Home

Gente

Artículo

DIEZ AÑOS DESPUES

El hijo de uno de los primeros mártires de la guerra contra los carteles volvió al país después de varios años.

23 de mayo de 1994

EL TIEMPO PASA, Y ESE NIÑO DE ROSTRO adolorido que vieron todos los colombianos en el entierro de Rodrigo Lara Bonilla, su padre, hace una década, ha cambiado. Se ha convertido en un hombre que cumplirá próximamente los 19 años y terminará el bachillerato en junio, en París, donde actualmente reside con su madre y sus dos hermanos.
Desde aquel funesto 30 de abril de 1984, Rodrigo Lara Restrepo ha viajado por el mundo. Estuvo primero en Madrid, luego en Berna y posteriormente en Londres, de donde salió hace un año para irse a vivir a la capital francesa. A Colombia viene muy de vez en cuando y lo hace para visitar a sus familiares.
Es un joven amable, con gran facilidad de expresión. Sus rasgos físicos son muy similares a los de Rodrigo Lara Bonilla, de quien también heredó el temperamento decidido, y los conceptos rotundos, explícitos.
A pesar de que le gusta la política, no ha resuelto dedicarse a ella. Sin embargo, opina con propiedad y desparpajo sobre los asuntos de interés nacional. Para él, casi todo lo que muestra públicamente la clase dirigente es pura politiquería. Y buena parte del mecanismo de sometimiento a la justicia, por parte de los narcotraficantes, anda mal. Le parece que el Estado ha hecho demasiadas concesiones a los narcotraficantes, porque ellos lo ablandaron.
Por lo pronto, piensa estudiar Ciencias Políticas, Relaciones Internacionales, Derecho o Sociología, pero aún no ha decidido si lo va a hacer en alguna universidad colombiana o en el London School of Economics. Lo ùnico que tiene claro es que si hay algún sitio donde le gustaría poner en práctica lo que aprenda, es su propio paìs.
Al contrario de lo que muchos podrían pensar, la muerte de Pablo Escobar Gaviria, el hombre que lo dejó huérfano, no lo alegró. Le hizo sentir alivio "porque con ella la consecuencia lógica era la reducción del terrorismo y de los asesinatos".
Su vida en París no difiere mucho de la de cualquier otro muchacho de su edad. Se divierte leyendo, bailando o simplemente caminando por las calles de la ciudad.
Aunque admira a su padre, no lo ha mitificado ni se siente obligado a imitarlo. Es consciente de que son personas distintas a las que les tocaron circunstancias y escenarios diferentes. Lo dice en forma categórica: "Yo no soy Rodrigo Lara Junior. Soy Rodrigo Lara Restrepo".