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El actor interpreta al matemático británico Alan Turing, quien jugó un rol clave y muy poco vitoreado en el triunfo de los aliados contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Su final fue trágico.

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Benedict Cumberbatch, estrella en ascenso

El británico lidera la carrera por el Oscar después de cautivar al público del Festival de Cine de Toronto.

20 de septiembre de 2014

Apesar de todas las miradas que recibe y de la atención creciente que suscita, Benedict Cumberbatch no se toma en serio. En la alfombra roja de los premios Oscar 2014, a los que asistió como parte del elenco de la película 12 años de esclavitud, se atrevió a meterse en una foto que se tomaban los miembros del grupo U2 y sus acompañantes y lo gozó como nadie. En la entrega de 2015, él será el candidato y más bien alguien intentará meterse en su foto.

Pero si algo demostró su sonrisa en el reciente Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF, por su sigla en inglés) es que poco le importa. No ha dejado de divertirse, y junto al elenco de la película The Imitation Game (El juego de la imitación), con la cual se llevó el premio del público, el actor va en una cabalgata de éxitos camino a la ceremonia de los premios Oscar en Los Ángeles en febrero próximo.
El londinense Cumberbatch, de 38 años, lleva la actuación en la sangre. Sus padres son actores reconocidos y aunque trataron de disuadirlo de seguir sus pasos les fue imposible. Su inclinación artística lo llevó a actuar desde joven y a alternar esta actividad con la pintura en óleo, con preferencia por los formatos grandes. Tras pasar un año en el Tíbet, estudió Drama en Mánchester y su talento fue tan evidente que cuando concluyó su formación ya tenía un agente.

El inquieto británico se caracteriza por tomar parte en numerosos y muy variados proyectos, nunca se detiene, y en la multiplicidad de roles que ha sumado despliega su cualidad camaleónica. Owen Gleiberman, crítico de la BBC, asegura que “como actor, Cumberbatch puede hacerlo casi todo, pero incluso después de interpretar a un espía de LeCarré, a un dueño de esclavos, a un villano de Star Trek y a Julian Assange, puede que jamás haya tenido un papel que se le ajuste con la perfección emocional de Alan Turing”.

En efecto, The Imitation Game explora horas oscuras de la Segunda Guerra Mundial cuando la carrera por descifrar los códigos secretos de comunicaciones del Tercer Reich era una cuestión de vida o muerte. Cumberbatch interpreta al matemático Alan Turing, líder del equipo que descifró el código Enigma  mientras luchaba por ocultar su homosexualidad, una inclinación considerada criminal en la época. Sobre el personaje, afirmó en su rueda de prensa en Toronto: “Quiero que su historia se conozca mucho más porque ronda en la cultura inglesa, en Bletchley Park (donde se trabajó en descifrar el código), pero hay mucho de esta historia que impacta a las personas”. 

Para alguien con estatus en alza se demuestra humilde: “Nunca se puede alcanzar la perfección en lo que hacemos”, afirma, “aspirar a la perfección es inalcanzable, y esa lucha por lo inalcanzable es donde está la magia”. La magia del británico se expande tanto, que ya se ha consolidado un club de fans que se hace llamar las Cumberbitches.

Pese a su creciente notoriedad y su imponente presencia, Cumberbatch mantiene su vida privada tan cerrada como la fama se lo permite. Solo hace días se supo quién era su novia, la también actriz Sophie Hunter, que encaja en el molde que había descrito de su novia perfecta, “una mujer que sepa que no tiene que producirse para lucir bien”.

Su rol de Sherlock Holmes en televisión le valió a Cumberbatch un premio Emmy en agosto. El momento cristalizó un secreto a voces: ya era una estrella. Ahora, ratificado como tal en Hollywood, busca el Oscar pero no se mantiene estático; ya firmó para volver al teatro en Londres y asumir un rol de elite: Hamlet en el teatro Barbican. Según el diario The Guardian, desde que se confirmó su presencia y los tiquetes salieron a la venta, no ha habido boleta más codiciada, pues opacó actos masivos como el tour de Beyoncé y su marido Jay Z. El actor, como su personaje, descifró el código de la fama y llegó para quedarse.