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Jane Goodall, quien hoy tiene 76 años, aparece a la derecha junto a su primer esposo, el fotógrafo Hugo van Lawick.

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Bodas de oro en la selva

Hace 50 años Jane Goodall decidió dedicar su vida al estudio de los chimpancés y se internó en la selva africana. Sus descubrimientos cambiaron la forma de entender a estos animales y de paso al ser humano.

3 de julio de 2010

A los 76 años, la etnóloga inglesa Jane Goodall parece una estrella de rock. Viaja por el mundo 300 días al año, convoca grandes multitudes y es admirada por niños y jóvenes. Sus investigaciones sobre la relación entre humanos y primates sentaron un paradigma en la biología, y gracias a su agudeza para observar los fenómenos del mundo natural hoy se sabe que algunos de los comportamientos de los hombres fueron heredados.

Hoy, cinco décadas después de su llegada a la selva, sus ideas revolucionarias le han valido innumerables reconocimientos. Ha publicado varios libros y se han hecho películas sobre su experiencia en el continente africano. Cuenta con 35 doctorados honoris causa y un Premio Príncipe de Asturias. Es mensajera de Paz de la ONU y ostenta el título de Dama del Imperio Británico. Además, ha sido imagen publicitaria de varios productos, incluso de la cadena de televisión HBO, y sus descubrimientos le han merecido un lugar privilegiado en la historia de la evolución humana.

Aunque pareciera que estaba destinada a ser una gran científica, su llegada a la selva ocurrió por casualidad. Cuando joven tomó un curso para ser secretaria y, aunque desde pequeña cultivó su amor por los chimpancés, nunca pensó en dedicarse a los animales. Era fan del doctor Dolittle y todavía recuerda el día en que su mamá la llevó a ver por primera vez la película de Tarzán. Solo en 1957 su vida dio un vuelco gracias a que una amiga de la infancia la invitó a Kenia de vacaciones. Fue allí donde conoció al afamado antropólogo Louis Leakey, quien le propuso trabajar a su lado.

En esa época los estudios se hacían con primates en cautiverio y Leakey quería que alguien se adentrara en la selva para observarlos en su hábitat natural. El objetivo era determinar si existía algún vínculo entre chimpancés y humanos. Jane era la persona indicada para el trabajo, pues encajaba en el perfil: Leakey buscaba a alguien que nunca hubiera pisado una universidad y que quisiera recorrer África. No lo pensó ni un minuto y el 14 de julio de 1960, con 26 años, viajó a las selvas de Gombe, en Tanganika, hoy Tanzania, en compañía de su mamá, debido a que a las autoridades de ese país les parecía inconcebible que una joven blanca se internara sola en la selva.

Al principio, la tarea no fue nada fácil. La situación de orden público era tensa, pues en el vecino país del Congo había acabado de estallar la guerra civil y miles de personas buscaban refugio en Tanzania. No había a dónde ir y esto obligó a Jane y a su mamá a armar su tienda de campaña en una prisión. Paradójicamente este era el único lugar seguro. Para rematar, a las dos les dio malaria, y cuando por fin la joven pudo trabajar en la zona, los animales se alejaban cada vez que la veían. Durante varias semanas los observó e identificó a través de unos binoculares. Solo después de un tiempo pudo ganarse su confianza y convertirse en una más de ellos, al punto que en alguna ocasión se definió a sí misma como un "chimpancé blanco".

David Greybeard (Barba Gris), un macho adulto, fue el primero de la manada en darle el visto bueno. Una mañana Jane lo descubrió sacando termitas de un agujero con una rama, para luego comérselas. Eso significaba que los humanos no eran los únicos seres capaces de usar herramientas, como se creía hasta entonces. Sin duda era un hallazgo revolucionario, y cuando Leakey recibió el telegrama con la noticia, sentenció: "Ahora habrá que redefinir al hombre o aceptar que los chimpancés son como nosotros".

Lo más asombroso es que, según Jane, estas criaturas tenían diferentes personalidades. Se ayudaban mutuamente y defendían su territorio a como diera lugar. Sus rasgos y emociones no distaban mucho de los humanos. De allí que Jane le pusiera nombre a cada mono, lo que en su momento enfureció a la comunidad científica. "No imaginaba etiquetarlos con números".

A muchos académicos les parecía inaceptable que se encariñara con los animales. Creían que nublaba su juicio e interfería con su trabajo. Cuando por ejemplo murió Flo, una madre chimpancé, su hijo Flint también falleció al poco tiempo, según Jane, de pena moral. Los expertos desmintieron su teoría y establecieron que se debió a una infección. Para evitar controversias de ese tipo, Leakey le ayudó a Jane a ingresar a la Universidad de Cambridge, donde recibió un doctorado en Etología en 1965, a pesar de no haber hecho ningún estudio previo.

La investigadora siempre supo que sus apreciaciones respecto a los chimpancés eran correctas, pero a la vez tenía claro que necesitaba el diploma para ganarse el respeto de sus colegas. Ese mismo año fundó un centro de investigación en Gombe y poco después creó el Instituto Jane Goodall para la Conservación de los Chimpancés.

Hoy visita África con menor frecuencia, a diferencia de lo que sucedía años atrás. Dicta conferencias a las nuevas generaciones sobre la importancia de cuidar el medio ambiente y recauda fondos en pro de esta causa. Atrás quedaron las épocas de joven aventurera, pero todavía muchos colegas la consideran un referente. Como dijo a SEMANA Richard Wrangham, profesor de la Universidad de Harvard y antiguo alumno de Jane, "con su persistencia demostró que valía la pena estudiar en detalle a los chimpancés". Ella lo sabe mejor que nadie. No en vano, como lo dijo alguna vez, "estas criaturas le dieron sentido a mi vida". Y Jane ayudó a que el mundo entendiera el valor de estos animales, que son más parecidos a los humanos de lo que muchos creen.