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| Foto: A.F.P.

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Bruce Lee: el Dragón eterno regresa

Casi 50 años después de su muerte, el MoMA de Nueva York proyecta sus películas restauradas en alta definición. El legado de Lee trasciende las patadas y el entretenimiento.

4 de febrero de 2017

En 1970 Bruce Lee recibió un diagnóstico devastador. Luego de una lesión severa en la espalda, que sufrió mientras alzaba pesas, los médicos consideraban altamente probable que no volviera a lanzar una patada. Pero fiel a su filosofía de adaptarse a las circunstancias (de “ser como el agua”), asumió la recuperación con su rigor característico. El hombre más inquieto del planeta pasó seis meses en cama leyendo y ahondando en los postulados de Krishnamurti y otros autores, que enfatizaban en la necesidad de buscar soluciones en el interior. Así regresó más fuerte y más rápido que nunca. Por eso cuando sus seguidores resaltan su legado filosófico se apoyan en una verdad incontestable: fue el ejemplo vivo de sus propias lecciones. Una vez recuperado y de vuelta al set, acuñó en un medallón que usaba con frecuencia la frase: “No tener ningún camino como camino; no tener ninguna limitación como limitación”.

Entonces de 30 años, Lee confiaba plenamente en las capacidades que había afinado en décadas de entrenamiento, combate y observación. Desde cuando empezó su camino en Hong Kong a los 13 años con su maestro Ip Man y adoptó el estilo wing chun de Kung Fu, las artes marciales lo absorbieron. Con dedicación obsesiva perfeccionó esa manera de combatir económica, directa, menos espectacular que otras en busca de una efectividad casi matemática. En su adolescencia, cuando en las calles de Hong Kong pululaban pandilleros, hampones y jóvenes aprendices de las artes marciales, se le consideraba un ‘peleador callejero científico’, encarador, encantador y, para muchos, arrogante. Se dice que tras vencer al hijo de un mafioso, en una de muchas peleas que tenían lugar en tejados para evitar a la Policía, sus padres lo enviaron de vuelta a Estados Unidos antes de graduarse. Aprovechando su nacionalidad estadounidense, querían alejarlo de problemas en las calles.

Nunca estático, empezó a enseñar artes marciales en San Francisco y Los Ángeles, y después en Seattle, donde fue a estudiar Filosofía. Allí acuñó la doctrina jeet kune do (el camino del puño interceptor), de la cual siempre pregonaba que no se la debía tomar como un simple estilo o método, pues no creía en estos.

La vitrina

Durante las distintas etapas de su vida Lee alimentó su propia leyenda en las pantallas, una faceta que lo llevó a millones de hogares alrededor del mundo y cimentó su leyenda. Apareció por primera vez en una película en 1940, cuando ni siquiera gateaba. De niño y adolescente en Hong Kong, gracias a la influencia de su padre, un reconocido actor de cine y de ópera, apareció en más de 20 producciones. Luego, de 18 años, cuando regresó a Estados Unidos, consiguió papeles en series de televisión como El avispón verde y Batman, gracias a su talento notable y la influencia de varios pupilos famosos, como los actores Steve McQueen y James Coburn y el basquetbolista Kareem Abdul-Jabbar.

Pero aún estaba lejos de alcanzar el estatus de superestrella. Para esto tomó decisiones radicales, pues, a pesar de varios intentos por liderar proyectos en Estados Unidos, parecía atado a papeles secundarios por su ascendencia y apariencia. Según su mujer y viuda, Linda Lee Cadwell, Bruce tuvo la idea de realizar la serie de televisión Kung Fu, y aspiraba a protagonizarla, pero los productores creyeron riesgoso contratarlo pues no era un hombre blanco y esto afectaría la taquilla. El exitoso programa hizo famoso a David Carradine.

Tras ese amargo episodio, y luego de rechazar ofertas que apelaban a estereotipos que no quería perpetuar, Lee –casado y con dos hijos– regresó a Hong Kong en 1971 para probar suerte donde su rostro no resultaba extraño. Si Hollywood no lo aceptaba de frente, entraría de costado. La estrategia funcionó. Llevó a The Big Boss (1971), una producción de bajo presupuesto, a romper récords de taquillas. Ese éxito dio pie a una segunda película, Fist of Fury (1972), y luego a The Way of the Dragon (1972), que además dirigió y en la que incluyó a su amigo Chuck Norris. Ese ritmo arrollador despertó un gran interés en Hollywood, que se materializó en 1973 cuando Enter the Dragon (Operación Dragón) se convirtió en la primera coproducción entre Hong Kong y Hollywood de la historia.

Sus veloces movimientos, puños cortos y contundentes, su manejo del nunchaku y su presencia en pantalla, de baja estatura, físico prodigioso y movimientos de bailarín, desataron una fiebre global de artes marciales en el cine que, hasta hoy, aprovechan actores como Jackie Chan. Pero tristemente para sus fanáticos, su carrera y su vida terminaron abruptamente el 20 de julio de 1973, cuando murió tras una reacción adversa a un analgésico que tomó para calmar sus recurrentes dolores de espalda.

Bruce no pudo ver la respuesta del público a la que es considerada su mejor película, y más triste aún, no pudo culminar el rodaje de Game of Death, una cinta destinada a ser su magnum opus, que luego terminó el director Robert Clouse con el pietaje que Lee grabó antes de morir y un doble para reemplazarlo en algunas escenas. La gran visión de Lee no se materializó, pero esa cinta deja momentos memorables como el combate final que sostiene con el gigante Abdul-Jabbar. También la imagen de Lee peleando en una icónica sudadera amarilla que luego Quentin Tarantino retomaría a manera de homenaje en Kill Bill.

La semana pasada, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) rindió un homenaje al hombre y a su huella en el séptimo arte. Estrenó las versiones restauradas de todas sus cintas en el estudio italiano L’Immagine Ritrovata, en la más alta definición (4K). El hecho es relevante pues, como cuenta La Frances Hui, curadora de la muestra, “mucha gente vio a Lee en televisión, en VHS, o en pantallas de computador. Pero esta figura que trasciende se debe disfrutar en la pantalla grande y en común. La restauración permite vivir las películas como se sintieron hace más de 40 años, claras, coloridas y en gran formato”. No se debe descartar que en un futuro próximo estas cintas lleguen a Colombia.

Bruce Lee creó la figura de ‘héroe de acción’ con sustancia filosófica, capaz de pelear con una técnica propia y una velocidad impresionante, pero también de filosofar sobre el combate, sus razones, motivaciones y la manera de asumir sus diferentes resultados. Como el periodista Charles Russo, autor de Bruce Lee and the Dawn of Martial Arts in America, le dijo a SEMANA: “A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Bruce se mantiene relevante en este siglo y toca a la gente de maneras distintas. Su legado es multidimensional, pues atrapó a algunos con su dinámica presencia, a otros con su manera de derribar estereotipos despectivos asiáticos, chinos, de todas las minorías y de todo ser humano marginado”.

También, en una era marcada por las divisiones, Bruce Lee unifica. Para la muestra, el pueblo de Mostar, Bosnia, destruido por las divisiones étnicas y religiosas que decidió emplazar una estatua de Lee en 2005. En él, encontró un héroe de infancia común a todos, sin importar su credo, y una figura justa que lucha contra la corrupción, el mal y la ignorancia.