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Sir Ernest Shackleton tenía 40 años cuando sobrevivió en su intento por cruzar a pie el Polo Sur. Murió ocho años después en una nueva expedición. | Foto: A.F.P.

AVENTURA

Querer atravesar la Antártida a pie: el más épico de los fracasos

Hace 100 años, el hielo del Polo Sur destruyó el barco del británico Ernest Shackleton. La expedición fracasó, pero convirtió en héroes a los 28 sobrevivientes.

5 de diciembre de 2015

"Se necesitan hombres para un viaje peligroso. El sueldo es bajo, el frío brutal, habrá meses largos de oscuridad, peligro constante, y el regreso a salvo está en duda. En caso de éxito, habrá honor y reconocimiento”, decía el anuncio que el aventurero británico Ernest Shackleton publicó en los diarios de su país en los primeros meses de 1914. La franqueza siempre marcó a este explorador con sueños de gloria que quería dejar su nombre escrito en la historia.

Cinco años atrás, en 1909, el explorador había abandonado su intento de conquistar el Polo Sur por falta de víveres. Los navegantes noruegos aprovecharon y lo vencieron en esa gesta, pues planearon mejor las cosas e incluyeron perros en la expedición. Shackleton, obsesionado con el polo, no dudó en regresar. Se propuso ser el primero en cruzar el inhóspito territorio a pie, una misión ambiciosa que muchos, entre ellos Winston Churchill, el primer lord del almirantazgo, veían como un capricho. Por eso le costó decenas de visitas convencer a acaudalados londinenses de financiar la causa, que exigía tener una embarcación fuerte, una tripulación numerosa y muchísimas provisiones.

Más de 5.000 hombres, entre marineros, graduados de Oxford, científicos, médicos, cocineros y carpinteros atendieron el llamado, pero solo escogió a 27 de ellos. Y si bien estallaba la Primera Guerra Mundial y Shackleton ofreció su embarcación para esta causa, en el gobierno lo instaron a seguir con su travesía. Tras siete meses de preparación, el Jefe, como le llamaban, y sus tripulantes estaban ad portas de una experiencia que los marcaría por siempre. Con ellos también zarparon 69 perros huskies canadienses.

El aventurero bautizó el barco Endurance por el lema familiar “By Endurance We Conquer”, que traduce “Por la resistencia, conquistamos”. En las islas Georgias del Sur, el último lugar habitado que verían, Shackleton supo que el hielo era impredecible y que su gesta podía complicarse, pero echarse para atrás sin ver con sus ojos la situación no iba con su carácter. Según el plan pactado, navegarían hasta la costa y desde allí con un equipo de cinco personas cruzarían 1.500 kilómetros del helado territorio a pie.

El Endurance se acercaba al sitio designado por el mar de Weddell. Las aguas del océano dibujaban paisajes increíbles, y apenas tuvieron contacto con el hielo resultaba emocionante abrirse paso entre las placas. Pero la situación llegó a su límite el 14 de febrero de 1915. Ese día, en palabras del meteorólogo Leonard Hussey, “la temperatura cayó a 20 bajo cero, y el mar se congeló alrededor nuestro”. El barco quedó atrapado por el hielo y configuró lo que el escritor Alfred Lansing, que inmortalizó la expedición, llamó La prisión blanca.

La naturaleza se había expresado en su contra una vez más, pero Shackleton enfrentó la situación con enorme calma y optimismo. En un momento en que las diferencias entre los miembros de su tripulación se intensificaban, se enfocó en hacerles entender que eran un equipo y dependían los unos de los otros. Los puso a todos al mismo nivel, a limpiar pisos y a tratar de abrirle camino a la embarcación con picas y palas.

