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CAMBIO DE HABITOS

Luego de una vida de drogas, robos y alcohol, el paisa Pablo María Díez se hizo monje en Estados Unidos, donde dicen que hace milagros. Gerardo Reyes estuvo en su ordenación.

12 de mayo de 1997

En el centrodel altar mayor, bajo un chorro de luz matinal que se colaba por entre los vitrales de la iglesia de cemento prensado, Pablo María se arrodilló para recibir un hábito que alguna vez fue amarillo. "Yo, hermano Pablo María Díez, prometo mi castidad, mi fidelidad a la vida monástica y mi obediencia hasta la muerte de acuerdo con la Regla de San Benito", dijo postrado a los pies de su abad Bernard Johnson.
Tan pronto como asomaron por el cuello su cabeza rapada y la barba gris y sus manos salieron de las mangas del hábito, Pablo María fue declarado monje trapense. Las notas de un órgano y las voces gregorianas de una veintena de monjes sonaron en los rincones del monasterio de nuestra Señora del Espíritu Santo, una apacible abadía escondida en las colinas de Conyers, Georgia, a pocos kilómetros de un lugar donde una campesina gringa dice que la Virgen se le aparece todos los 13 de cada mes.
Años atrás, Pablo María había tenido otros hábitos: robó ropa en Nueva York, se enredó con amistades peligrosas, era drogadicto, alcohólico y adicto al sexo, gastaba miles de dólares en ropa y zapatos en el exclusivo centro comercial de Bal Harbour, se vestía los viernes como Pedro Navajas, invitaba a sus novias a Hawai y Europa en fines de semana y andaba en los mejores carros deportivos del año por las calles de Miami Beach.
Ahora, frente a una multitud que llenó temprano la iglesia, este paisa de 47 años, bautizado Jorge Raúl Díez en un pueblito antioqueño, se ponía un nuevo hábito que lo consagraba como un hijo pródigo de San Benito. La solemne profesión, como se conoce el rito, podría haber pasado como una más en el monasterio si no fuera porque casi todas las 300 personas, que habían llegado de varias partes de Estados Unidos y de Suramérica exclusivamente para verlo, consideran que Pablo María es un santo moderno.
Una mujer cubana que lloraba de emoción en una de las sillas de la iglesia dijo a SEMANA que el monje la curó de un cáncer en el ovario, otra aseguró que la salvó de un tumor maligno en el seno, un norteamericano con cola de caballo y una chaqueta de Harley Davidson, sentado en la tercera fila de la iglesia, juró que fue Pablo María quien lo salvó de una vida suicida.
Y frente al altar mayor, vestido de saco y corbata, un personaje que casi todos los asistentes conocían, dio, con su presencia, otro sorprendente testimonio del extraño magnetismo del monje paisa. Era Jorge Mas Canosa, el político cubano americano más poderoso e influyente de Estados Unidos, promotor de la famosa ley Helms-Burton que recrudeció el embargo comercial contra Cuba. Mas Canosa llevó el cáliz al altar, un gesto que puso en conocimiento público una discretísima amistad de por lo menos dos años entre el líder anticastrista y el monje. Es poco lo que se sabe de esa amistad, pero algunos sostienen que Mas Canosa tiene problemas de salud que lo han llevado a buscar el poder de las oraciones de Pablo María.
"A la persona que más admiro políticamente es a Jorge Mas Canosa", dijo Pablo María a SEMANA cuando se le preguntó por esa relación. "Es un hombre de oración, un hombre que ama a su pueblo, un hombre bueno, de una gran tolerancia".

