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Francesco Schettino, el cobarde del Costa Concordia.

NAUFRAGIO

¡Cobardes!

El escándalo del abandono del capitán del crucero Costa Concordia recuerda la tragedia del Titanic, en la cual el propietario del barco también se fugó y dejó tirados a los pasajeros.

21 de enero de 2012

Cuando el crucero Costa Concordia chocó contra unas rocas cerca de la isla italiana de Giglio, a la mayoría de sobrevivientes lo primero que se les vino a la cabeza fueron las imágenes de la película Titanic. No era para menos. En abril de este año, el famoso trasatlántico cumple un siglo de haberse hundido y, por eso, muchos llegaron a pensar que la historia se estaba repitiendo. Aparte de las fechas, la coincidencia más sorprendente es que Francesco Schettino, el capitán del Concordia, abandonó el buque mientras los pasajeros todavía seguían a bordo, al igual que J. Bruce Ismay, el presidente de White Star Line -la empresa armadora del Titanic-, quien terminó convertido en uno de los hombres más odiados de la época.

Schettino trató de ocultar su error hasta que una conversación con el guardacostas demostró que se había negado a regresar al barco para seguir coordinando el rescate: —Oiga, Schettino, hay personas atrapadas. Vaya con su lancha por debajo de la proa. Hay una escalera, súbase y me dice cuántas personas quedan. ¿Está claro? —le dijo el oficial de puerto al comandante—.

—Pero, ¿se da cuenta de que está oscuro y no se ve nada?

—¿Y qué quiere, irse para su casa porque está oscuro? ¡Suba y me cuenta qué se puede hacer, cuántas personas hay y qué necesitan! ¡Ahora! —pero el capitán no siguió las instrucciones y se quedó en la isla mientras más de 4.000 turistas trataban de salir del Concordia, lo que contribuyó a que las autoridades lo acusaran de homicidio culposo y abandono de la nave, un delito incomprensible para los marinos.

Según contó a la Fiscalía, Schettino quería navegar cerca de Giglio para que el jefe del comedor saludara a su familia. No en vano tenía la fama de manejar el crucero de 114.000 toneladas como si fuera un Ferrari. Y para explicar su abandono de la nave dio una versión aún más absurda, pues aseguró que, cuando estaba ayudando a los pasajeros, tropezó y casualmente cayó en un bote salvavidas. Hoy Schettino se encuentra bajo arresto domiciliario.

Si bien la magnitud del desastre no se compara con la del Titanic (al cierre de esta edición las autoridades habían recuperado 11 cuerpos, mientras que en 1912 murieron más de 1.500 personas), la historia de Ismay guarda un parecido asombroso con la de Schettino. Precisamente, la escritora Frances Wilson acaba de publicar el libro How to Survive the Titanic, en el que evidencia cómo la reputación del empresario británico se vino a pique la noche en que el trasatlántico, que había partido de Southampton hacia Nueva York, chocó contra un iceberg.

La versión que Ismay siempre sostuvo ante las autoridades que investigaron el accidente es que se había subido al último bote salvavidas después de ayudar a que las mujeres y los niños evacuaran y de asegurarse de que no quedara nadie en la cubierta. Sin embargo, pocos le creyeron, no solo porque en el buque todavía había gente, sino porque algunos sobrevivientes manifestaron haber visto al empresario luchar contra la multitud para abordar el primer bote.

Su papel como presidente de White Star Line, entonces propiedad del banquero J. P. Morgan, tampoco estuvo exento de polémica. Cuando los periódicos lo llamaron cobarde, Ismay aseguró que había viajado en condición de pasajero y no de tripulante. Ese argumento no convenció a nadie, pues poco después tuvo que admitir que él no había pagado el tiquete y, además, empezaron a ventilarse detalles acerca de la influencia que ejercía sobre las decisiones del capitán Edward Smith, quien, por lo demás, sí se hundió con su barco. Al parecer, Smith le dijo que bajaría la velocidad debido a las constantes advertencias de icebergs, pero Ismay lo desautorizó porque su meta era cruzar el Atlántico en tiempo récord. Ese episodio inspiró una escena de la película de James Cameron: "La prensa sabe el tamaño del barco. Quiero asombrarlos -le insiste el empresario al capitán-. El viaje inaugural debe estar en los titulares".

Esa ambición también lo había llevado a aprobar solo 20 botes salvavidas para 2.200 pasajeros, cuando en realidad el Titanic podía cargar el doble. Al final, únicamente se salvaron 700 personas. Ismay estaba seguro de que el buque era insumergible y, por eso, mientras se hundía en las profundidades del océano, no volteó a mirar. Según afirmó durante uno de los interrogatorios, no quería ver cómo su obra más costosa desaparecía en cuestión de segundos.

Desde entonces, el brillante hombre de negocios lamentó haber pisado tierra firme. "Al señor Ismay solo le importa él -publicó un diario estadounidense-. Está intacto ante una de las tragedias más terribles. Deja que su barco se hunda sin siquiera levantar la vista. Se arrastra con vergüenza por su propio bien". Como explicó a SEMANA Andrew Wilson, autor de Shadow of the Titanic: The Extraordinary Stories of Those Who Survived, aunque la justicia no condenó a Ismay, el naufragio lo persiguió el resto de su vida: "Cuando regresó a Londres trató de pasar inadvertido. Prefería la compañía de los vagabundos en los parques públicos, viajaba en tren con las persianas cerradas y borró la palabra 'Titanic' de su vocabulario".

En el caso del capitán italiano, su calvario también está lejos de terminar. La semana pasada la empresa dueña del Concordia lo retiró del cargo y, de ser declarado culpable, Schettino podría pagar 15 años de cárcel. En la prensa italiana su nombre es blanco de burlas e incluso algunos medios ya lo consideran uno de los hombres más impopulares de este siglo: "Hemos tenido dos meses para recuperar nuestro honor ante los ojos del mundo -asegura un editorial de La Stampa con referencia al exprimer ministro Silvio Berlusconi, quien renunció en noviembre en medio de escándalos por sus bacanales-. Dos meses para olvidar lo peor de nosotros: la superficialidad, la negligencia, los excesos y la irresponsabilidad. Y luego, con solo un codazo en el timón, el capitán Schettino ha hundido nuestra reputación internacional, junto con su nave".