, pues ya no le quedaban fuerzas. Entonces lo siguiente que se le vino a la cabeza fue astillar la roca con una navaja, algo aún más difícil. "Me percaté de que necesitaría unas 150 horas para romperla". Con el paso del tiempo se le iban reduciendo sus opciones.

Como le quedaron solo 22 onzas de agua, decidió que tomaría dos cada tres horas, y así aguantaría por lo menos dos días más. Hizo lo mismo con los dos burritos que tenía guardados en la maleta. En las noches envolvía sus piernas con las cuerdas y se ponía los audífonos para protegerse del frío. Sabía que la única manera de escapar era amputándose el brazo, pero trataba de convencerse de lo contrario: "Es una opción suicida. Tardaría unas cuatro horas en llegar a mi camioneta... Tendría que descender 25 metros con un solo brazo, sin contar con la pérdida de sangre y la deshidratación". Así que poco a poco se hizo a la idea de que el cañón iba a ser su tumba. Escribió en la pared con su navaja: "Aron, octubre 75 - abril 03... RIP", y justo cuando ya había perdido todas las esperanzas, la extraña imagen del niño lo llenó de valor.

Según cuenta en su libro, para poder quitarse el brazo primero tuvo que fracturarse los huesos. "Empujé lo más duro que pude para torcerlo y hacer presión sobre el radio. Sonó como un disparo ahogado y me quedé mudo". Luego recordó sus cursos de supervivencia y, tras una incisión profunda, empezó a cortar músculo por músculo, tendón por tendón, con cuidado de no dañar ninguna arteria. "Cuando cogí el cuchillo estaba tranquilo y pensaba: 'Ya no es mi brazo, es basura, no lo quiero, debo deshacerme de él'". Una hora después, ya era libre: "A las 11:32 a.m. del jueves primero de mayo de 2003 nací por segunda vez".

En la película, la escena de la amputación es tan fiel a lo que Ralston describe en su texto que algunas personas se han desmayado en la sala. "No es algo fácil de ver y no debe serlo, de otra forma sería un truco. Es bastante intenso para algunos, pero para la mayoría es algo extraordinario que lleva a la euforia -dice Boyle-. Es un momento de éxtasis que muestra una vida que te están regresando cuando pensaste que hasta ahí habías llegado. Todo el mundo puede identificarse con eso".

Terminado el procedimiento, Ralston improvisó un torniquete para no desangrarse por el desierto y recorrió ocho kilómetros hasta que una pareja de holandeses lo auxilió. Las autoridades, alertadas por la mamá del montañista, encontraron su carro abandonado en el cañón y por eso había un grupo de rescatistas sobrevolando la zona. Cuando los paramédicos descendieron del helicóptero, Ralston seguía de pie y lúcido a pesar de que había perdido 18 kilos y casi dos litros de sangre.

El joven tuvo que someterse a cinco cirugías reconstructivas para poder usar una prótesis. Seis meses después del accidente, regresó al cañón a esparcir las cenizas de su brazo sobre la inscripción lapidaria. Su espíritu aventurero se mantuvo intacto, pues en poco tiempo conquistó los picos más altos de Colorado y hoy cuenta en las conferencias que dicta por el mundo que se siente mejor montañista que antes del suceso: "En cierto sentido fue bueno que me pasara eso porque me hizo pensar sobre la forma en que estaba viviendo". Y la visión que terminó por salvarle la vida se hizo realidad: Ralston se casó en 2009 y hace un año se convirtió en papá de un niño, al que bautizó Leo.