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La familia maldita

Se estrena próximamente la película ‘All the Money in the World’. Cuenta el secuestro del nieto de John Paul Getty, el hombre más rico del mundo, quien solo aceptó pagar el rescate después de que le enviaron la oreja de su heredero.

17 de febrero de 2018

No se puede tener todo en la vida, y la historia de John Paul Getty lo prueba. El titán petrolero aprovechó el talento en los negocios que cultivó desde sus 11 años para construir un emporio, que lo hizo el hombre más rico de la tierra en los años setenta, con una fortuna mayor a 2.000 millones de dólares. Pero fue lo único que tuvo y lo único que dejó. Getty quiso forjar una dinastía como otras legendarias en Estados Unidos, los Rockefeller, los Hearst o los Vanderbilt, pero el hielo que le corría por las venas y sus impulsos mujeriegos le impidieron cohesionar su clan. Así, las vidas de sus esposas, hijos (que jamás vivieron juntos) y nietos quedaron atomizadas y manchadas por las tragedias, la drogadicción y la codicia.

Getty creía que era posible “atragantarse con una cuchara de plata”, es decir, que la riqueza podía afectar a los suyos, y con esa avaricia marcó a su familia. Muchos biógrafos consideran que la fortuna maldijo a sus descendientes, entre ellos Josh Pearson, autor de Painfully Rich: The Outrageous Fortunes and Misfortunes of the Heirs Of J. Paul Getty, libro que inspiró al director británico Ridley Scott para realizar su película All the Money in the World. Otros consideran que los descendientes de Getty, sus 5 hijos y 14 nietos, sucumbieron a su propia codicia y escasa determinación, cualidades que el patriarca tenía de sobra, pero jamás supo transmitir por su personalidad distante y fría.

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Precisamente, uno de sus 14 nietos protagonizó uno de los episodios más crueles y dicientes de su historia familiar. En 1973, cuando una sonada crisis petrolera sirvió los intereses de la Getty Oil Company y elevaron la fortuna del magnate a 2.000 millones de dólares, unos mafiosos secuestraron en Italia a su nieto John Paul Getty III, hijo del díscolo y drogadicto John Paul Getty II y de Abigail Harris.

Por su apellido, el joven de 16 años no pasaba desapercibido en Roma, donde vivía. Expulsado de varios colegios, asumió un estilo de vida bohemio y fiestero. Por su fama, vestimenta y largos rizos rubios, la prensa lo llamaba “el ‘hippie’ dorado”. Como su padre, Getty III tenía debilidad por las drogas, y pasaba el tiempo pintando en compañía de artistas y consumiendo sustancias. Por eso, no fue difícil para los secuestradores dar con su paradero. La noche del 10 de julio de 1973 un auto lo siguió y se estacionó a su lado. Un hombre le preguntó quién era, y cuando respondió varios lo metieron a la fuerza a una van, lo amordazaron y se lo llevaron a las montañas calabresas, a varias horas de la capital.

Los criminales no podían imaginar que ni el muchacho ni su madre tenían acceso a la vasta fortuna de la familia tras el divorcio del padre en 1968. Por eso, cuando le enviaron a ella un collage de letras recortadas con el que le pedían 17 millones de dólares, imaginaban que lo más difícil de la operación ya había pasado. Para reforzar la idea, Abigail Harris recibió además una carta de puño y letra del joven, en la que le pedía responder pronto y no llamar a la Policía: “Querida mamá. Desde el lunes caí en manos de secuestradores. No dejes que me asesinen. Si das mucha espera, es muy peligroso para mí. Te quiero, Paul”.

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Harris apeló a su exesposo, pero este venía de unos años deprimentes por la sobredosis mortal de su segunda mujer, Talitha Pol, en 1971. Además de la depresión, muchos lo culparon de la muerte, y Paul II estaba deshecho a tal nivel que su exesposa terminó consolándolo por teléfono. Cerrada esa salida, a Gail no le quedó más alternativa que acudir al abuelo, el Getty mayor, quien no le contestó, a pesar de que sabía lo que pasaba.

Con su lógica calculadora, el patriarca dijo a los medios de comunicación: “No creo en pagarles a secuestradores. Tengo 14 nietos, y si pago un dólar ahora, tendré 14 nietos secuestrados”. El viejo magnate alcanzó a pensar, como las autoridades y la prensa en Italia, que el joven había montado el secuestro para sacarle dinero. En ese momento, John Paul Getty ya vivía en Sutton Place, su mansión en Inglaterra, en la cual instaló una cabina telefónica para evitar que los visitantes aprovecharan sus visitas para llamar a familiares. Enfrentado al secuestro de su nieto, Getty no habló con su hijo John Paul II, pues lo consideraba un hombre perdido. Y aunque hubiera podido pagar el rescate con plata de bolsillo, David Scarpa, guionista de la película, asegura que se opuso, pues “mientras más ganaba, más adicto se volvía al dinero”. Además, Getty no miraba con buenos ojos el estilo de vida de su nieto, a quien consideraba igual a su hijo descarriado.

El hombre más rico del mundo asumió una actitud que desconcertó a los criminales, que, hasta ese momento, tenían a su nieto entre una cueva y otros parajes, pero lo trataban con respeto: le habían ofrecido una radio, comida y la posibilidad de bañarse siempre y cuando les hiciera caso en todo.

Pero con el paso de los días la impaciencia comenzó a apoderarse de ellos. Según un recuento en Vanity Fair, varios de los captores vendieron su parte del secuestro a terceros, como si se tratara de acciones de bolsa, y los compradores endurecieron las condiciones para asegurarse el pago. Le quitaron la radio, mataron a un pajarito con el que Paul se distraía y hasta jugaron ruleta rusa en la cabeza del cautivo. Pero lo peor estaba por venir. Una mañana, apenas se levantó, sus secuestradores le ofrecieron brandi. Paul supo que algo pasaba, y pronto supo qué. Le dieron un pañuelo para morder y luego sintió que alguien le agarró su oreja con dos dedos y se la cortó con un movimiento firme. Cinquanta, como se hacía llamar el captor que entablaba conversaciones con Abigail Harris, le avisó a qué atenerse. Por eso, ella ya sabía lo que la esperaba cuando un paquete llegó a la redacción del diario Il Messaggero de Roma tres semanas después, con la oreja de su hijo en el interior.

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El patriarca, que había contratado al exagente de la CIA Fletcher Chase para averiguar qué pasaba en Italia y que se dejó desinformar por sus erráticas investigaciones, cedió ante la oreja. Pero, fiel a su estilo, regateó el valor del rescate. Por medio de varios intermediarios, entre ellos un abogado que había trabajado con el FBI, logró acordar un monto de 3,2 millones de dólares. Se comprometió a dar 2,2 millones, el valor que sus asesores habían fijado como límite para hacerlo deducible de impuestos, y para completar la faena, le prestó a su hijo Paul II un millón de dólares, que le cobró con un interés anual del 4 por ciento.

Luego de varias pujas para definir la forma de pago, Harris y Chase siguieron instrucciones precisas y casi dementes para realizarlo. El 15 de diciembre de 1973, John Paul Getty III regresó a los brazos de su madre, quien le sugirió llamar a su abuelo para agradecerle y de paso felicitarlo, pues era su cumpleaños. Pero este no le pasó al teléfono.