Los inútiles esfuerzos golpearon la moral de la tripulación, que en horas aciagas se entretenía con la compañía de los perros, con un improvisado juego de fútbol en el hielo, con escuchar música en un gramófono y con un alocado concurso en el que jugaban a cortarse el pelo. Todas esas actividades les servían para no pensar en lo inevitable. Desde mayo de 1915 el hielo se sentía con más fuerza, chocaba con la madera del bote. Y, finalmente, en agosto sucedió lo que todos esperaban: la madre naturaleza y sus fuerzas hicieron de las suyas. El lema rezaba que “lo que el hielo atrapa, en el hielo se queda” y el Endurance no fue la excepción. El 21 de noviembre, la embarcación se destruyó. Los hombres trataron de rescatar lo esencial, incluidos 120 negativos tomados por el fotógrafo australiano Frank Hurley, una parte de la caldera que luego usaron de horno y madera para construir refugios.

Los hombres, marineros en su mayoría, no tenían inconvenientes para soportar varios meses en un barco. Pero forzados a vivir en un hielo inestable empezaron a quebrarse emocionalmente y Shackleton cambió su enfoque. Su fracaso no sería devastador si lograba mantener la moral de sus hombres y, sobre todo, si los devolvía con vida a sus hogares. Por eso Shackleton tomó decisiones drásticas para sobrevivir: mandó matar a los perros y ordenó racionar los alimentos al extremo.

Las temperaturas descendían a 40 grados bajo cero mientras los hombres cargaban tres de los cuatros botes salvavidas, de una tonelada cada uno, con sus pies clavados en la nieve y hielo hasta las rodillas. En medio de las condiciones infrahumanas, el escocés Harry McNish, carpintero de la expedición, intentó rebelarse contra el jefe y casi provoca un motín con el argumento de que el naufragio del Endurance había marcado el fin de su liderazgo. Shackleton elevó su voz, reafirmó su optimismo, prometió mantener los salarios y la vida de todos, y retuvo el control. Y si sus palabras no hubieran pesado, Shackleton no hubiera dudado en matar al escocés.

El hielo siguió jugando a la ruleta rusa con los 28 hombres del Endurance. Se derritió y los forzó a navegar en los botes. La mente brillante del capitán Frank Worsley guió la navegación gracias a unos dibujos de referencia. La meta era llegar a isla Decepción a unos 100 kilómetros de distancia, pero las lluvias furiosas y el sonido de las ballenas asesinas pintaban una escena de terror interminable. Tras cinco meses en el hielo y siete días en los botes, necesitaban pisar tierra firme y apuntaron a isla Elefante. Cada nuevo paso era más peligroso, más extremo, más frío.

Isla Elefante, como el resto de las paradas polares, estaba llena de peligros y era un pésimo lugar para rescatarlos. Los hombres pisaron tierra cuando estaban ya casi al borde de la locura. Uno de los marinos tomó un hacha y no se calmó hasta matar diez focas para saciar el hambre. Era tierra firme, pero hostil y llevó a Shackleton a jugársela por una partida de rescate que desde allá navegara en un salvavidas unos 1.300 kilómetros hasta las islas Georgias del Sur. El jefe escogió a dos hombres y con ellos, en un bote reforzado por el arrepentido McNish y su ingenio, se jugaron su suerte en altamar con la promesa de volver por los restantes. Era el 22 de abril de 1916.

Milagrosamente, los tres hombres sortearon las enormes olas y el feroz clima. Navegaron de nuevo guiados por la maestría de Worsley y sobrevivieron. Llegaron a las Georgias del Sur luego de 16 días en altamar, pero no pudieron respirar tranquilos hasta no atravesar la isla y llegar al lado donde estaban los balleneros.

Tres veces intentaron rescatar a la tripulación sin éxito. El gobierno chileno jugó un papel importante, prestó un mejor bote y al cuarto intento lograron dar con isla Elefante y con cada uno de los 25 hombres, todavía con vida, de la expedición. Shackleton y sus hombres habían fallado en su travesía inicial, pero, luego de estar cara a cara con la muerte varias veces, lograron que el optimismo, a veces inexplicable, de su guía y jefe prevaleciera, demostrando que, definitivamente, por resistencia se puede y se debe sobrevivir.