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Diomedes Díaz. | Foto: Guillermo Torres

LUTO

Diomedes Díaz: la parranda continúa

Los cronistas de la Costa recuerdan que a Diomedes le gustaba jugar bromas, la última y más dolorosa: morirse en navidad.

Alfonso Hamburger, especial para Semana.com
24 de diciembre de 2013

Félix Carrillo Hinojosa, uno de los más polémicos dirigentes del vallenato vivió la noche del pasado domingo una de las más infernales de sus 54 años de vida. Como a muchos colombianos que creyeron se trataba de una broma como las tantas que le han hecho continuamente al presentador de televisión Pacheco y a Antonio Cervantes “Kid” Pambelé, a Carrillo la noticia lo dejó helado y sin palabras. No tenía ni pizca de broma ni de mentira. Su fuente no dejaba duda, se trataba de José Sequeda, el manager de Diomedes Díaz, a quien “El Cacique” le había pedido que no lo dejara solo “Porque me voy a morir”.

Carrillo era uno de los hombres de confianza de Diomedes y la noticia, recibida de repente y sin vaselina, lo dejaba al margen de dos grandes proyectos. Uno era la realización de diez megaconciertos acústicos en grandes ciudades, con multimillonarios recursos y sin que el artista se desgastara, dejando así de viajar por pueblos polvorientos por 35 millones de pesos.

Diomedes, que ya se venía sintiendo cansado y cantaba sentado, le había pedido al gestor del premio Grammy Latino en cumbia-vallenato (la máxima gesta de Carrillo Hinojosa), quien además era su primo, que le organizara tales eventos. Carrillo lo estaba pensando cuando recibió el totazo de la noticia. Y lo pensaba con calma. Díaz era un tipo incierto, de repentinas y extrañas decisiones. Cuando decía no, después de decir sí, nadie lo hacía cambiar. Podía estar la caseta llena de bote en bote y con la plata en el bolsillo, pero si no le daban ganas de ir no iba. Ni su madre, la vieja Elvira Maestre ni el propio Papá de Roma, lo hacían cambiar. Prefería devolver la plata sin importar los perjuicios y las costas judiciales que debía pagar.

Tampoco le importaban los descalabrados ni las sillas que muchas veces se llevaban los frustrados fanáticos y las tarimas y equipos reventados. Cuando eso sucedía por lo regular estaba bebiendo y nadie lo sacaba de ese trance, como si aborreciera el tener que acudir a cantar. Al folclórogo Demóstenes Durango, quien alcanzó a grabar mil casetes de sus parrandas, le confesó que así como los políticos echaban mentiras para no matar la esperanza del pueblo, él tenía que drogarse para resistir la vida que llevaba. Que no era tan bonita, como decía su canción. A estas alturas, ya no era tan bendita.

Carrillo sintió el corrientazo a las seis de la tarde y supo que Diomedes había muerto, entonces pensó en su canción: “cuando me enamoro”(*), de su autoría, cuya maqueta había quedado solo para que Diomedes le metiera la voz. Hubiese sido la única vez que su ídolo lo tuviera en cuenta. ¿Por qué no la había metido? Sencillo, ese era Diomedes, a veces decía que sí, pero después decía que no. Ahora, que Diomedes la dejó esperando su voz, todos la palean para grabarla, hasta Alfonso Hamburger en Sincelejo. Parece que el afortunado será Martin Elías, su hijo.

Apurado el trago, Carrillo gestionó su vuelo a Valledupar, donde se producía la noticia, pero todo era congestión. No halló cupo. En Sincelejo los celulares se bloquearon un buen rato. La parranda apenas comenzaba. Era una parranda eterna, como lo dijera Alberto Salcedo Ramos en su obra. Las parrandas del moribundo domingo se volvieron ambiguas, maleables como un porro, que es triste y alegre a la vez, pero avasallante.

"Pobrecito, ya descansó el pobre cuerpo que resistió tanto", dijo en Sincelejo el maestro Rubén Darío Salcedo. En medio de las parrandas, donde toda la música era del Cacique (En Colombia, en tiempos normales, cada 30 segundos suena una canción suya), Félix Carrillo se montó a un bus, para estar con su ídolo en Valledupar. Si tenía suerte estaría llegando a la capital del vallenato a las dos de la tarde, donde la temperatura iba subiendo cada minuto. Diomedes estaba muerto, con su piel cetrina, como empuñando una canción en su boca.
 