La fiesta del siglo
Con unas palabras chapuceadas en español, el abad dio por terminada la ceremonia y, al salir por el pasillo central de la iglesia en procesión, invitó a los asistentes a un frugal almuerzo que sería el comienzo de un celebración sin antecedentes en la historia de más de medio siglo del monasterio. En un sótano oscuro y frío del santuario, tres mariachis que viajaron desde Miami pagados por Mas Canosa, empezaron a interpretar las notas destempladas de la Gota fría mientras que Pablo María repartía abrazos y bendiciones de sanación, algunas de las cuales resultaban en desmayos repentinos de los dolientes.
En un momento en que pudo escabullirse de los abrazos y las fotografías el monje bailó con una de sus seguidoras espirituales, y cuando terminó el vallenato dijo: "Les voy a pedir que canten una que es de mi época mala, pero quiero escucharla de nuevo". "Diga usted no más hermano", le dijo el mariachi. "Toquen por favor 'El Rey", dijo Pablo María. Y con el sombrero de uno de los músicos en su cabeza el monje cantó toda la ranchera.De alguna manera Pablo María fue siempre el rey. Desde sus 16 años, cuando dejó su casa de Medellín para irse a aventurar a Europa, consiguió todo lo que se propuso. "Yo era un hombre muy violento, recuerda, con muchas iras. Era controlador, manipulador, la gente tenía que hacer lo que yo quisiera".
Es el mayor de 11 hermanos. Su padre, José, quien fue el chef de cocina durante 25 años del Club Campestre de Medellín, murió de un infarto. Su madre, Fabiola, que se dedicaba a cuidar la familia, falleció en 1984 cuando Díez ya estaba pensando en cambiar sus zapatos Gucci por las sandalias trapenses.
Díez llegó a Francia a principio de los años 70 .Viajó por varios países y cuando se le acabaron los ahorros se dedicó a conquistar mujeres maduras que lo mantuvieran. "Yo era un gigolo", dijo. "Me gustaban las mujeres de más de 55 años, y era sexy, los adictos al sexo tenemos un espíritu de seducción muy fuerte, es lo que llamo 'romantic intrigue".
Cuando la intriga romántica no le dio más dividendos en Europa, Díez viajó a Nueva York a buscar otra que lo mantuviera. Pocos saben qué hizo en Nueva York. A SEMANA le dijo que se había dedicado a cometer "muchos negocios ilícitos", pero el único del que quiso hablar fue el del robo de abrigos finos en centros comerciales como integrante de una banda conocida como 'Los Mecheros'. Con el dinero vino el alcohol y con el alcohol la droga. Díez relató que fue arrestado en Nueva York por un delito que no quiso describir y a los dos meses fue liberado.
A finales de los años 70 dejó Nueva York y se instaló en un lujoso apartamento en Miami. Se premió las manos con anillos de oro y diamantes de Mayor's y se compró esos atuendos extrafalarios que los diseñadores hacen pensando en lo bacanes de barrio. "Aprendí con el programa de televisión Rich and Famous a educarme y a saber comer con aristocracia, recibí clases de cómo vestirme bien para tapar mi colombian look y aprendí a disfrutar el dinero de un forma burguesa".
Su ex chofer, Pedro Cejas, un cubano bonachón, recuerda que Díez viajaba a Hawai con la misma facilidad con que cambiaba de automóviles de lujo. "En cada salida se gastaba como 8.000 dolares y cada vez que entraba a una tienda de ropa, de perfumes o zapatos la cuenta no bajaba de 2.000", dijo Cejas.
Su vida bohemia terminó la madrugada del 30 de marzo de 1980 cuando despertó con los primeros rayos del sol y se dio cuenta que estaba en calzoncillos en una playa de Miami Beach. "Tuve una laguna mental, toqué un fondo muy fuerte, me habían atracado, me quitaron parte de la ropa y cuando reaccioné me sentí tan ofendido y tan triste que yo dije 'Dios mío yo quiero salirme de esto".
Tocó a las puertas de varios grupos religiosos de Miami donde fue recibido y en pocos años se convirtió en un líder carismático que cautivaba la atención de su gente. Con el producto de la venta de algunos de sus anillos pagó la matrícula de la carrera de dependencia química en la Universidad de Miami, donde se graduó de consejero.

Conversión en las alturas
Unas señoras devotas de la Virgen que lo trataban como a un sobrino rebelde lo invitaron en 1989 a Medjugorge, un pueblo en Bosnia-Herzegovina, donde se dice que apareció la Virgen María en 1981 a unos campesinos de la región. Pero Calvin Klein parecía ejercer todavía en su vida una influencia más poderosa que el Espíritu Santo, pues con la excusa de salir a dar una vuelta se escapó a la cercana ciudad de Mostar, donde se gastó 500 dólares en un par de zapatos y una chaqueta de cuero.
Lo que ocurrió después no se sabe a ciencia cierta y se ha convertido en un misterioso capítulo de la leyenda del monje. Dicen que luego de una discusión por su escapada infantil, Pablo María salió en la madrugada a caminar hasta que se extravió y llegó a la cima de la montaña donde se apareció la Virgen. Con su cuerpo temblando y extenuado se arrodilló llorando e imploró a la Virgen su perdón hasta el amanecer. Al regresar se perdió de nuevo pero unos campesinos le indicaron el camino a la ciudad. Dicen que cuando Díez se volteo para agradecerles habían desaparecido. "Eran ángeles", dijo uno de sus amigos cubanos a SEMANA.
Diez dice sencillamente que ese día sintió que Dios lo había tocado. Varios amigos del monje sostienen que al regreso del viaje a la antigua Yugoslavia Díez empezó a dar muestras de algunas facultades extraordinarias, como la de transmitir una poderosa energía a personas que se sentían enfermas. Un sábado de oración Díez tomó la decisión de seguir el camino hacia la reclusión perpetua. Sin contárselo a muchos empezó a regalar y a vender sus cosas. Y pidió entrar en la abadía, donde lo aceptaron a pesar de su pasado. "Llegó de rodillas", recuerda el abad Johnson a SEMANA. "Dios ha visto su humildad y lo ha bendecido".
Se hizo llamar Pablo, por la conversión de Pablo, y María por su fe en la Virgen. En los primeros meses de reclusión casi se muere. Su cuerpo adiposo, acostumbrado al chicharrón, a la arepa, tenía que conformarse con una ración de vegetales y una sopa fría. Pero sobrevivió.
Sus amigos carismáticos, los alcohólicos y drogadictos con quienes se recuperó, se convirtieron en asiduos visitantes del monasterio. De boca en boca se fue pasando la voz de que en un convento de Georgia, cerca del lugar donde se aparece la Virgen a una campesina gringa, vive un monje colombiano de pequeña estatura que ya tiene dones de santo. "Ven a Jesús que vive en mí", dice Pablo María cuando se le pregunta si él cree que es un santo: "Jesús es quien se santifica en mí. El es el que obra milagros".