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Durante varios años, Rubik odió su invento porque lo arrastró a un mundo de reconocimiento que no quería. Hoy, sin embargo, ya se reconcilió con él.

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Creativo, tímido y estuvo cansado de su invento: así es el creador del cubo Rubik

Erno Rubik inventó el cubo que lleva su nombre un día de aburrimiento, pero lo odió por un tiempo cuando lo convirtió en una celebridad. En su autobiografía cuenta los detalles del juguete más vendido del mundo.

10 de octubre de 2020

El cubo Rubik nació por casualidad una tarde de 1974 en Budapest, Hungría. El profesor de arquitectura Erno Rubik, de 29 años, estaba jugando a inventar figuras con los materiales que tenía en su cuarto. Solía hacer cubos de madera e intentaba darles funcionalidades. Era su pasatiempo favorito por la materia que dictaba en la Universidad de Tecnología y Economía de Budapest: geometría descriptiva.

Ese día, y “de la nada”, se le ocurrió tomar ocho cubos pequeños y unirlos en una sola estructura en la que pudieran intercambiar lugares. Fracasó varias veces, pero por fin pudo armar lo que deseaba. Giró un poco las piezas y luego, para identificar los movimientos que hacía, decidió pintar las seis caras del cubo, cada una de diferente color. No obstante, después de hacer unos cuantos giros, se dio cuenta de que tenía el cubo como un salpicón multicolor y que iba a ser muy difícil devolverlo a la posición original.

Se llevó su cubo multicolor a la universidad, porque le servía para explicarles a los estudiantes el tema de las formas tridimensionales en geometría. En sus tiempos libres intentaba devolverlo a su estado original, como si fuera un acertijo: le tomó casi un mes lograrlo. En ese momento se dio cuenta de que podía tener un exitoso juego de destreza mental en sus manos, y con ayuda de su papá, un ingeniero aeronáutico que diseñaba planeadores, lo registró en la oficina de patentes de Hungría con el nombre cubo mágico.

Una juguetería local fabricó los primeros 5.000 en 1977 y al poco tiempo ya eran un éxito. Dos años después habían vendido 300.000.

El cubo es tan popular que existe una asociación mundial encargada de organizar competencias. Hay personas que lo resuelven en menos de 10 segundos.

Esa historia aparece en Cubed, un libro lanzado el mes pasado en el que Erno habla de su invento y cuenta cómo le cambió la vida. Él, un hombre tímido, amante de los acertijos y enemigo de ser el centro de atención, terminó arrastrado por su invento, convertido en un elemento esencial de la cultura popular y en uno de los juguetes más vendidos de la historia (más de 350 millones de unidades).

Hoy, de hecho, hay competencias mundiales para ver quién lo resuelve más rápido, y no hay país del planeta en el que no lo conozcan. Mientras tanto, él ha seguido al margen y trata de mantener un bajo perfil. “El éxito es como una fiebre, y la fiebre alta puede ser muy peligrosa porque distorsiona la realidad”, escribe.

El cubo dio su verdadero salto a la fama en 1979, cuando un comerciante lo descubrió por casualidad en una cafetería. Se contactó con él y lo llevó a una feria de juguetes en Núremberg. La empresa norteamericana Ideal Toy se interesó y firmaron un contrato, no sin antes cambiarle el nombre por cubo Rubik. Las ventas fueron impresionantes.

Sin embargo, las regalías no eran tan altas y por un tiempo vivió de su sueldo de profesor. Pero en Hungría las malas lenguas decían que era uno de los hombres más ricos del país y que había perdido todo en malas inversiones. Esa clase de atención lo fue hartando y al final terminó cansado de su propio invento.

Mientras el cubo vivía un descenso debido a las copias piratas a mediados de los años ochenta, Erno intentó seguir con su vida y fundó su propia empresa de diseño en Hungría. Inventó dos nuevos juguetes (la serpiente y el enredo Rubik), pero ninguno llegó lejos.

En los años noventa la fama del cubo regresó, impulsada por nuevas generaciones de entusiastas. A Erno le tomó un poco más de tiempo reconciliarse con su creación; no obstante, hoy ya lo hizo del todo. Por eso, luego de escribir el libro, se ha dedicado a estudiarlo a fondo una vez más. “Estoy seguro de que hay utilidades aún no descubiertas, y las estoy encontrando”, dice.