Lloran los ‘Niño’


En la costa, donde en vez de poner grafitis invitando a los muertos a que se levanten porque la tierra es para quien la trabaja, la gente suele meterse a echarle ron a las tumbas en los cementerios. Cuando se está en la parranda nadie se acuerda de la muerte. Y eso fue lo que se formó desde la noche del domingo, una parranda que aceleró los agites de la Navidad. Diomedes se había jugado la peor broma. El ron empezó a correr como ríos y la música suena alta desde entonces, en un monólogo que se ha vuelto engorroso para algunos. Diomedes está más vivo que nunca. Murió el hombre y comenzó la leyenda.

La parranda tiene varios ingredientes: música, licor y chistes. Y aunque no bebe, Ismael Martínez, célebre crucigramista sincelejano, dijo al conocer la noticia sobre la muerte de Diomedes. “Todos los niños están contentos con la muerte de Diomedes”. Se refería a los Niño de Dorys Adriana, la muchacha violada y asesinada después de una noche negra en Bogotá y por lo que Díaz pagó varios años de cárcel.

En la parranda colectiva, que iba de hasta la plaza Majagual de Sincelejo, todos expresaban algo sobre el Cacique. El maestro Enrique Díaz se lamentó de que su pariente lejano “Tenía un ojo que no le hacía caso”. Es decir, era bizco.

Pey Vergara, famoso en los saludos de Poncho Zuleta, recordó que Diomedes se descomponía cuando le correspondía cantar al lado de Rafael Orozco. En público se profesaban admiración, pero cuando coincidían en los conciertos, se descomponían, se ponían nerviosos y hasta escarbaban como toros antes de una corraleja, como midiendo sus territorios.

En Sincelejo y toda la sabana, donde los vallenatos tienen una frondosa clientela, en esta parranda que se eterniza, se ha dicho que Diomedes Díaz acabó con las tradicionales casetas, donde se ponían mesas y bancos para sentarse, se disponía de recipientes llenos de hielo para mezclar el licor y se bailaba hasta que el esqueleto aguantara.

Eran los tiempos de los Corraleros de Majagual, donde se limpiaba la hebilla, porque era música para bailar. Pero al aparecer el fenómeno Diomedes, que paralizaba a la gente, las parejas se olvidaron del baile. La montonera empezaba con los centenares de simpatizantes y patos en busca de vitrina y de saludos, que se trepaban con el Cacique en la tarima. Unos llevaban el trago y otros el perico.

Venganza

Para el médico fonsequero, Stevenson Marulanda Plata, la muerte de Diomedes Díaz, hace parte de la cadena de venganzas que cayeron sobre Colombia y la música Vallenata, después que en una noche negra aparentemente victoriosa, Francisco Moscote, o Francisco el Hombre derrotó al Diablo tocándole el credo al revés con su acordeón de una hilera de botones en su teclado.

En su libro “La Venganza del Ángel Malo”, raíces y teorías de la música de acordeón y del vallenato, Marulanda plantea que el Diablo, derrotado, lanzó diez maldiciones al pueblo Colombiano. Una de esas maldiciones es la ley 100 y la muerte del sistema de salud. Otra es la tragedia que vive la música de acordeón y vallenata, donde han muerto más de 30 integrantes en forma trágica, desde Eduardo Lora Castro, hasta Guillermo Buitrago, Kalet Morales, Romancito Román, Héctor y Mario Zuleta Díaz, Juancho Rois y tres integrantes más del conjunto de Diomedes Díaz, Adaniez Díaz, Lucho Cuadros, Jairo Paternina, Jesús Manuel Estrada, Patricia Teherán, entre muchos otros.

En medio de la parranda eterna y quizás atosigado por la venganza del ángel malo, Diomedes Díaz le había jugado una buena broma a sus seguidores, morirse en medio de la Navidad. Vino un domingo y un domingo se fue.