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Bajo la dirección de Laura Mejía, que ocupa el cargo desde hace poco más de un año, la escuela inauguró un nuevo programa para el oficio textil. | Foto: Daniel Reina

EDUCACIÓN

Amor a la artesanía colombiana

La Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo se ha dedicado a rescatar los oficios artesanales que se estaban acabando.

13 de julio de 2013

En Colombia hay grandes fundaciones que prestan importantes servicios de responsabilidad social que todo el mundo reconoce y admira. Sin embargo, hay algunas entidades menos conocidas que discretamente logran significativas ejecutorias de naturaleza filantrópica. 

Es el caso de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo que, sin mucho ruido, se dedica a preservar y promover los valores ancestrales de los artesanos colombianos. Para ello rescata las técnicas del trabajo en madera, platería, cuero y bordado que no solo mantienen vigentes las enseñanzas de antaño, sino que las convierten en una manera de crear empresa en el país. 

La proliferación de productos autóctonos, de talleres y de participantes en eventos como Expoartesanías que han surgido de la escuela demuestran que las tradiciones artesanales conservan un nicho relevante en los mercados tanto nacional como internacional. 

No en vano Laura Mejía, la actual directora de la escuela, insiste en que “Colombia es un país de oficios y el sector artesanal es una fuente de desarrollo importante”. Por eso, y para seguir fortaleciendo el sector, desde el año pasado están trabajando en un nuevo programa académico y hace pocos días inauguraron sus cursos en la labor textil. 

La escuela, ubicada en el centro de Bogotá, se camufla entre las demás construcciones coloniales y hasta podría pasar inadvertida, pues es una isla de tranquilidad en medio del ruido permanente de los alrededores de la Plaza de Bolívar. Pero muchos se interesan precisamente por eso y una vez atraviesan sus puertas, iguales a las de cualquier negocio sobre la calle décima, entran a un mundo totalmente distinto al que se vive fuera. 

Las instalaciones constan de tres enormes casas restauradas por el arquitecto Luis Restrepo y aún conservan piezas originales de la época como una piscina del siglo XVI que perteneció a un virrey y una fuente del XVII. 

Las casas ya reformadas albergan espacios para maestros, estudiantes y funcionarios administrativos, como jardines, salones adaptados y dotados para cada curso, cafetería, biblioteca, oficinas e incluso almacén donde se venden los productos de los maestros y alumnos más destacados. También hay un almacén de materiales e insumos, pues la escuela brinda la mejor materia prima para que todos realicen el producto de mejor calidad posible.

Semejantes espacios acogen a los más de 850 alumnos. Sin embargo, por supuesto, no siempre fue así. La Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo se originó por una preocupación de doña Beatrice Dávila de Santo Domingo por la posible pérdida de las técnicas manuales que históricamente habían constituido la artesanía colombiana. 

Conocimientos que datan desde la época precolombina y que se habían transmitido de generación en generación estaban siendo reemplazados por las realidades tecnológicas des siglo XX. No obstante, la conclusión era que ninguna máquina podía reemplazar la finura del trabajo manual.

La copiloto de ese proyecto, y actual presidenta de la junta, ha sido doña Poli Mallarino, que desde hace varios años se destaca en el mundo del diseño de interiores y quien desde su galería Deimos ha rescatado y exhibido trabajos manuales excepcionales. Las dos amigas le plantearon su inquietud a la entonces primera dama Ana Milena Muñoz de Gaviria y a la directora de Artesanías de Colombia, Cecilia Duque. 

Ellas manifestaron de inmediato su entusiasmo con la iniciativa y se comprometieron con la causa. Después de un estudio que midió la necesidad real de artesanos en el país, la Fundación Santo Domingo respaldó la idea, así que en 1994 se firmó la escritura de constitución de la escuela y al año siguiente abrió sus puertas con la primera casa y el programa de madera. 

Dado el éxito inicial, fue creciendo poco a  poco hasta convertirse en lo que es hoy, tras casi dos décadas de existencia. “La escuela se crea para preservar los oficios. No solo se estaban acabando los carpinteros, sino los marroquineros, los plateros y las bordadoras”, explica Laura Mejía. Así que pronto incluyeron el oficio del cuero, la plata y el bordado. 

Muchos otros destacan la labor de la organización, pues coinciden con que las artes manuales se estaban extinguiendo. “Aunque a mí me llamaron de la escuela hace 11 años para enseñar, dije que no porque ninguno de nosotros quería dar a conocer lo que tanto esfuerzo nos había costado aprender. Sin embargo, me di cuenta de que la platería se iba a acabar con mi generación”, contó a SEMANA César Cárdenas, platero experto en cincelado y maestro de la escuela hace ocho años.

Y la verdad es que el hecho de que maestros como Cárdenas hayan decidido compartir su conocimiento ha permitido que la técnica se divulgue, se perfeccione y que personas como Fernando Abondano, de 17 años, se interesen de nuevo en el oficio. “La platería es una buena puerta de entrada al mundo de los metales porque puedo aplicar las técnicas a otras cosas, como la herrería. Además, en últimas, me permitirá montar mi propia empresa”, dijo el joven a esta revista. 

La diversidad de alumnos de la escuela es impresionante. Así como hay chicos recién graduados del colegio que buscan en los oficios una alternativa a la educación formal, también hay estudiantes universitarios, especialmente de artes plásticas o diseño, que quieren complementar sus carreras. De igual manera hay personas pensionadas que buscan usar su tiempo en algo tanto útil como entretenido, o artesanos de regiones alejadas del país que quieren pulir su técnica. 

Es el caso de Luis Aspriella, oriundo del Chocó. Aunque ha sido duro dejar su tierra, él sabe que cuenta con el respaldo de la escuela. “Nosotros financiamos alrededor del 70 por ciento de la educación de todos nuestros alumnos”, explica Mejía. Y lo hacen sin distinción alguna, pues el interés primordial es preservar la joya cultural de las artesanías. Para eso, como dice la directora: “Quien quiera venir a estudiar, lo puede hacer”. 

Ese sistema, sumado al hecho de que el modelo pedagógico imprime un sello de calidad y excelencia, hace que la escuela produzca artistas de la talla de Alexandra Agudelo, cuyo nombre se ha convertido en una reconocida marca de sus propios diseños. 

Pero no solo las actividades académicas atraen a estudiantes, docentes o simples curiosos. La casa misma se ha convertido no solo en un taller de aprendizaje, sino en una vitrina del talento artesanal colombiano. Por eso sorprende que maneje tan bajo perfil. Razón no le falta a la directora cuando entre risas dice: “Es el secreto mejor guardado del país”.