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Caballero de las letras

Con la muerte de Eduardo Caballero Calderón, el país perdió el último de sus escritores puramente costumbristas.

10 de mayo de 1993

CUANDO SE CONOCIO LA NOTlCIA DE LA muerte de Eduardo Caballero Calderón, todos los colombianos recordaron cuando pasaron por el colegio. Obras como "Siervo sin tierra" y "El Cristo de espaldas" han sido lectura obligada de varias generaciones desde hace un par de décadas. Por eso, de alguna manera, todos sintieron que se había ido uno de sus grandes maestros. Pero su muerte no enlutó exclusivamente a los intelectuales colombianos. Se dice que Caballero Calderón es, hoy por hoy, más leído en países como España que en el suyo propio.
Había nacido un 6 de marzo, como Gabriel García Márquez. Y como él, se había dejado tentar por el periodismo. A los 16 años se vinculó a El Tiempo como reportero de planta y realizó una carrera meteórica en el campo de las noticias que lo llevó incluso a figurar en varias oportunidades como director encargado de ese diario. Con su seudónimo de Swann, adoptado en homenaje al escritor Marcel Proust, armó y desarmó la realidad del país con un estilo irónico y ameno.
Aunque había abandonado la literatura hacía algún tiempo, Caballero conservó su columna en El Espectador hasta el día en que asesinaron a Guillermo Cano. Ese día, como protesta, decidió sumirse definitivamente en la lectura, una afición de la que dan fe los siete mil volúmenes que copan las paredes de su casa.
En los últimos años nada apreció tanto como su privacidad. Empezaba a pasarle revista a su biblioteca a las cuatro de la mañana, se apoltronaba en su viejo sillón de cuero con un libro en la mano, y las horas se le iban entre las páginas de los clásicos y los tres vasos de whisky que tomaba religiosamente todos los días. A tal punto le molestaba que lo interrumpieran en esta rutina, que había decidido recibir visitas exclusivamente los jueves, y sólo de su familia y de sus amigos íntimos.
Esta actitud no dejaba de llamar la atención entre quienes lo conocían, pues al fin y al cabo había sido un hombre público. Caballero Calderón llegó incluso a fundar junto con Eduardo Carranza y Rafael Guizado la Unión Nacional Revolucionaria, un partido político que fracasó muy pronto, pero que le dejó el gusto por el poder. Un tiempo después fue precisamente él quien lanzó la candidatura presidencial de Jorge Eliécer Gaitán, con un discurso en el Hotel Granada. También fue diplomático ante el gobierno de Francisco Franco y ante la Unesco, y representante a la Cámara por el Partido Liberal.
Pero sin duda nada pesó tanto en su vida como la hacienda de sus años de infancia, Tipacoque, a la que convirtió no sólo en literatura sino también en un nuevo municipio, del cual fue su primer alcalde. De este terruño boyacense brotaron sus mejores páginas y sus mayores sueños, los mismos que no morirán a pesar de que su autor haya desaparecido.