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AQUELLOS OJOS VERDES

Aparecen las memorias de Lauren Bacall, inseparable compañera de Bogart, y mucho más.

20 de julio de 1987


"Lauren Bacall por sí misma", se titula el libro. Y los cinéfilos se precipitan, babeante la quijada: "¡A ver qué dice de Bogart!". Porque los cinéfilos, que suelen ir en contravía de la sensibilidad de los demás seres humanos, están persuadidos de que la importancia de Lauren Bacall en la historia del cine, y, más generalmente hablando, de la imagen contemporánea, consiste en haber sido durante once años la mujer de Humphrey Bogart, y a continuación su viuda--bastante consolable. Es al revés: la importancia de Bogart consiste en haber sido durante once años, y hasta su muerte, el marido de Lauren Bacall.

Los cinéfilos cuentan, por ejemplo, que cuando Bogart murió de un cáncer en el esófago, en 1957, "Lauren Bacall cansada, sintió un olor nuevo en la habitación, un olor que durante los días anteriores se había resistido a aceptar: el olor de la descomposición". Y añaden que "durante los treinta años siguientes ese olor de la estrella más popular que Hollywood tenía entonces no ha podido ser olvidado". Se equivocan. Los demás seres humanos, con todo el respeto que nos merecen las curiosas obsesiones olfativas de los cinéfilos, consideramos que lo que menos importa de Lauren Bacall es el olor de Bogart. Es mucho más memorable el suyo propio: un olor a sensualidad contenida, retenida, perversa: ese olor de las ostras en su concha, que no es olor a mar, pero es el mar. Pero, de todos modos, el olor "registra" mal en el cine. Por eso lo más memorable de Lauren Bacall, y es eso lo que hay que buscar en su autobiografía, son tres cosas: su boca, su voz y su mirada.

De Lauren Bacall viene--en el cine--la boca larga y carnosa. Antes de ella imperaba o bien la boca carnosa pero breve--digamos Mary Pick- ford--o larga pero fina--digamos Greta Garbo--. Y en todo caso, simétrica. Es la asimetría de la boca de Lauren Bacall, con su considerable desviación hacia la izquierda, la que constituyó una verdadera novedad en la historia de la cinematografía, muy imitada luego tanto por actrices como por actores. El primero en copiarla fue, precisamente, Bogart, aunque los cinéfilos, en su ceguera, afirmen lo contrario.

La voz. Una voz grave, ronca, insolente, sensual. Entre los cinéfilos existen dos versiones al respecto, ambas equivocadas. Una asegura que (¿es necesario decirlo?) era la voz de Bogart antes del cáncer del esófago. Otra, más erudita, sostiene que esa voz fue invención de Howard Hawks, el director y productor de "Tener y no tener", la película que lanzó a Lauren Bacall al estrellato en 1944, en compañía de (¿es necesario decirlo?) Humphrey Bogart. En su libro, la propia Lauren Bacall disipa ambos infundios: "Uno no puede adquirir una voz diferente a la natural. Se tiene o no se tiene. Howard (Hawks) quería que fuera insolente con los hombres y me entrenaba a ratos, me daba instrucciones: pero la voz era completamente mía".

La mirada, en fin. Quienes no recuerdan la voz de Lauren Bacall, ni su boca, recuerdan sin embargo su mirada. Una mirada honda, preñada por igual de promesa y de amenaza, de placer o de castración, lanzada desde abajo, filosa como un naipe de tahúr.
Para volver a encontrar algo semejante en el cine ha sido necesario esperar a que llegara a la pantalla la mirada de Charlotte Rampling. Pero sólo ahora, y gracias al libro, los cinéfilos han tenido que rendirse a la evidencia de que la mirada de Lauren Bacall no era, como ellos creían (¿es necesario decirlo?), la mirada de Bogart, sino la suya propia. Ella misma lo cuenta: era tan tímida y tenía tanto miedo que la única forma de afrontar el ojo escrutador y frío de las cámaras consistía en hundir hasta el fondo las manos en los bolsillos, lo cual le hacía subir los hombros y retraer el cuello, como un halcón o una cobra.

El libro de la Bacall, fuera de las revelaciones ya mencionadas sobre su voz y su mirada, contiene también otras sobre (¿es necesario decirlo?) Humphrey Bogart, que tienen muy dolidos a los cinéfilos. Según ellos, no hubiera debido hacerlas, porque pinta a su ídolo como "un hombre machista, dominante, inseguro, nervioso, chapado a la antigua, que consideraba que el lugar de la mujer está en la cocina". La verdad es que hay que ser tan ciego como un cinéfilo para sorprenderse por tales informaciones, y hasta para considerarlas una revelación. Porque a Bogart se le notaba todo eso en las películas.